En el primer capítulo de este díptico (para leerlo pinche aquí) hemos realizado la revisión de la filmografía de Roman Polanski hasta 1976, comentando también la forma en la que los turbulentos hechos acontecidos en su vida desde su niñez hasta entonces han podido incidir en su obra. En esta segunda parte intentaremos hacer lo propio desde esa fecha hasta nuestros días, cuando el estreno de su por ahora última película, El oficial y el espía, nos ha permitido hablar de la figura señera de este autor sin duda fundamental en los últimos sesenta años del cine mundial.
Violación de una menor
Si 1969 fue un año crucial (para mal, por el brutal asesinato de su esposa Sharon Tate y de su hijo nonato) en la vida de Roman, 1977 no lo fue menos, aunque por motivos muy distintos. Regresado a Estados Unidos tras rodar la ya comentada El quimérico inquilino, Polanski realiza una sesión de fotos con Samantha Gailey, una niña de 13 años, en la mansión de Jack Nicholson; según lo acreditado en el proceso judicial posteriormente ejecutado, Roman habría seducido a la chica y mantenido relaciones sexuales con ella sin su consentimiento (aunque, dada la edad de esta, ello era irrelevante). El cineasta es condenado en primera instancia, de forma provisional, a unos meses de prisión para evaluarle psiquiátricamente, postergando la decisión judicial definitiva al momento en el que se dispusiera del informe de los peritos psicólogos; durante un permiso que Polanski tiene para preparar su siguiente rodaje, le llega por un amigo la información confidencial de que el juez que ha de dictar sentencia tiene decidido establecer una condena ejemplar, con muchos años de cárcel. Roman escapa entonces clandestinamente a Europa, donde se establecerá. Nunca más volverá a pisar suelo norteamericano, so pena de ser apresado y conducido a prisión.
Esta violación a una menor, y sus consecuencias penales, perseguirán a Polanski durante el resto de su vida. Si en el alevoso asesinato de Sharon Tate fue atribulada víctima, aquí será execrable verdugo.
El judío errante
A partir de ese momento, y una vez que no puede regresar a Estados Unidos ni a ningún país que mantenga tratados de extradición con este, la vida y la obra de Polanski se convierte, de alguna manera, en una nueva versión del judío errante. Rodará y vivirá desde entonces en multitud de países, desde su natal Francia al país de sus ancestros, Polonia, pero también en Suiza, donde en 2009 sería detenido y estuvo a punto de ser extraditado, y en otros varios países de Europa. Su vida y su obra, desde entonces, estarán marcadas por los dos peores momentos de su existencia, Sharon y Samantha, y lo que con ellas aconteció.
El siguiente proyecto de Polanski, ya en Francia, será Tess (1979), basada en la novela Tess of the d’Ubervilles, de Thomas Hardy, un melodrama sobre la inocencia mancillada, que fue vista también, de alguna manera, como un acto de contrición de Roman sobre la violación de Samantha Gailey, con una Nastassja Kinski en el papel principal, revelándose como una actriz de notable voltaje dramático, con gran capacidad para sufrir en pantalla y transmitirlo al espectador, en una de las mejores películas del cineasta, una obra hermosa, doliente y sensible. La película gana tres Oscar, de los seis a los que estaba nominada, aunque todos ellos de corte técnico.
Tras ese rodaje Polanski se toma un muy largo tiempo de descanso. No vuelve a rodar hasta 1986, cuando hace, con localizaciones en Malta y Túnez, Piratas, un proyecto acariciado desde hacía tiempo pero que, sin embargo, no consigue interesar ni al público ni a la crítica, en uno de los fiascos que, desde entonces, han salpicado su carrera. Su apuesta por hacer una película de aventuras se salda sin pena ni gloria; quizá no era Polanski el cineasta más adecuado para este género, que requiere levedad y frescura, que no parecen las cualidades más evidentes del franco-polaco. A finales de esa década rueda en París Frenético (1988), intrigante thriller con Harrison Ford que le devuelve el favor del público y en la que, además, conoce a Emmanuelle Seigner, la actriz con la que contrae matrimonio y, cuando se escriben estas líneas, tres decenios después, sigue casado.
La década de los noventa se iniciará con Lunas de hiel (1992), oscura historia de relaciones amorosas y sexuales cruzadas que interpreta su mujer, más Peter Coyote, Kristin Scott Thomas y Hugh Grant, y dos años más tarde adapta La muerte y la doncella (1994), la obra teatral de Ariel Dorfman, con Sigourney Weaver y Ben Kingsley, sobre el vidrioso asunto del verdugo y la víctima y el intercambio de roles entre ellos. Cinco años más pasarán hasta la adaptación de la novela de Arturo Pérez Reverte El club Dumas, que en cine se titulará La novena puerta (1999), una alambicada y a ratos confusa intriga que será una de las películas menos personales de Polanski, rodada en España con coproducción también de nuestro país, y con Johnny Depp como estrella internacional al frente del reparto.
