Arsène Lupin es un personaje creado por Maurice Leblanc a principios del siglo XX, protagonista de una serie de aventuras de intriga, en la que ese personaje, un ladrón de guante blanco, conseguía realizar ingeniosos robos, burlándose constantemente de la ley, pero siempre con elegancia y buen gusto. Las novelas, relatos y obras teatrales sobre Lupin gozaron en su momento de gran popularidad, una popularidad que llega hasta nuestros días, habiéndose reeditado constantemente todo el fondo editorial dedicado a este caballero ladrón, y llevado a la pantalla, en cine y televisión, en numerosas ocasiones.
En esta serie Lupin (subtitulada en Francia Dans l’ombre d’Arsène, “a la sombra de Arsène”) la historia se ambienta en nuestros días (con flashbacks a 1995), y su originalidad consiste en que el protagonista, Assane Diop, toma como base las novelas de Leblanc sobre el caballero ladrón para poder actuar contra Hubert Pellegrini, el ricachón que, un cuarto de siglo atrás, engañó, vejó y llevó a la cárcel a su padre, un inmigrante senegalés que llegó a Francia con su hijo adolescente, y al que el pérfido millonetis embaucó arteramente para hacerse con un dinero muy curioso y echarle a él la culpa que no tenía. Diop, voraz lector de las aventuras de Lupin, se inspirará en estas para dar sus golpes, casi siempre relacionados con su venganza contra Pellegrini, pero también, con frecuencia, para precaverse de la acción de la Policía y eludir su largo brazo.
La serie, cuando se escriben estas líneas, está compuesta de diez episodios, en dos tandas o temporadas de cinco cada una. Como es habitual, entre una y otra temporada la acción queda pendiente, en álgido, en un intenso “cliffhanger”, un momento culminante en el que alguno de los personajes corre grave peligro.
Es evidente que de los clásicos es posible obtener inspiración para nuevas obras que, apoyándose en su esencia, desarrollen historias nuevas: es el caso. Sobre la literatura “pulp” de Leblanc y su celebérrimo personaje Lupin, Assane Diop será un formidable caballero ladrón, un hombre al margen de la ley que, sin embargo, lucha contra gente infinitamente peor que él; además, Diop/Lupin jamás cometerá delito alguno (mucho menos de sangre) que no esté directamente relacionado con su causa, que no es otra que la de vengarse de Pellegrini y, por encima de todo, limpiar la figura de su padre, un hombre bueno muerto en la cárcel lleno de vergüenza por un delito que no cometió, un delito inexistente al que fue pastoreado canallescamente por el muchimillonario de nulos escrúpulos.
La serie, por supuesto, se enriquece con otras historias secundarias, que se entreveran con la principal, como la del protagonista y su hijo Raoul, o la relación de Diop con su exmujer, o su férrea amistad con su único amigo de infancia, o sus juegos del ratón y el gato con la Policía, cuerpo en el que solo uno de sus miembros se percatará pronto de que el afrofrancés se está inspirando en las aventuras de Lupin para ejecutar sus “golpes”, para burlar a la justicia, para dar los pasos necesarios para que esa justicia sea de verdad, no la que se inclina ante el poderoso y se hace fuerte contra el débil.
Los creadores de la serie, el anglosajón George Kay y el francés François Uzan, consiguen un producto formalmente de acabado perfecto, intrigante, ameno, entretenido, que habla de cómo la honestidad no siempre ha de estar dentro de la ley, sino que es un valor en sí mismo, y que a veces hay que actuar como un “outsider” para hacer lo correcto. Es también, por supuesto, un producto lleno de sorpresas impactantes, inspiradas casi siempre en las imaginativas aventuras concebidas por Leblanc para su serie de historias sobre Arsène Lupin, que los creadores de la serie adaptan ingeniosamente a las peripecias de este ladrón de cuello blanco que, ciertamente, no defrauda las expectativas puestas en él.
Omar Sy, que alcanzó la fama con su personaje de peculiar cuidador de un huraño tetrapléjico en Intocable (2011), resulta un convincente y carismático ladrón de cuello blanco; Ludivine Sagnier, pasada ya su época de nínfula evanescente, afronta la madurez con papeles interesantes como este, la madre demediada entre el conservadurismo maternal y el amor que (aunque no quiera reconocerlo) siente todavía por el que fue su hombre desde tan joven. Del resto nos quedaríamos con el villano que hace Hervé Pierre, un malvado absoluto, sin resquicio para la bondad, en el que los creadores han cargado las tintas, con buen criterio, para que las añagazas a las que es sometido por Diop resulten no solo moralmente aceptables sino absolutamente necesarias...