Hay algunas películas que trascienden su propia esencia de cine al uso, de obras de arte o consumo (táchese lo que no proceda; a veces no procede ninguna, a veces incluso las dos...). Entre ellas están las que se constituyen, voluntariamente, en el testamento cinematográfico de un actor, un director, un guionista, un músico. Así, cuando John Wayne hizo El último pistolero (1976), a las órdenes de Don Siegel, ya se sabía (él también era consciente, por supuesto) de que se trataba de su último film, aquejado de un cáncer terminal que, efectivamente, terminaría matándolo en no mucho tiempo. Cuando Luchino Visconti hizo Confidencias (1974), pareció que iba a ser su testamento cinematográfico, dado que la rodó ya en muy malas condiciones de salud, incluso postrado en una silla de ruedas, y lo cierto es que quizá hubiera sido mejor, porque su siguiente film, que sí sería su última obra, El inocente (1976), era manifiestamente inferior y no le merecía.
Con The old man & the gun ocurre algo parecido a lo de Wayne y El último pistolero. Comunicado por parte de Robert Redford que será su última película como actor (como director ha dejado la puerta abierta para seguir trabajando algún tiempo), su visión tiene algo especial, un valor añadido a los que sin duda tiene el film. Y es que, si Redford cumple su palabra (y no hay razones para dudar de ello), estaremos ante el canto del cisne de uno de los actores más influyentes, interesantes, inteligentes y carismáticos del último medio siglo.
La película se basa en la verídica historia de un ladrón de bancos de guante blanco llamado Forrest Tucker, cuya carrera delictiva empezaría a la temprana edad de 15 años y no pararía hasta que, físicamente, ya no pudo más. Hacia 1981 Tucker tenía ya 74 años y con una pequeña banda de vejestorios como él se dedicaba a atracar bancos, siempre sin violencia aunque esgrimiendo discretamente una pistola descargada (aunque esta circunstancia, claro está, era desconocida para los empleados de la entidad). En la huida de uno de esos atracos Tucker conoce a Jewel, una sexagenaria con la que hará buenas migas; aunque, en un rapto de confianza, le dice a lo que se dedica, la mujer no le cree e inician una relación entre la amistad y el amor. Pero un detective de la Policía, John Hunt, comienza a interesarse por este ladrón que siempre atracaba con una sonrisa en los labios...
The old man & the gun es un drama moderadamente entreverado de thriller; en puridad gana su esencia dramática, contar la historia de este hombre que se llevó más de media vida en la cárcel, y que finalmente no atracaba por dinero sino por la adrenalina de la acción, por el atraco en sí mismo, por el vértigo de hacerlo, por la atracción del abismo del fuera de la ley.
El film, entonces, es más la historia de la relación de Tucker y Jewel, por una parte, y el incruento seguimiento de Tucker por parte del madero John Hunt, por otro, antes que un censo o inventario de sus atracos, que aparecen como de paisaje, como de fondo. Del director, David Lowery, que no ha cumplido los cuarenta todavía, se han visto en España films tan curiosos como En un lugar sin ley (2013), con ciertos puntos de contacto con la peli que comentamos, y la inclasificable A ghost story (2017). Es un cineasta a seguir, de elegante estilo aunque sin subrayados, con algunas elipsis conceptuales (el atraco al banco del furgón blindado) que confirman que no estamos, ni de lejos, en un film de acción, ni siquiera en un thriller convencional, sino en el drama de un ser humano que no sabía, no podía, no quería vivir una existencia al uso, y que, sin hacer nunca daño a nadie (esa pistola jamás se disparó), vivió en el filo de la navaja hasta el final de sus días.
Con diálogos espléndidos, de los que ya no se escriben, muy bien dichos por los tres protagonistas fundamentales del film, Redford, Sissy Spacek y Casey Affleck, The old man & the gun es una película que, como decíamos al principio, es algo más que una película. Es una historia crepuscular, como la propia retirada de quien lo fue todo en el cine (director, actor, productor, promotor, creador del prestigioso Instituto Sundance y del festival “indie” de igual nombre), de tal manera que, en algún momento, Tucker y Redford parecieran ser una misma persona.
Con un tono cómplice con el espectador, no tomándose demasiado en serio a sí misma, la película resulta entonces una agradable a la vez que estimulante obra crepuscular sobre la necesidad de vivir la vida conforme a los criterios que cada uno desee, una extraña formulación para el clásico “carpe diem”. Así las cosas, del protagonista se podría decir, con lenguaje antiguo pero que casa perfectamente con el tono y el tema, que era el ladrón gentilhombre, el atracador sonriente, el delincuente amable. La relación que se establece entre los tres protagonistas, uno fuera de la ley, la otra sin saber que su amado tiene una actividad delictual, y el tercero con la obligación, pero también una sorda resistencia interior, de detener al primero, es otra de las virtudes de este film modesto y discreto, sin duda una hermosa, incluso airosa forma de salir de escena de uno de los nombres fundamentales del cine. Así sí que se puede hacer mutis por el foro...
93'