Pelicula:

La guerra de Irak, ese disparate que arteramente montaron (con la plácida aquiescencia, por no decir abyecta complicidad, de gobiernos como el norteamericano y sus fieles siervos europeos) las multinacionales petroleras para apropiarse de los importantes yacimientos del llamado “oro negro” del país del Tigris y el Eúfrates, y las armamentísticas para “dar salida” a sus excedentes y hacer caja, ha propiciado algunas buenas películas; ya saben el más bien cínico proverbio español, no hay mal que por bien no venga... Films como Redacted (2007), de Brian de Palma, En tierra hostil (2009), de Kathryn Bigelow (que consiguió el Oscar con esa película), Green Zone. Distrito protegido (2010), de Paul Greengrass, y Buried. Enterrado (2010), coproducción hispano-norteamericana de Rodrigo Cortés, son buenos ejemplos de cine de altura hecho sobre aquella guerra infausta, desde muy diversas perspectivas.

Pero, claro está, no siempre se acierta, y en este caso el nuevo film de Doug Liman no lo ha hecho. Liman tiene en su haber una ya bastante dilatada carrera como director de corte comercial, generalmente a sueldo de la estrella de turno: así, en El caso Bourne (2002) estuvo atento al lucimiento de Matt Damon, en la pésima Sr. y Sra. Smith (2005) se plegó al palmito de Brad Pitt y Angelina Jolie, en Jumper (2008) a la incipiente estrellita de Hayden Christiansen, el improbable Anakin Skywalker de la primera trilogía de Star Wars, y en Al filo del mañana (2014) y Barry Seal. El traficante (2017) el astro a cuyo servicio ha estado ha sido Tom Cruise.

Así que Liman no se puede decir que sea precisamente un director sutil. Aquí vuelve a demostrarlo. Lo más interesante de esta The wall (por cierto, repite el título de aquel famoso film musical de Pink Floyd de los años ochenta) es precisamente su planteamiento, a fuer de minimalista y de escasos mimbres: una pareja de militares yanquis en 2007, una vez que ya se ha declarado la (teórica) finalización de aquella execrable (sí, ya lo sé, todas lo son, pero algunas más que otras) guerra. Los dos suboficiales han acudido a una zona en el desierto en la que han sido abatidos varios civiles que realizaban tareas de reconstrucción en el país, en concreto el restablecimiento de una tubería de gas. En principio parece que el autor de la masacre se ha marchado, pues no ven señales de vida. Pero cuando el sargento más veterano, Matthews, sale al descubierto para confirmarlo, es abatido por un disparo; el otro sargento, Isaac (al que su compañero llama por el diminutivo Ize), acude en su ayuda pero es también herido. Se parapeta tras un frágil muro, y desde allí tendrá que intentar hacer frente a un enemigo invisible...

Situación y localización únicas, entonces, con un muy escaso elenco, los dos militares USA y la voz del francotirador iraquí, son las menguadas bazas disponibles de The wall. Ese minimalismo hubiera requerido, entonces, un buen guion, lo que no es el caso, pues el suministrado por Dwain Worrell (cuyos créditos no son precisamente como para enmarcar...) es tópico, mal hilvanado e incoherente: véase el improbable hecho de que un culto maestro de escuela bagdadí tenga la prodigiosa capacidad de poner la bala donde pone el ojo. También hubiera sido necesario que Liman jugara sus bazas de puesta en escena en un espacio tan reducido y con una situación tan limitada, pero tampoco ha sido el caso; el director se limita a filmar rutinariamente este enfrentamiento desigual, porque todos sabemos que el iraquí lleva todas las de ganar, como si tuviera poderes taumatúrgicos y supiera en todo momento qué va a hacer el torpe del soldadito yanqui.

Así las cosas, la única baza interesante es precisamente la preeminencia del discurso del teórico “malo”, que aquí no es el típico fanático islamista que quiere llegar al paraíso para gozar de las 12 (sic, dice el palurdo del milico yanqui) vírgenes, aunque tampoco quedan demasiado claras sus intenciones ni sus fines, aunque se puede colegir que quizá sea una venganza sin fin ni horizonte contra aquellos que hollaron su tierra y, con la excusa de acabar con un dictador (en principio, loable motivo, aunque existían otros más reales, y deleznables, como queda dicho), destrozaron un país y lo hicieron retroceder hasta la Edad Media, por no decir a la de Piedra. El hecho de que el iraquí recite exquisitamente El cuervo, de Poe, o poemas de Robert Frost, al margen de que resulta un tanto inverosímil, nos gana el respeto hacia este villano que, finalmente, es el único realmente ético, moral, en este rifirrafe, aunque quizá no sea esa, precisamente, la intención de Liman y su mediocre guionista.

Quizá tanta indefinición, tanto minuto inane en el que no pasa nada (ni exterior ni, ¡ay!, interiormente), en ese “tour de force” mal resuelto, hayan sido las causas por las que el film se estrelló en taquilla en su estreno USA.

Aaron Taylor-Johnson, al que hemos visto en personajes muy distintos en Kick-Ass (2010), Salvajes (2012) y Anna Karenina (2014), solventa su papel como buenamente puede; no parece estar demasiado imbuido en él, y da la impresión de que ha sido un trabajo alimenticio. En cuanto a John Cena, al que hemos definido como un Arnold Schwarzenegger con aún menos capacidad gestual que el exgobernador de California, el hecho de que esté buena parte de su metraje con el casco puesto o con la cara boca abajo, medio muerto, sobre el suelo del desierto, le ayuda a disfrazar sus evidentes carencias actorales; sí, ya sé que procede del mundo del llamado “wrestling”, de donde no ha salido ningún buen actor jamás, ni hay previsión de ello, pero lo cierto es que este Cena parece especialmente poco dotado para el arte de Talía.


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88'

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The wall - by , May 13, 2018
1 / 5 stars
Fallido tour de force