Las civilizaciones aborígenes de la Melanesia, la Polinesia y la Micronesia quizá sean las grandes desconocidas de Occidente. Desde el punto de vista cinematográfico ese desconocimiento se acentúa, hasta el punto de que raro es el filme que nos llega del continente Oceanía que no sea de Australia o, como mucho, Nueva Zelanda. Por eso cuando llega algún filme como este Tanna, que aparte de producido por la imprescindible Australia, la metrópoli indiscutible de la zona, está rodado a expensas de alguna de las muchas pequeñas naciones de la zona, para el caso Vanuatu, es casi un milagro; si además el filme toca un tema de una de esas civilizaciones indígenas de las que tan poco sabemos, más raro todavía.
Tanna pone en imágenes una historia basada, según se indica, en hechos reales. En la isla de Tanna, en el Pacífico Sur, coexisten dos tribus enfrentadas por agravios inmemoriales. En un pacto entre las dos comunidades se decide que una de las jóvenes de una de ellas casará con uno de los muchachos de la otra, con la intención de acabar con las frecuentes luchas y sellar un futuro de paz. Pero la joven está enamorada secretamente del nieto del jefe de su clan, y es correspondida, por lo que ambos no aceptan este matrimonio de conveniencia y huyen juntos...
Estamos entonces, en efecto, en una historia a lo Romeo y Julieta, por lo romántico y prohibido de la relación sentimental, aunque en este caso, como queda dicho, la proscripción no esté en que los dos tortolitos pertenezcan a familias enfrentadas, como en el drama de Shakespeare, sino a la misma, pero con ello torpedean, sin pretenderlo, la única posibilidad de futuro pacífico para la isla.
Martin Butler y Bentley Dean son dos cineastas que trabajan generalmente juntos, casi siempre en el terreno del audiovisual documental, lo que confiere a este su primer trabajo de ficción una rara sensación de verosimilitud, como si los actores aficionados (los propios habitantes de Tanna, algunos participantes en su momento en la historia real que aquí se recrea) ejecutaran verdaderamente ante la cámara su ingenua historia de amor. Ingenua quizá sea la palabra que mejor define este agradable aunque elemental filme, una película sobre una relación amorosa que intentará superar las dificultades que el destino, en nombre de un bien mayor, interpone en su camino.
Seguramente de forma voluntaria, los dos directores optan por una narrativa sencilla, tradicional, casi naif. Ello no empece, por supuesto, para que la película se siga con agrado, una historia de amor no por muchas veces vista menos interesante, más que nada por su ambientación, por situarse en un lugar donde todo es todavía prístino, como quizá fuera el Paraíso, como si en vez de entre el Tigris y el Eúfrates, el Edén bíblico se mantuviera aún enhiesto en aquella zona remota y perdida del mundo, donde el Pacífico hace aún honor a su nombre. No sé si fatalmente, el huracán Pam arrasó la isla poco después del rodaje, así que en buena medida este filme es, también, testamento audiovisual de una civilización todavía tan cándida, tan humana, tan primitiva que nos parece estar viéndonos hace diez, doce mil años atrás, cuando ya habíamos bajado de los árboles pero todavía no sabíamos escribir.
Película hermosa aunque limitada, saca gran partido de los fastuosos paisajes naturales de la isla de Tanna, con su espléndido volcán que lo domina todo, con sus playas absolutamente vírgenes, con sus aborígenes que parecen sacados de una pintura de Gauguin. No en vano uno de los directores, Bentley Dean, empezó en cine como director de fotografía y se encarga de las tareas de operador en la película. Los intérpretes, todos aficionados como se ha dicho, resultan frescos y adecuados al tono del filme; esta misma historia con este paisaje hubiera sido impensable con actores y actrices profesionales, hubieran acabado con la gracia, con la magia telúrica de este filme manifiestamente insólito, aunque no llegue a ser la obra extraordinaria que algunos han querido ver.
104'