El nuevo siglo
El siglo XXI comienza muy bien para Roman: su adaptación del libro de Władysław Szpilman, compositor judío que sobrevivió al Holocausto gracias a su música, titulada en cine El pianista (2002), con Adrien Brody en el papel principal, consigue en primer lugar la Palma de Oro en Cannes, el más codiciado galardón en festivales, y posteriormente tres Oscar, entre ellos el de Mejor Dirección para Polanski, que lógicamente no recoge en persona para no ser apresado en suelo yanqui; Harrison Ford se lo entregará meses más tarde en Francia.
Pero si el siglo XXI empezó con buenas noticias para Polanski, desde el punto de vista artístico no se puede decir que su obra posterior haya sido especialmente interesante. Así, su siguiente proyecto, Oliver Twist (2005), será una pulcra pero no precisamente inspirada versión del clásico de Dickens, con Ben Kingsley como apropiado Fagin, rodándose en la República Checa. Tampoco El escritor (2010), adaptación de una novela de Robert Harris, con Ewan McGregor y Pierce Brosnan, lo saca del marasmo; historia imaginaria sobre el “negro” que le escribía los discursos a un “premier” británico (con toda la pinta de inspirarse en Tony Blair), la película no convence a la crítica ni tampoco funciona demasiado bien en taquilla.
En 2009, mientras se encuentra en Suiza, es detenido por una orden internacional emitida por Estados Unidos para que responda por el asunto de la violación de la menor que ya hemos comentado, acontecida en 1977. Mientras la justicia helvética resuelve el tema, Polanski permanece durante varios meses bajo arresto domiciliario, tiempo que aprovecha para escribir, junto a la autora de la obra teatral homónima, Yasmina Reza, el guion de su siguiente película, Un dios salvaje (2011), que rodará una vez acabado ese arresto domiciliario al denegar las autoridades suizas la extradición del cineasta. Película de protagonismo coral, destacan fundamentalmente las actrices, unas estupendas Jodie Foster y Kate Winslet, en una comedia con tendencia al desmadre final, rodada en Francia, aunque con algunos planos de Nueva York que filmó el equipo de Polanski sin su director, por las razones ya conocidas.
Sobre la obra teatral de David Ives La venus de las pieles (2013), Polanski rueda una película casi de cámara, con solo dos intérpretes, su mujer, Emmanuelle Seigner, y Mathieu Amalric, una reflexión sobre la profesión de actor y su capacidad para la metamorfosis en otros caracteres, en otros personajes, en otras identidades. Después, como un guiño quizá a su primera época, rueda Basada en hechos reales (2017), sobre la novela de Delphine de Vigan, a vueltas con la creación artística, pero también sobre la capacidad para suplantar la personalidad de otros, de mimetizarse con otros, de ser otros, en un film que, sin embargo, no termina de convencer.
Su última película por ahora es una adaptación de corte clásico sobre una de las novelas históricas de Robert Harris, titulada en España El oficial y el espía (2019), la versión quizá definitiva sobre el famoso “affair Dreyfus”, el caso que conmocionó Francia a finales del siglo XIX y principios del XX, y que tanta influencia tuvo en la Historia de aquel país en aquellos años, con una convincente interpretación de Jean Dujardin y una menos interesante de Louis Garrel, un Dreyfus dubitativo y un tanto sobreactuado. Se ha dicho sobre la película, entre otras cosas, que es una reivindicación de sus raíces judías, una denuncia sobre la intolerancia antisemita y, crípticamente, una declaración de inocencia sobre el cargo que pesa sobre Polanski desde hace casi medio siglo.
Síntesis
Roman Polanski, cuando se escriben estas líneas, tiene ya 86 años. Ojalá que pueda seguir haciendo cine muchos años más, aunque me temo que no serán muchos, por obvias razones. En cualquier caso, parece que ya podemos hacer una síntesis de lo que ha supuesto su obra en la Historia del Cine. Polanski, a nuestro entender, es un cineasta fundamentalmente ecléctico, que se ha manejado con fortuna en los más diversos géneros: la comedia en El baile de los vampiros, el drama psicológico en Repulsión y El quimérico inquilino, la adaptación de clásicos en Macbeth y Oliver Twist, el cine negro en Chinatown, el melodrama romántico en Tess, el drama histórico en El oficial y el espía... Además, sus temáticas, diversas, han girado sin embargo con frecuencia sobre muy determinados temas: las relaciones sexuales (o su ausencia), los trastornos de personalidad, la claustrofobia física y mental, el proceso de creación artística o intelectual, la denuncia de la injusticia, la relación víctima/verdugo...
Alguna vez cabría pensar qué habría sucedido en la vida de Roman si no se hubieran producido las zozobras que han marcado su existencia: el niño judío que vivía escondido en el gueto de Cracovia, el adolescente que se asfixiaba por la mediocridad del régimen comunista, el asesinato de su mujer y del bebé que estaba a punto de tener, la violación de una menor que le perseguirá para siempre... zozobras que, a buen seguro, han dejado también huella en su obra. Si para bien o para mal... quién lo sabe...
Ilustración: Jean Dujardin y Louis Garrel en una imagen de El oficial y el espía (2019).