Serie: Intimidad

Estreno en Netflix.

La génesis de esta serie vasca que combina thriller político, social y sexual puede estar con toda probabilidad en dos sucesos que hace algún tiempo impactaron en la sociedad española, aunque con muy distinta conclusión. El primero sería el caso de Olvido Hormigos, concejal socialista en el ayuntamiento de Los Yébenes, en Toledo, quien en 2012 vio como un antiguo novio difundía públicamente un vídeo suyo de carácter marcadamente sexual, lo que haría que se llevara a juicio el tema, aunque finalmente se saldó sin condena al entender la ley (la de entonces, después fue modificada, precisamente a raíz de este caso) que no había delito si el vídeo no había sido robado. Posteriormente Olvido, ya fuera de la política, se dedicó a explotar su popularidad en programas de la telebasura. El otro suceso al que nos referimos es el de Verónica, una trabajadora de la fábrica de camiones Iveco, en Alcalá de Henares, de quien se difundió en 2019 entre sus compañeros un vídeo suyo de tipo sexual; la mujer entró en crisis y se suicidó, dejando marido y dos niños pequeños. La justicia archivó el caso al no encontrar quién filtró el vídeo, y también dictaminó, en una decisión cuando menos cuestionable, que esa difusión no propició el suicidio de la mujer (sin comentarios...).

Pues inspirándose muy libremente en esos dos casos, la productora vasca Txintxua Films presenta esta serie de 8 episodios que, ciertamente, tiene su interés. Las dos historias paralelas que confluirán a lo largo de la trama se ambientan en el País Vasco, en nuestros días. En una de ellas conocemos a Malen, primera teniente de alcalde de Bilbao, a quien todos ven ya como futura primer edil de la capital vizcaína, una vez que el alcalde, Lezcano, va de retirada. Malen está casada, aunque el matrimonio, de mutuo acuerdo, hace cada uno su vida en el aspecto sexual; tienen una hija adolescente, Leire, que no sabe de la situación sentimental de sus padres. Su mundo se convulsiona cuando se difunde a través de los medios un vídeo de carácter sexual en el que se la ve a ella haciendo el amor con un hombre en una playa. Ello provocará un terremoto en su vida privada, pero también en su vida política, afectando seriamente a su carrera. Por otro lado, Ane es una joven que vive con su pareja, Kepa, y los hijos menores de este; Ane lleva viviendo un calvario varios días, desde que alguien filtró a sus compañeros de la fábrica un vídeo de ella en el que intervenía en una orgía. Incapaz de soportar las burlas, las humillaciones, el escarnio de sus propios compañeros, y de afrontar el tema con su pareja, que desconoce ese asunto, Ane se suicida en el mar. Su hermana Begoña, con la que estaba muy unida, afrontará el hecho de que el suicidio de su hermana está íntimamente conectado con la difusión del vídeo sexual...

El tema central de la serie es, por supuesto, el derecho de la mujer (y del hombre, por supuesto) a su intimidad sexual, a que no sea revelada sin su consentimiento bajo ningún concepto, pero no solo es ese su tema: también habrá lugar para la denuncia de la masa como sujeto linchador de aquellos (más bien aquellas...) que son objeto de publicación de su intimidad, como si en lugar de solidarizarse con esas personas, la masa cobarde sintiera placer en cebarse con ellas, en profundizar en la humillación, en la burla, todavía bajo el execrable pensamiento de que la mujer no es libre  para ejercer la sexualidad cuando, como y con quien quiera, y que ello pertenece a su estricta intimidad y, en todo caso, a su familia. Pero aún hay más temas: las triquiñuelas políticas para zancadillear a quien se considera un estorbo para ganar elecciones, en una visión ciertamente nada halagüeña de la clase política (aquí sería el PNV, que gobierna Bilbao desde las primeras elecciones municipales de la democracia, allá en 1979, aunque se entiende que el “leñazo” es extensible a todos los partidos), pero también a los empresarios, que no dudarían, según este audiovisual, en utilizar medios legales o ilegales para conseguir sus fines y tener en el gobierno municipal a alguien afín. Incluso, en el tema social, habrá tiempo para el miedo a salir del armario, en este caso el de la inspectora Alicia, de la Ertzaintza, la Policía autonómica vasca, seguramente el personaje más sereno de la serie, pero con fuertes reservas a darse a conocer como lesbiana, a pesar de su amor sin fisuras con su pareja.

Intimidad tiene una buena factura, como corresponde a una producción costeada y dirigida por varios cineastas ya veteranos, como Jorge Torregrossa y Ben Gutteridge, aunque la dirección de la serie ha correspondido a dos guionistas, Verónica Fernández y Laura Sarmiento, de larga trayectoria en el audiovisual español, estando detrás de series tan exitosas como Crematorio, Isabel, Hospital Central, Velvet Colección y El príncipe, entre otras. El resultado es satisfactorio, si bien debemos decir que, en especial al comienzo de la serie, se aprecia un cierto tono artificioso, como si los personajes no terminaran de encontrar su sitio, con diálogos y situaciones no especialmente afortunados que nos hicieron temer que pudiéramos estar ante uno de esos productos prefabricados, a los que tan dados son en Netflix. Menos mal que, conforme va avanzando la intriga, la historia va ganando en humanidad y los personajes parecen personas y no muñecos de cartón piedra, yendo claramente la serie de menos a más.

