Enrique Colmena

El estreno de El oficial y el espía, la última película de Roman Polanski, ha puesto de nuevo de actualidad la figura de este longevo (86 años cuando se escriben estas líneas, haciendo cine desde hace 65 años) director y guionista franco-polaco, pues ambas nacionalidades tiene.

Lo cierto es que la obra de Polanski no se podría entender sin una vida auténticamente llena de zozobras de todo tipo, en la mayor parte de las cuales ha sido víctima, aunque también en alguna, y de qué forma, ejerció el execrable papel de verdugo.

Pero, como dijo Jack el Destripador, vayamos por partes...


Un niño judío huérfano vagando por el gueto de Cracovia

Roman Polanski nace en París en 1933. Sus progenitores eran judíos polacos emigrados al país gabacho en busca de un mejor porvenir; el padre era pintor, aunque no precisamente brillante, y la madre ejercía de ama de casa. Los Polanski, con menos vista que Rompetechos, se mudaron a Cracovia, en Polonia, en 1936, cuando vieron el cariz prebélico que recorría Europa por la ambición desmedida del Führer. Cuando el Tercer Reich invade Polonia en 1939, la situación de la familia Polanski, como judíos que eran (aunque la madre se había convertido al catolicismo), se hace insostenible. Los padres son deportados a Mauthausen y Auschwitz, respectivamente; en este último muere la madre en 1943; el padre, inesperadamente, consigue sobrevivir al Holocausto. Mientras tanto, el pequeño Polanski, que tiene en torno a diez años, sobrevive como mendigo en el gueto de Cracovia, para posteriormente ser ocultado y protegido por algunas familias católicas.


Un adolescente con aspiraciones artísticas en el “paraíso” comunista

Con la liberación de Polonia por el Ejército Rojo, Polanski comienza una nueva etapa, en la que cambia la riesgosa vida como fugitivo del supremacismo nazi por la grisura, por la mediocridad liberticida de la nueva administración comunista. Como diría el clásico, salió de Málaga para meterse en Malagón... De su opinión sobre el comunismo dice mucho una frase que dijo en su momento y que venía a afirmar que, si se quiere apreciar de verdad la sociedad capitalista, basta con vivir durante un tiempo en un régimen comunista. El joven Polanski, que se sentía desde niño atraído por el mundo del cine, estudia Bellas Artes pero le expulsan de la escuela; dotado desde pequeño de una notable capacidad histriónica (quizá por la perentoria necesidad de sobrevivir en el gueto), hace sus pinitos como actor, lo que le permite entrar en la Escuela de Cine de Lodz, conocer a Andrzej Wajda y descubrir el cine occidental, que le deja fascinado. Con 21 años hace su primer cortometraje, al que seguirán varios más. En 1961 rueda su primer largo, El cuchillo en el agua, cuando cuenta con solo 28 años, una película claustrofóbica con únicamente tres personajes y el mar, y cuanto sucede entre ese trío, que llama poderosamente la atención, hasta el punto de ser nominado al Oscar a la Mejor Película Extranjera (la que ahora llamamos Película Internacional). Poco después, Polanski conseguirá salir de su país para establecerse en París, la ciudad que le vio nacer, y donde se podrá dedicar con toda libertad a hacer cine.


El artista incipiente busca la libertad

A partir de entonces comienza la que quizá sea la etapa más fecunda de la carrera de Roman. Tras hacer un (olvidable, como toda la película, es cierto) segmento del film colectivo Las más famosas estafas del mundo (1964), en su nueva tierra de acogida (aunque fuera, en realidad, su tierra natal), Polanski se traslada a Inglaterra, donde rodará su estremecedora Repulsión (1965), un estudio sobre la frigidez femenina, en un complejo juego de psicopatologías, con una puesta en escena impactante que, ciertamente, no dejará indiferente a nadie. Con una Catherine Deneuve en su mejor momento, la película, rodada en blanco y negro como todas las de Polanski hasta entonces, supone un auténtico aldabonazo cinematográfico: el director franco-polaco empieza a labrarse una reputación de cineasta controvertido y especial. Su siguiente film, también rodado en el Reino Unido, Callejón sin salida (1966), que en España también se exhibió con su título original, Cul-de-sac, insistirá en los ambientes claustrofóbicos, en las complejas relaciones entre un grupo de personas en un universo cerrado, donde todo será posible.


