Número uno en la taquilla francesa, Vidocq es por el momento el último ejemplo del gran aprecio que tiene el cine francés por el género fantástico, que además le está dando excelentes beneficios económicos y una gran difusión en otros países. En realidad es una tradición de la cinematografía gala, que se revitalizó ya a finales de los años ochenta con Delicatessen, la curiosa cinta de Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro, autores que repitieron con La ciudad de los niños perdidos. Estamos ante el mismo universo visual y conceptual que en Amelie, pero el tono ingenioso y tontorrón del film de Jeunet se vuelve aquí malsano, intrigante y policíaco, en torno a la figura de un detective que en 1830 tiene que enfrentarse a los crímenes de un misterioso personaje apodado El Alquimista. Una historia interesante, de apuntes borgianos, que lamentablemente se tira por la borda a causa de la lamentable labor realizadora del señor Pitof (seudónimo de Jean-Christophe Comar, colaborador de los autores antes citados), que imprime a la cinta un ritmo de videojuego, una planificación agobiante y un uso delirante, reiterativo y mareante de los efectos visuales, que se convierten en su artificiosidad en los protagonistas de Vidocq. Todo es virtual, todo es mentira, todo es falso en esta alucinante sucesión de estampitas digitalizadas, a las que parecen haberse aficionado los directores franceses, incluso el veterano Eric Rohmer en su pesadísima y reaccionaria La inglesa y el Duque. Con improbables peleas acrobáticas del gordo Depardieu y el asesino, el film termina por aburrir con sus excesos y hace que otra cinta fantástica francesa, la entretenida y reciente El pacto de los lobos, resulte un prodigio de sobriedad.
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