Es interesante el uso de la voz en off de la suicida, el personaje de Ane, un poco a la manera del rol de William Holden en El crepúsculo de los dioses, pero también de la más reciente Mujeres desesperadas, con la que la serie tiene más de un nexo en común. Esa voz en off, un tanto discursiva pero en absoluto inane, se va ampliando al resto de los personajes: Malen, Begoña, Leire, Alicia... siendo bien utilizada, jugando incluso a interpelar a los otros personajes, aun cuando estos, evidentemente, no son conscientes de esas palabras, en preguntas de carácter retórico que buscan reflexionar sobre los hechos que suceden, sobre el horror de las situaciones (y las diferentes formas de afrontarlo) a las que se ven abocadas las protagonistas por la difusión de su intimidad.

La serie juega con fluidez con distintos tiempos, tanto los actuales en los que ya se ha producido la difusión de los vídeos, como los pasados, que nos ayudarán a conocer mejor a las protagonistas, sus familias, sus vidas y circunstancias. Fiel al concepto de transversalidad generacional que es ya un fijo en los audiovisuales actuales, tendremos no solo las líneas argumentales de los adultos sino también una secundaria relativa a Leire, la adolescente hija de Malen, para cubrir el segmento más joven del público, en una historia que, al margen de lo sucedido con su madre, reproduce, a su escala (aunque en una clave distinta), su sensación de ser traicionada por su pareja con esas grabaciones sexuales que, ciertamente, como las escopetas, las carga el diablo.

Otra cosa es que, desde el punto de vista legal, es de todo punto imposible que, a día de hoy (que es cuando se ambientan estas historias), ese tipo de vídeos íntimos se puedan emitir impunemente en las televisiones, cosa que está rigurosamente prohibida y que le hubiera costado el puesto (y probablemente la cárcel...) a todo el "staff" directivo de las cadenas implicadas. Pero ya se sabe que para eso están las licencias artísticas, aunque aquí sean más falsas que Judas...

Es evidente, por otro lado, la mirada genuinamente femenina de la serie. Por supuesto, nada que objetar: llevamos más de cien años haciendo cine con mirada masculina, incluso abrumadoramente masculina, así que parece lógico que se hagan también productos con nítidas visiones de mujeres. Lo que no parece tan lógico es que, como para compensar, se haga que algunos de los personajes masculinos (todos ellos hasta entonces pintados de forma muy negativa), como el marido y el padre de Malen, en los capítulos finales se tornen en seres sensibles y mucho más humanos de lo que parecían al principio, porque ese cambio no está fundamentado y suena a impostado, a falaz.

En el fondo la serie es un “whodonit”, un “quién lo hizo”, pero en este caso no sobre quién mató a quién, sino quién difundió los dos vídeos sexuales, y esa intriga se mantiene prácticamente hasta el octavo y último capítulo, en el que todo cuadrará y se encauzará de forma razonable.

Si tuviéramos que elegir, diríamos que la mejor de las dos historias es la de la suicida, bien tramada en la forma en la que esta mujer, que ha sufrido el acoso y la dependencia de un tipo infecto que finalmente la hunde, tiene que intentar lidiar con algo que la supera, que la hace sentirse la execrable persona que no es. Una historia que, ciertamente, está muy bien servida por Verónica Echegui, y no digamos por Patricia López Arnaiz, que interpreta a su hermana; Patricia en concreto tiene dos escenas (ante la psicóloga de Ane y ante la hija de Malen, cuando ésta le ha partido la cara a su ex) realmente extraordinarias, de voltaje emocional excepcional.

Bien el resto del reparto, con una Itziar Ituño (la policía de las temporadas iniciales de La casa de papel) que da muy bien el personaje, una política ambiciosa que, sin embargo, se sentirá vejada y humillada en lo más hondo de su ser por la difusión de algo que pertenecía a su más estricta intimidad.

Interesante la utilización por parte de las creadoras de elementos que son utilizados con una evidente carga simbólica: la cama elástica en la que Begoña no quiere saltar, lo que terminará haciéndolo para plasmar así gráficamente su entrada en la vida de la familia de la pareja de Ane; y el regalo a otra persona de la serpiente que era la mascota de su hermana suicidada, como una forma de pasar página y de encarar el resto de su vida, aunque desde una posición mucho más activa en la lucha contra injusticias como la que acabó con la existencia de su hermana.


Intimidad - by , Jul 07, 2022
3 / 5 stars
Hundir la vida con un vídeo sexual