Disponible en Netflix.
El esoterismo en todas sus vertientes (parapsicología, ufología, psicofonías, fenómenos paranormales, visiones paralelas de la Historia...) siempre ha tenido su público, en España y en todo el mundo. Aquí en nuestro país se hizo célebre el doctor Jiménez del Oso allá por los años setenta y ochenta con programas de televisión sobre el tema, como también Antonio José Alés, en los ochenta, con espacios radiofónicos “ad hoc”, como el titulado Medianoche, y, por supuesto, el periodista y escritor Juan José Benítez, con una larga bibliografía de variopinta temática esotérica. Actualmente el más conocido de este tipo de “comunicadores” es Iker Jiménez, con programas televisivos como Cuarto milenio, de gran popularidad. En cine ha habido también algunos “ilustres” antecedentes, como el suizo Erick Von Daniken, que alcanzó cierta fama allá por los setenta con films como Recuerdos del futuro y regreso a las estrellas.
Quiere decirse que este tipo de “otras miradas” (no necesariamente bien armadas en lo científico, sino más bien al contrario...) cuentan con un público abonado a sus tesis con frecuencia abracadabrantes. Otra cosa será, por supuesto, desde un punto de vista puramente fílmico, que el audiovisual sea solvente y funcione como tal producto. Eso es lo que sucede, a nuestro entender, con esta curiosa serie, Los apocalipsis del pasado, miniserie de 8 episodios producidos por ITN Productions, la productora de la cadena televisiva de noticias Independent Television News (ITN), distribuida en todo el mundo por Netflix. Con Marc Tiley como creador, realizador televisivo de larga trayectoria, a veces en el mundo de la pseudociencia, pero también en productos informativos “normales”, la serie se apoya de forma abrumadora en la figura del periodista y supuesto historiador escocés Graham Hancock, quien conduce los ocho capítulos intentando demostrar su tesis, que no es otra que la visión de los historiadores y arqueólogos “oficiales” sobre la Historia de la Tierra en los últimos 15.000 años está equivocada, apoyándose el británico en una serie de monumentos megalíticos de la antigüedad prehistórica para convencernos de que es posible que existiera una civilización perdida que, por alguna convulsión apocalíptica de carácter mundial, como el llamado “Joven Dryas”, sucumbiera, y solo quedaran algunos miembros diseminados por el mundo que transmitieron sus conocimientos e hicieron que los “sapiens” de la época, que eran cazadores-recolectores, por tanto nómadas, se convirtieran “repentinamente” en sedentarios una vez que descubrieron la agricultura.
Cada uno de los ocho capítulos se centra en uno o varios monumentos o yacimientos arqueológicos prehistóricos. Llevan por títulos los siguientes (entre paréntesis indicamos los monumentos o yacimientos estudiados en cada uno de ellos): 1) Una vez hubo una inundación (Gunung Padang, en Indonesia). 2) Superviviente en tiempos de caos (Cholula, en México). 3) Ascendente sirio (Templos megalíticos de Malta). 4) Fantasmas de un mundo ahogado (Bimini Road, en islas Bimini, cerca de Florida). 5) Legado de los sabios (Gobekli Tepe, Karahan Tepe, en Turquía). 6) La civilización perdida de América (Poverty Point, Serpent Mound, en Estados Unidos). 7) Invierno fatal (Derinkuyu, Ciudad subterránea de Kaymakli, en Capadocia, Turquía). 8) Cataclismo y Renacimiento (Scablands acanalados, Missoula Floods, Murray Springs, hipótesis impacto Joven Dryas).
Graham Hancock va trenzando un camino en principio de apariencia inexpugnable, de un lugar a otro del mundo, enseñando aquellos elementos que podrían abonar su tesis, con imágenes ciertamente impactantes en las que parece innegable que se atisba otra posible Historia distinta a la oficial. Claro está que Hancock y el realizador Tiley usan lo que les interesa de esos monumentos o yacimientos, y se encargan de dar su visión parcial, sin contrastarla nunca con otras posibles miradas diferentes; en todo caso, los expertos consultados que aparecen son siempre sospechosamente cercanos a la tesis oficial de la serie, con lo que ciertamente resultan desacreditados por su probable parcialidad.
