Esta película se ha podido ver en la Sección Las Nuevas Olas-No Ficción del 16º Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF’2019).
Sergey Loznitsa (Baranovichi, 1964) es un director y guionista nacido en Bielorrusia, aunque criado en Ucrania, de donde realmente se siente. Posteriormente ha vivido en Rusia y desde principios de este siglo en Alemania. Alterna con total normalidad el documental y la ficción, y tiene ya tras de sí una interesante filmografía en ambos campos; en el documental ha brillado, por ejemplo, en Maidan (2014), que ponía en escena las revueltas de la plaza de ese nombre en Kiev, conocidas como Euromaidan, que dieron lugar a la caída del régimen del presidente Yanukovich y la instauración de un régimen pro-europeo (en contra del pro-ruso anterior); en The event (2015) retrató, también en clave documental, el golpe de Estado fallido en la URSS en 1991, que precipitó la caída de Gorbachov y la llegada al poder de Yeltsin. En ficción su película más destacada hasta ahora ha sido la percutante Donbass (2018), que consiguió el máximo galardón del Festival de Cine Europeo de Sevilla, el Giraldillo de Oro, además de ser premiada en otros certámenes, entre otros en Cannes. Donbass era una durísima denuncia contra la manipulación que las milicias prorrusas realizaban en el territorio por ellos controlado en el Este de Ucrania, en la guerra no declarada (actualmente, lo cierto es que todas son “no declaradas”...) que asuela el país desde hace varios años.
Ahora Loznitsa vuelve al documental con este State funeral, que presenta en pantalla un montaje de las muchas horas que se rodaron en 1953 en el sepelio de Josif Stalin, el jerarca comunista que dirigió los destinos de la URSS durante casi treinta años. Loznitsa nos muestra entonces un montaje de esas cientos de horas rodadas: primero las pesarosas comunicaciones radiofónicas a la población sobre el fallecimiento del dictador, después los preparativos de los funerales de estado, el féretro llevado con toda pompa y circunstancia, el pueblo desfilando compungido ante el ataúd abierto, los jerarcas herederos con sus solemnes declaraciones públicas de dolor y condolencia... todo ello de una forma acumulativa, en la que, aunque es evidente que ha habido montaje, este deja bastante que desear por la extenuante reiteración de los planos: de los ciudadanos rusos pasando ante el féretro puede haber algo así como quince minutos en los que solo vemos rostros mirando hacia donde se supone que (fuera de campo) está el féretro, muchos con caras llorosas, otros solo serios...
Pero el problema de State funeral es su prácticamente total ausencia de crítica: si nuestra civilización desaparece (no sé por qué escribo en condicional... la incógnita es solo la fecha en la que ello se producirá), y si este documental se salvara de la quema, los que lo vieran en el futuro obtendrían una opinión extraordinariamente positiva de aquel cabrón con bigote que fue Stalin; porque Loznitsa dedica dos horas y cuarto a un documental que es una loa en toda regla a la figura del máximo jerarca de la URSS durante 29 años, en la que solo se oye la voz de los turiferarios de la época ensalzando la figura del longevo gobernante, o una música funeraria de gran prosopopeya, con imágenes de gente de a pie a la que parecía que se le había muerto el padre. Y, tras esas dos horas y cuarto de ditirambos sin tasa, de elogios sin medida, de darnos un montaje sin un ápice de crítica, cuando comienzan los títulos de crédito (esos que la mayoría no ve, porque entienden que ya ha terminado la película), se nos informa, durante veinte segundos, de la realidad del período de gobierno de Stalin: durante su mandato murieron 27 millones de personas en campos de concentración, otros 15 millones murieron de hambre, y su abyecta y masiva política represiva contra la población sería denunciada por gobiernos posteriores, que procedieron a la “desestanilización” del régimen. Así que dos horas y cuarto de incienso y veinte segundos (escritos) de denuncia: inenarrable.
Irrita que haya sido Sergey Loznitsa (un cineasta que tiene más que probada su aversión hacia el régimen soviético y también hacia el actual mandatario ruso Vladimir Putin), el que haya hecho este film, y no uno de los corifeos habituales rusos, como pudiera ser Nikita Mijalkov y su estúpida nostalgia de la Gran Rusia. Irrita que el mensaje de denuncia sea tan sutil, tan sutil, que no se vea por ninguna parte. Irrita que en el montaje audiovisual no haya, ni por asomo, ningún tipo de crítica para el mayor matarife de la Historia de la Humanidad (y mira que hay felones que han competido esforzadamente por el puesto...).
Porque además ni siquiera como elogio fúnebre es una buena película, con una reiteración constante de los mismos planos, los mismos temas, los mismos contenidos, una y otra vez, como si no hubieran quedado suficientemente claros con una o dos exposiciones de los mismos. La película se hace eterna (es verdad que más eternos se les debieron hacer a los ciudadanos los 29 años de Stalin, y no digamos los 74 años de la Unión Soviética), y no vemos llegado nunca el momento de que termine.
Mal entonces Loznitsa, enviando un mensaje equivocado, pasándose de sutileza y diciendo justamente lo contrario de lo que (supuestamente) quería decir; y, encima, aburriendo a las ovejas... A ver si afinamos el tiro, porque a este paso Putin le va a tirar los tejos para que, por ejemplo, haga algún bello documental sobre Beria, aquel sádico, aquel torturador que dirigió el siniestro KGB, en el que quede como el más amable de los hombres, un santo varón...
(17-11-2019)
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