CRITICALIA CLÁSICOS
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Polemizan los DeSicatólogos sobre si hay que considerar Ladrón de bicicletas o bien Umberto D. como la obra cumbre de ese portaestandarte del neorrealismo italiano, e incluso algunos más heterodoxos se inclinan por entronizar como tal el cuento surrealista y alegórico de Milagro en Milán. Las tres se suceden -aunque en distinto orden- en el periodo más fecundo y maduro del De Sica director -el final de la década de los 40 y principios de los 50- , sin desdeñar otras muchas películas interesantes que llevaron su carrera hacia el final de El viaje, muchos años después, en 1974.
El caso es que De Sica concibe esta historia de un jubilado (dedicada a su padre) de la mano de Cesare Zavattini, uno de sus guionistas de cabecera. Una historia sencilla, llena de silencios, de tiempos muertos (antes que Antonioni, Chantal Akerman o Lars Von Trier), la crónica de días interminables en la vida de Umberto Domenico Ferrari, contada con un minimalismo que lleva al límite la técnica documental del neorrealismo italiano, a la vez que nos muestra el microcosmos que rodea al anciano en un país que, en plena postguerra, vive de alquiler en una habitación de un caserón céntrico pero descuidado -atosigado por una patrona que le reclama sus atrasos- y con la única complicidad y simpatía de la muchacha que limpia y se ocupa de la casa, y la fidelidad de su perro Flike.
Abriendo la película vemos una manifestación de pensionistas reclamando la subida de sus insuficientes retribuciones. "Tutta la vita lavorando" leemos en una pancarta, mientras la policía, sin violencia pero contundentemente, dispersa a los afectados que huyen con más o menos prisa, y entre ellos está Umberto con su fiel perro. Vuelven a casa y entendemos que la carencia económica es uno de los problemas clave del anciano junto con la soledad y el sentirse marginado en una sociedad que va transformándose a su alrededor. Sobrevive vendiendo los pocos enseres que le van quedando cada día, su reloj, sus libros, alguna joya familiar... siempre insuficientes para respirar tranquilo.
María, la muchacha, es su apoyo, pero también tiene sus problemas: está embarazada sin saber con certeza de quién, tras dos encuentros consumados con dos soldados de un cuartel cercano, y sin decirle nada a ninguno de ellos. Hay una escena tan magistral como simple, en un amanecer en el que la vemos levantarse con sueño, encender el hornillo de gas y mirar los patios traseros por los que pasean un par de gatos. Alarga el pie y cierra la puerta, como buscando intimidad, y empieza a moler café en una secuencia de unos cuatro minutos, con ese minimalismo casi espontáneo que decíamos antes.
Pero todo puede ir a peor. Umberto enferma, lo llevan al hospital -por pocos días- y al volver a casa se la encuentra en obras porque la dueña se va a casar, y además su perrito se ha escapado. Al fin lo recupera en la perrera (en una emocionante escena), pero sin tener donde vivir recurre a un amigo para un préstamo, negado, y piensa en el suicidio mientras se despide de María, su única amiga. Con su hábil chucho -que sabe coger el sombrero en la boca y pedir sobre las patitas-, recurre a la mendicidad, o extendiendo la mano lleno de vergüenza. Desesperado y cansado de todo abraza a Flike e intenta arrojarse a un tren en las afueras, pero el perro salta asustado y él detrás. Con un final abierto, y sus protagonistas alejándose por un parque termina una crónica desesperanzada de un anciano y sus días interminables y difíciles.
Como siempre, Vittorio de Sica no recurrió a profesionales para encarnar a sus criaturas, salvo un cameo de Memmo Carotenuto. Umberto lo encarna con exactitud Carlo Battisti, un profesor de la Universidad de Florencia, que no volvió a ponerse ante las cámaras, mientras María corre a cargo de Maria-Pia Casilio, sin experiencia previa, redondeando entre todos una cinta que lleva al neorrealismo a su punto extremo, en simplicidad y contundencia, siempre con el trasfondo de una Roma decrépita que apenas puede presumir de su increíble monumentalidad. Como era de esperar, Umberto D. fracasó en taquilla y no tuvo la repercusión crítica de Ladrón de bicicletas, tan galardonada y aclamada, incluso considerada durante años como la mejor película de la historia del cine. En lo ideológico fue rechazada tanto por la Democracia Cristiana de Andreotti como por los grupos de izquierda, que la acusaron de negativista y derrotista.
Sin embargo, vista ahora, resulta una cumbre indudable de ese neorrealismo italiano que, en su sencillez, marcó un hito en el cine europeo, un cine donde aparentemente no pasa nada, salvo unos seres y unas vidas reflejadas tal cual. Y un matiz final: cuando hemos dicho que en la cinta no intervienen actores profesionales no es del todo cierto, en ella hay uno y estupendo, el perrito Flike, llamado Napoleone en realidad, adiestrado y con apariciones en programas radiofónicos cara al público e incluso en algunos teatros de music-hall...
(24-06-2023)
89'