Érase una vez en... América

Polanski es tentado por el cine de Hollywood, y ciertamente no se lo piensa dos veces. Bajo pabellón de Estados Unidos pero rodando aún en Europa (fundamentalmente en Inglaterra, pero también en Italia), hace El baile de los vampiros (1967), comedia de terror que juega a placer con los cánones y los tópicos del cine de vampiros, con el propio Polanski como protagonista. Aparte del éxito del film, que le da a conocer a públicos más amplios que los que hasta entonces conocían su obra, el film le permite encontrarse con Sharon Tate, con la que se casará en 1968.

En ese mismo año hace otra de sus películas más celebradas, La semilla del diablo (el título español era un “spoiler” en sí mismo, lejos del más sutil Rosemary’s baby, “El bebé de Rosemary”), sobre la novela de Ira Levin, un film de terror a vueltas con el diablo y el nacimiento del Anticristo, nada menos, con una entonces jovencísima y poco conocida Mia Farrow, que se convertirá desde entonces en una estrella. De esta forma, Polanski conseguiría otro de sus éxitos de la época, con una película que combinaba admirablemente el sello de autor con la comercialidad. El film fue nominado a dos Oscar, de los que consiguió uno para Ruth Gordon, a la Mejor Actriz de Reparto. Polanski ya estaba plenamente integrado en Hollywood.


Una tragedia que conmocionó al mundo

En 1969, Polanski y Tate, ya desposados, se instalan en la calle Cielo Drive, en la exclusiva zona residencial de Benedict Canyon, en Los Ángeles, en una mansión que, por cierto, recrea Tarantino en su Érase una vez en... Hollywood. En agosto de ese año, Sharon estaba embarazada ya de ocho meses. Polanski estaba de viaje de trabajo en Londres, donde preparaba el rodaje de la que iba a ser su próxima película, El día del delfín. En la madrugada del 9 de ese mes, Tate y otras cuatro personas de su entorno amistoso son brutalmente asesinados por la llamada “familia de Charles Manson”, una mala bestia que convivía con un harapiento grupo de marginales en una especie de comuna hippie, en lo que pareció ser un crimen ritual. Polanski regresa a Estados Unidos destrozado, cancela el rodaje de la película (que finalmente rodaría en 1973 Mike Nichols, con George C. Scott), y se sume en un período de postración, tanto vital como creativa.


Pero la vida sigue...

El trágico, brutal asesinato de su esposa sería un hecho del que Polanski no se repondría nunca del todo, como él mismo ha confesado. No obstante, tras dos años de inactividad, la vida ha de retomar su curso, y Roman rueda, con actores y equipo británicos, la adaptación del clásico de Shakespeare Macbeth (1971), clásica y respetuosa con el texto y el espíritu del Bardo, aunque la película no consigue demasiada repercusión. Dos años más tarde, en un considerable cambio de registro, viaja a Italia, donde rueda ¿Qué?, una comedia con elementos del teatro del absurdo, con Marcello Mastroianni y Sydne Rome, actriz de físico explosivo que por aquel entonces hacía furor. En España, fiel al espíritu de la censura franquista, que debía salvarnos a todos los españoles del pecado, no pudimos verla hasta llegada la Transición, si bien es cierto que no fue, precisamente, de las mejores películas de Polanski.

Vuelve Roman a Estados Unidos a rodar Chinatown (1974), sobre guion de Robert Towne, una vigorosa actualización a la vez muy clásica del “film noir” norteamericano, del cine negro de los años cuarenta y cincuenta, en un vistoso color y con repartazo: Jack Nicholson, Faye Dunaway, John Huston... La película gustó mucho por la sabia mezcla de clasicismo y modernidad que le supo insuflar Polanski, en un cine que, fiel a la tradición del género, buceaba en temas como la corrupción política y los amores airados y con frecuencia también ilícitos. Nominada a once Oscar, sin embargo tuvo que conformarse con uno solo, al mejor guion original, en una de esas decisiones de la Academia que no terminan de entenderse; claro que su rival era nada menos que El Padrino, Segunda Parte...

A pesar del éxito de Chinatown, Polanski encuentra problemas para financiar en Estados Unidos su siguiente proyecto, así que vuelve a Francia, donde rueda El quimérico inquilino (1976). Es curioso porque el adjetivo “quimérico” del título español no estaba en el original francés, Le locataire, pero sí en el de la novela en la que se basa la película, Le locataire chimérique, de Roland Topor. Vuelve Polanski al universo psicopatológico de Repulsión, de nuevo en una atmósfera progresivamente opresiva y claustrofóbica, con un interesante estudio sobre la metamorfosis de la personalidad, en un film en el que Polanski se sintió tan implicado que incluso lo protagonizó, algo poco frecuente en su obra.

Ilustración: Jack Nicholson y Faye Dunaway, en una imagen de Chinatown (1974).

Próximo capítulo: Roman Polanski: una obra entre zozobras (y II)