Para evitar precisamente que su figura sea desacreditada, Hancock recurre al viejo truco de adelantarse a sus adversarios, haciendo público que en Wikipedia le llaman “pseudocientífico” y “pseudohistoriador”, con lo que, como se dice coloquialmente en España, se cura en salud, saliendo al paso de esas posibles críticas. Hancock, que hasta los años noventa del pasado siglo XX se desempeñó como periodista al uso, especializado en temas de desarrollo económico y social, en periódicos prestigiosos como The times o The guardian, a partir de esa década deriva hacia las teorías que barajan hipótesis paralelas a las oficiales respecto a los hechos de la Prehistoria, convirtiéndose en una voz de referencia en ese tipo de visiones “diferentes” de las canónicas establecidas por historiadores y arqueólogos científicos.
Lo cierto es que cada monumento megalítico que se nos presenta en la miniserie es una pequeña maravilla, con independencia de si la tesis expuesta por Hancock es cierta o no, y están muy bien expuestos, contados cada uno de los episodios con una narrativa intrigante y amena que no cansa. Tiley, como realizador, hace una hábil utilización de la cámara rápida digital, confiriéndole con ello una evidente contundencia al relato.
Hancock expresa ante las cámaras su tesis de que todos los movimientos megalíticos que aparecen en la serie serían como “cápsulas del tiempo” de los supervivientes de esa civilización superior, llámese Atlántida u otra cultura similar, muy avanzada para su época, que al extinguirse casi totalmente habrían sin embargo podido ayudar a los hombres a empezar de nuevo. Claro que su más evidente talón de Aquiles está precisamente en el hecho de que lo que vemos son los presuntos efectos (los monumentos megalíticos que se nos muestran) de esa supuesta civilización perdida, pero absolutamente nada de la civilización propiamente dicha: ¿Atlántida? ¿Extraterrestres que, a la manera de Prometeo, trajeron el conocimiento a los entonces muy atrasados humanos? Meras hipótesis que Hancock pretende se desprendan de yacimientos arqueológicos sobre los que hay disparidad de interpretaciones.
La serie, por supuesto, nos lleva por los caminos que interesan al presentador, haciendo las comparaciones y presentando las similitudes que mejor le convienen, poniendo el dedo en la llaga de la renuencia de la arqueología oficial (Hancock siempre habla con un punto de desprecio de “los arqueólogos”) hacia cualquier otro punto de vista que no sea el establecido en la Historia tal y como la conocemos.
También es cierto que esos arqueólogos tampoco se puede decir que rebatan muy documentadamente las tesis hancockianas, sacando a pasear el fantasma del “racismo” cuando hablan de que las teorías del periodista escocés propalan “el supremacismo blanco”... Desde luego, no será con descalificaciones como esa, de grueso trazo y que se cae por su propio peso, con la que “los arqueólogos” podrán combatir con éxito las tesis de Hancock.
En definitiva, estamos ante una serie bien armada, que juega sus bazas astutamente, con intriga, con medias verdades y preguntas lanzadas al aire, todo ello mucho más efectivo que las afirmaciones rotundas que no se pueden mantener documentadamente. Busca (y en buena medida lo consigue...) sembrar la duda en el espectador sobre su tesis, la de que hubo una civilización (terrestre o extraterrestre) que se extinguió totalmente al final de la Edad de Hielo, extinción que probablemente tendría lugar por el fenómeno conocido como el “Joven Dryas”, catástrofe que arrasó todo el planeta, descrito por Wikipedia como “...un retorno a las condiciones glaciales que revirtieron temporalmente el calentamiento climático después del Último Máximo Glacial”.
Como afirma la famosa locución italiana, “se non è vero, è ben trobato”, “si no es verdad, está bien compuesto, o bien armado”. Es posible, incluso probable, que la tesis expuesta en esta miniserie sea una patraña... pero qué bien expuesta, qué bien llega al espectador, hasta hacerlo dudar...