Asghar Farhadi es el sucesor natural del gran Abbas Kiarostami al frente del cine iraní de fama internacional. Desde que se empezó a conocer su obra en Occidente a partir de la sobrecogedora A propósito de Elly (2009), cada película que nos ha llegado ha supuesto la confirmación de un raro talento: Nader y Simin, una separación (2011), que consiguió el Oscar a la Mejor Película en Lengua No Inglesa; El pasado (2013), rodada en Francia aunque con algunos personajes de etnia persa, como él; El viajante (2016), de nuevo en su país, una libérrima versión de Muerte de un viajante, de Arthur Miller, y segundo Oscar para el cineasta; ahora nos llega con una coproducción hispano-franco-italiana que, sin embargo, no alcanza los estándares de sus anteriores éxitos.
No es que Todos lo saben sea una película fallida, porque no lo es; tiene cosas muy interesantes, pero carece de la solidez de los anteriores films farhadianos. Quizá el problema parta del desconocimiento del cineasta iraní de la realidad española del siglo XXI; autor el persa también del guion, y con unas temáticas en sus anteriores películas en las que trataba casi siempre de asuntos de honor (del honor entendido a la manera musulmana, obsesivamente sexual, y que recae monográficamente en la mujer, en el papel subsidiario que su cultura le reserva), aunque ciertamente con una mirada no precisamente proclive a la incuria que impone el islamismo en estos temas, aquí el asunto central, que no se puede destripar so pena de hacer “spoilers”, tendrá que ver también con un suceso antiguo relacionado con la entrepierna y sus consecuencias.
Un pueblecito en la Meseta Central española, en nuestros días. Laura, española que vive en Buenos Aires con su marido, Alejandro, vuelve a su pueblo con su hija adolescente, Irene, y su niño pequeño; van a asistir a la boda de su hermana pequeña, Ana, con su novio catalán. Allí la espera Paco, su antiguo novio, que ahora está casado con Bea. La boda transcurre como todas las bodas, con su ceremonia y su celebración, pero en medio de esta se produce un apagón; cuando las luces vuelven, la joven Irene ha desaparecido, y Laura recibe un mensaje diciéndole que ha sido secuestrada y que no avise a la Policía...
Todos lo saben, al margen del desconocimiento (o conocimiento superficial, que viene a ser lo mismo) de Farhadi sobre las claves de convivencia en España en esta segunda década del siglo XXI, adolece de algún problema que no habíamos visto hasta ahora en el cineasta persa, como es, por ejemplo, la falta de ritmo y el manifiesto desinterés de secuencias enteras, como ocurre prácticamente con los cuarenta primeros minutos, malgastados en la presentación de los (excesivos) personajes y en darnos con todo lujo de detalles la boda y la subsiguiente celebración; para Farhadi será una novedad, pero lo que es para los españoles, los vídeos de boda solo nos interesan cuando son los de nuestro propio casorio; de los ajenos huimos como de la peste, cuánto más de esta que, obviamente, es más falsa que Judas, al ser una ficción. Se entiende, por supuesto, que tenemos que conocer los personajes y algunos de los códigos que nos centren en la historia que se nos cuenta y nos den herramientas para seguir la trama, pero no que eso se haga a costa de aburrir soberanamente al público. Un montaje más rápido, un aligeramiento de escenas, un mínimo de síntesis conceptista hubiera ayudado a reducir metraje, a todas luces exagerado, y a concentrarse en lo que interesa.
Y lo curioso es que lo que interesa, en contra de lo que pudiera suponerse en una historia que es un thriller en clave dramática, o viceversa, no es en puridad quién secuestró a la adolescente (una chica como una cabra loca, con una inusitada capacidad para meter la pata y pisar todos los callos habidos y por haber), que a la postre se desvelará como lo menos importante, sino por qué, cuál es la génesis de que se montara una historia tal, y sobre qué realidades, conocidas o supuestas, giró la concepción de ese plan criminal que, en el fondo, solo buscaba esquilmar a quien, supuestamente, timó a la familia.
Porque, y en eso sí que hay que reconocerle a Farhadi cierto conocimiento de una realidad existente, sobre todo en las zonas rurales (pero también en algunos barrios de las ciudades que colindan con la marginación), con frecuencia existen pulsiones latentes entre familias que crecen al calor de agravios sucedidos décadas atrás, agravios que se enquistan en los clanes y en sus descendientes y que, a veces, explotan trágicamente en sucesos como la famosa masacre que tuvo lugar en el pueblo de Puerto Hurraco (y que Saura llevaría al cine en su El 7º día). Algo de eso hay en esta Todos lo saben, un rencor sordo por unas tierras quizá malbaratadas, un odio solapado, alimentado por años de encono, que aprovechará el momento oportuno para estallar con toda virulencia, atacando, como siempre, a quien menos culpa tiene, al más inocente.
Film irregular pero no por ello deleznable ni mucho menos, seguramente de haberlo rodado un nuevo valor estaríamos haciéndonos cruces de las ráfagas de muy buen cine que hay en sus dos horas y pico de película, pero que en un cineasta como Farhadi, perito en gestionar como nadie la tensión, ya sea conyugal, familiar, entre amigos o desconocidos, nos sabe a poco. Es cierto que todo el tramo final, los últimos cuarenta minutos, cuando se van desvelando los secretos, cuando los sentimientos afloran y se expresan abrumadoramente libres, nos recuerda al mejor Farhadi de sus anteriores y magníficos films; lástima que no sea ese el tono de todo el metraje.
Película costeada, con un presupuesto estimado de 10 millones de euros, esos medios económicos se ven, sobre todo, en un repartazo, en el que algunos de sus notables intérpretes están claramente infrautilizados. Véase el caso de Eduard Fernández, Bárbara Lennie o Inma Cuesta, por ejemplo; algunos son tan buenos, como pasa con Elvira Mínguez, que saca petróleo de su pequeño papel y nos ofrece unos últimos minutos memorables, trabajando solo con la mirada y la contención del gesto. Penélope Cruz y Javier Bardem están, como casi siempre, muy bien, entregados a sus personajes y muy motivados... Ricardo Darín también, pero Darín nunca (y nunca es nunca) está mal, da igual lo que haga.
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