Vive y deja morir

Sean Connery, tras Solo se vive dos veces (1967), anunció su intención de abandonar el personaje de James Bond, el agente secreto del servicio de inteligencia británico que imaginó el novelista Ian Fleming, queriendo huir de esta forma del encasillamiento de un rol que, ciertamente, le iba como un guante al escocés. Pero el actor elegido para sustituirle, el galés George Lazenby, se mostró incapaz de mantener el envite y la única película en la que interpretó al famoso espía británico, 007 Al Servicio de Su Majestad Británica (1969), fue un épico fracaso económico y crítico. Así las cosas, Albert Broccoli y Harry Saltzman, los entonces productores de la franquicia, logran convencer a Connery para que vuelva al papel, lo que hará en Diamantes para la eternidad (1971), pero después se ratificará en no volver a interpretarlo. Curiosamente, años más tarde sí que lo haría, aunque en un tono muy diferente (y con otros productores) al de sus primeros films 007; el título de esa postrera cinta sería, muy apropiadamente, Nunca digas nunca jamás (1983).

Tras la defección de Connery una vez rodada Diamantes para la eternidad, Saltzman y Broccoli eligen a Roger Moore como nuevo James Bond, al ser este intérprete londinense entonces muy popular por su protagonismo en famosas series televisivas como Los persuasores y, sobre todo, El santo, en una línea no muy distinta de la saga bondiana, aunque con más dosis de humor irónico. El primer filme de esta nueva etapa de la serie es este Vive y deja morir, quizá de los mejores de Moore, lo que no es decir demasiado, pues el período en el que este actor interpretó a Bond no se caracterizó precisamente por su calidad ni buen nivel.

En esta ocasión el agente del doble cero, tras varios asesinatos de compañeros del MI6, habrá de vérselas con un "capo" del narcotráfico norteamericano con inesperada doble personalidad, que pretende dominar la economía USA desde el poder de los alucinógenos, en un film con un look y una temática que recordaba poderosamente el fenómeno del “blaxploitation”, el cine rodado específicamente para la comunidad afroamericana, entonces muy en boga con películas como Shaft y sus secuelas.

Ambiente más o menos exótico y ciertas dosis de vudú y magia negra para turistas es lo que ofrece este relato conducido por el profesional pero artísticamente muy limitado Guy Hamilton, en el que destaca la bellísima Jane Seymour, notable chica Bond, además de Yaphet Kotto, que hace un villano bastante potable.