Pelicula:

Tras graduarse en Filosofía en la Universidad de Varsovia y en interpretación en la Academia de Teatro de la capital polaca, Jacek Borcuch comenzó en el cine como actor a partir de 1995, para, desde 2000, asumir también funciones de director, tanto en cine como en televisión. Desde entonces tiene una carrera no demasiado dilatada (cinco largometrajes, incluido este, y algunas series de televisión), además de haber estado en el staff político del liberal Bronislaw Komorowski, quien fuera presidente de la República de Polonia entre 2010 y 2015.

Volterra, en la Toscana italiana, en nuestros días. En ese paisaje idílico vive desde hace décadas (desde que en la Polonia comunista de finales de los años ochenta el general-presidente Jaruzelski decretó el estado de sitio para frenar el avance de la sociedad democrática en torno al sindicato Solidaridad) la poetisa Maria Linde, galardonada con el Premio Nobel de Literatura. Vive allí con Antonio, su marido italiano, ya sexagenario como ella, su hija Anna y sus nietos. Maria mantiene un idilio más o menos clandestino con un inmigrante egipcio (cristiano copto, subraya la escritora, en un momento del film). Tras un atentado terrorista en Roma, con decenas de muertos y heridos, la poetisa recibe un premio en el que se despacha a gusto hablando de esa masacre como “una obra de arte”, y asegurando su intención de devolver el Premio Nobel a Estocolmo por la hipocresía de la sociedad.

Pero lo cierto es que a Un atardecer en la Toscana le pasa un poco como a su protagonista, que tiene una empanada mental de difícil clarificación. Porque el personaje de Maria Linde, sobre el que gira obsesivamente la trama, tiene un comportamiento errático que a veces parece estar a favor de la inmigración, otras en contra (se la llega a comparar con Michel Houellebecq, el campeón del tema en Europa), y termina hablando de la masacre como una obra de arte en lo que parece una provocación gratuita y, desde luego, insultante para los muertos y los heridos, incluso aunque en este caso sean ficticios, porque los  hay reales, y a centenares. En un discurso demagógico y confuso, Borcuch mezcla churras con merinas, inmigración y terrorismo, racismo y revancha. Y todo eso no precisamente con buenas maneras cinematográficas, sino con esa arrogancia del que no sabe pero cree saber, en una película en la que cada diálogo, aunque esté puesto en boca de una mocosa de nueve años, parece nacer con la vocación de ser enmarcado.

Añadan a esta trama central algunas colaterales e interconectadas, como la extraña relación de la protagonista con el marido, con el amante, con la hija y la nieta, con el comisario de policía y hasta con un periodista más pesado que un tanque en la solapa, con algún momento de intriga tirando a idiota, como la desaparición del nieto más pequeño; sazónese todo con una ensalada de idiomas (contamos hasta tres lenguas distintas, italiano, polaco y francés), para que nos admiremos de lo cosmopolita que es el personaje central y sus adláteres, y el resultado final será este indigesto pastiche cuyo mayor mérito radica en su moderada duración, apenas hora y media cuando, en estos casos, el cineasta que cree que está haciendo una obra maestra suele endilgarnos dos horas y media o tres horas de castaña pilonga: gracias, Jacek...

La mítica Krystyna Janda, que fuera musa de Andrzej Wajda (estuvo en El hombre de mármol, Sin anestesia, El director de orquesta, El hombre de hierro), lleva sobre sus hombros todo el peso del film; hace Krystyna un trabajo esforzado, y ella es, seguramente, lo mejor de una película lamentablemente fallida: no parece que para preguntarse por Europa y su papel en el mundo sea necesario incurrir en estériles provocaciones que, ciertamente, lo único que hacen es ayudar a que tipos como Salvini terminen (como terminarán) de primer ministro de su país, para que recordemos, con Brecht, que “la puta que parió a Hitler está en celo de nuevo”...


 


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92'

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Un atardecer en la Toscana - by , Jul 02, 2019
1 / 5 stars
¿Una masacre como obra de arte?