Serie: Los emigrantes

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A principios de los años setenta el cineasta sueco Jan Troell consigue un notable éxito (a su escala) con el díptico compuesto por las películas Los emigrantes (1971) y La nueva tierra (1972), que narraba la historia de una familia escandinava que emigraba a Estados Unidos a mediados de los años cincuenta del siglo XIX, acuciados por la hambruna de su país. Ambas cintas obtuvieron varios premios, entre ellos el Globo de Oro a la Mejor Película Extranjera y a Liv Ullmann como Mejor Actriz de Drama. Medio siglo después, esta ambiciosa coproducción televisiva entre tres países nórdicos, Suecia, Noruega y Dinamarca, más otro oceánico, Nueva Zelanda, busca reeditar, en modo “remake” en formato de serie, aquellos laureles.

Sobre la novela de Vilhelm Moberg, publicada en 1949, que ya sirvió de base para el anterior empeño cinematográfico, el director noruego Erik Poppe, conocido por anteriores films que tuvieron una distribución internacional, como el drama histórico La decisión del rey (2016) y Utoya: 22 de julio (2018), sobre la masacre estudiantil de 77 jóvenes estudiantes que perpetró un terrorista de extrema derecha, afronta este duro relato de supervivencia y resistencia que se inicia en Suecia en 1849; conocemos entonces, en una pequeña población rural del país escandinavo, a la familia formada por Karl-Oskar, Kristina y sus tres hijos pequeños. Viven con los padres de ella, pero las calamidades y penalidades se ceban con el núcleo familiar, acariciando el paterfamilias la idea de emigrar a Estados Unidos, porque amigos emigrantes al estado de Minnesota le han contado que allí es posible prosperar. Kristina es reticente a marchar, porque quiere que sus hijos crezcan donde ella se crio. Una de sus hijas muere de una indigestión de gachas calientes. Es el detonante para que, finalmente, la mujer acceda a marchar, aunque eso le granjea la hostilidad de los familiares que quedan en el pueblo...

A lo largo de 3 capítulos, la miniserie nos cuenta esta historia de penalidades y desastres personales, desde la pérdida de uno de sus miembros hasta las duras condiciones tanto del viaje hasta el Nuevo Mundo como después, una vez que allí, como era de prever, tampoco ataban los perros con longanizas. Kristina, personaje central del film, se pregunta en off con frecuencia qué significa el hogar, dónde está, si en la tierra que te vio nacer o donde ves crecer a tus hijos, finalmente el dilema sobre el que gira este intenso drama en el que todo lo que puede salir mal, sale mal... La propia cita que encabeza el primer capítulo, “la vida humana es un fin en sí mismo”, ya da pistas sobre el sentido de la miniserie, una apuesta decidida, a la vez que matizada, por la vida humana con independencia de dónde tenga que desarrollarse, finalmente un canto a la búsqueda de nuevos horizontes si ello es necesario para realizarse como personas, como seres humanos.

La historia que se nos cuenta es, además de una historia de penalidades para procurar una vida mejor a los hijos (quizá el tema clásico por excelencia de la familia, del ser humano), la  historia de una evolución, la de Kristina protagonista, la esposa y madre, sobre la que gira la trama, estando vista ésta desde su perspectiva, la de una mujer inicialmente conservadora, temerosa, muy religiosa, y cómo el paso del tiempo y el conocimiento de otras formas de vivir (como la de Ulrika, la puta a la que en principio desprecia y luego entenderá que es mucho mejor persona que las beatas de la comunidad) le permitirán abrirse, ser más tolerante, apreciar lo que de verdad vale y lo que no es sino fanatismo intransigente, siendo capaz de escapar de un ambiente en el que todo gira en torno a la religión, en una comunidad asfixiantemente teocentrista y teócrata.

Lo más llamativo, como queda dicho, es la cadena (casi condena...) de penalidades que le suceden a la familia protagonista, una tras otra, penalidades que ellos encajan con una paciencia infinita, con la tenacidad de los pobres. Pero también hay cierto aliento poético, con declamaciones en off de ella de un sentido aliento lírico o filosófico. Miniserie quizá un tanto esquemática pero efectiva, resulta sin embargo emocionante por las penalidades pasadas y por la difícil evolución a la que se ve abocada la protagonista.

Formalmente Poppe confirma su buena mano en la puesta en escena, con una filmación clásica, sin florituras, elegante pero con sobriedad; por otro lado, está bien ambientada, curiosamente en Rumanía, tan lejos de la Minnesota donde supuestamente acontece la parte americana. Gusta que se huya siempre de lo que solemos llamar “miseria de diseño”; así, el vestuario se aprecia razonablemente modesto, con una atinada reconstrucción de la Suecia y la América de mediados del siglo XIX, con una pobreza que no resulta falsa. A destacar también que el director de la miniserie juega interesantemente con los colores poco vivos durante la parte inicial en Suecia, para acentuar la sensación de miseria que aboca a la familia a la emigración.

Muy hermosa la música de Johan Söderqvist, teñida de melancolía, apoyándose fundamentalmente en instrumentos de viento y cuerda, con sones étnicos con frecuencia ominosos, para resaltar el tono trágico del audiovisual. Buen trabajo actoral, con Lisa Carlehed totalmente entregada en su papel protagónico, y en un rol secundario, Sofia Helin, que ganó fama con su peculiar papel de policía Asperger en la serie El puente.

La familia lleva consigo en su éxodo hacia América un pequeño árbol de manzano que le regala la abuela; un manzano que se convertirá en un símbolo de su propia existencia, también de su resistencia contra viento y marea, un pedazo de Suecia a miles de kilómetros de la tierra amada, donde arraigará para convertirse en el nuevo hogar de la familia.



Los emigrantes - by , Oct 26, 2022
3 / 5 stars
El manzano de la abuela