Lo peor que le puede pasar a una serie, y también a una película, es que se le note que quiere “parecerse a”, que pretende estar en línea con otras series o films que hayan tenido éxito, o al menos cierta relevancia. A esta Néboa le pasa algo así: su historia está trufada de clichés que ya hemos visto “ad nauseam” en otros productos similares, productos comerciales de mayor o menor entidad, que en este caso, quizá por lo menguado de los recursos económicos y creativos de que se han dispuesto, resulta en una obra claramente fallida.
La historia comienza en 2019 en la ficticia población costera gallega de Néboa, que da nombre a la serie. En el contexto del "entroido” o carnaval (verídica tradición de la vieja tierra galaica), se descubre en las afueras del pueblo el cadáver de una adolescente cuyo rostro ha sido cubierto con una especie de máscara tallada en madera, una máscara muy popular en la localidad y que es con la que se cubren tradicionalmente los participantes en el “entroido”. La teniente de la Guardia Civil Mónica Ortiz llega al pueblo para encargarse de la investigación del crimen; es recibida por el teniente Ferro y la sargento Carmela Souto, quienes le informan de que asesinatos similares, con un “modus operandi” semejante, ya se produjeron en el pueblo anteriormente en fechas tan distintas como 1919 y 1989. La teniente de la Benemérita comienza a investigar y pronto se da cuenta de que hay un grupo de chicos, amigos de la muerta, que ocultan algo, pero también que el cacique del pueblo, Alejandro Ulloa, tampoco parece trigo limpio...
Pero la trama pronto enseña su patita: se trata de, en cada episodio, terminar (en una burda forma de “cliffhanger”) con un muerto supuestamente a manos del criminal del primero de los asesinatos, casi todos con la misma parafernalia de la máscara del “urco” (ente entre bestia y hombre que, según la tradición, sale del mar para matar a sus víctimas), mientras la teniente busca pistas que encaucen la investigación policial, a la vez que lidia con su hija adolescente, que la acompaña en ese destino temporal huyendo de un novio acosador. La trama, como es habitual en estos casos, irá generando distintos supuestos culpables, casi a uno por capítulo, de los 8 que componen la temporada (única, nos tememos, a la vista de los muy tibios resultados de audiencia).
Pero lo cierto es que la historia recuerda a otras, como la imaginada por la escritora Dolores Redondo para su Trilogía del Baztán, y que ha sido llevada a la pantalla, cuando se escriben estas líneas, en sus dos primeros capítulos, El guardián invisible (2017) y Legado en los huesos (2019), estando ya rodada y lista para su estreno la tercera parte, Ofrenda a la tormenta (2020); comparte Néboa con la trama de las novelas del Baztan, entre otras cuestiones, el aspecto de lo telúrico, de las supuestas fuerzas de la Naturaleza de la tierra que tendrían una influencia esencial en la historia, ese tono como mágico que supuestamente pretende conferirle a la serie gallega la permanente bruma que lo impregna todo, mayormente cuando se va a producir un nuevo asesinato (qué oportuna es la niebla...). Buscando, sin fortuna, engrosar la endeble trama, se añaden algunos asuntos tan socorridos como el narcotráfico, el caciquismo y el acoso de género, pero sin que realmente tengan auténtico relieve, sino como de relleno.
Se suceden los fallos de guion y los aspectos que van contra la lógica interna de toda historia, como el hecho del pertinaz hallazgo de los cadáveres en los bosques aledaños al pueblo, prácticamente siempre en tiempo real, cuando con la dichosa y permanente bruma no se ven tres montados en un burro y la dotación policial del pueblo es, por supuesto, muy menguada. Así que el descubrimiento de los sucesivos fiambres se produce como por arte de magia, la magia que, ciertamente, ¡ay!, le falta a la serie.
Impersonalmente rodada, con un look pobretón y mediocre, la serie creada por Guntín, Morais y Sierra Ferreiro (todos ellos veteranos guionistas curtidos en productos audiovisuales de estricto ámbito gallego) tampoco cuenta, a nuestro parecer, con un equipo artístico que dé la talla. Al margen de la siempre estupenda Emma Suárez, que saca adelante su papel como mejor sabe (y ella sabe hacerlo siempre muy bien), y de la interesante Isabel Naveira, que nos parece en buena medida un descubrimiento (sus actuaciones han estado generalmente limitadas a su tierra de Galicia), el resto nos parecen endebles, actores poco fogueados o cuyos personajes no están bien delineados y ellos tampoco los salvan.
El conjunto, como decimos, no cubre ni de lejos las expectativas creadas, en otra serie más que busca el rédito fácil utilizando factores ya más que trillados, elementos ya archiconocidos en otros productos audiovisuales, buscando que suene la flauta del burro; pero nos tememos que aquí no ha sonado…