Serie: Soviet jeans

ESTRENO EN FILMIN

El audiovisual de Letonia, como el de las otras repúblicas bálticas, Estonia y Lituania, es difícil que llegue a Occidente, no digamos a España, a pesar de lo cual en los últimos años hemos podido ver algunas muestras ciertamente interesantes, curiosamente casi todas ellas realizadas con técnicas de animación, como My favorite war (2020), Mis problemas con el matrimonio (2022) y, sobre todo, la extraordinaria Flow. Un mundo por salvar (2024), Oscar al Mejor Film de Animación, entre otros muchos premios.

Más raro es que nos lleguen series, de ahí también el interés añadido de esta Soviet jeans, historia de época que se ambienta en la Letonia de 1979, en el tiempo en el que las repúblicas bálticas seguían perteneciendo a la URSS (que se las anexionó, “manu militari”, gracias al pacto de no agresión con los nazis, el conocido –y canallesco- pacto Molotov-Ribentropp). En ese tiempo, conocemos a Renars, un joven veinteañero que trabaja como sastre en un teatro de la capital y, en su tiempo libre, ejerce también, junto con un grupo de amigos, como “conseguidor” de cosas en el mercado negro para el siempre anhelante consumidor del país, deseoso de disfrutar de las cosas habituales en Occidente, aunque ello está proscrito por las muy estrictas y represivas autoridades del país, totalmente rendidas a las directrices de Moscú. A la ciudad llega Tiina, directora de teatro finlandés, a montar en Riga la representación de Hamlet. Renars y Tiina, tras un primer encuentro no demasiado afortunado, hacen buenas migas. Paralelamente conocemos a Maris, agente del KGB, con puesto de cierta relevancia dentro de la siniestra organización, de la que si se hiciera un recuento de víctimas no cabrían todas en la Enciclopedia Británica; Maris tiene fichado a Renars como confidente, al haberlo pillado con sus trapicheos de contrabando, aunque Renars siempre le está dando largas cambiadas para no decirle nada relevante. Maris se siente atraído por Tiina, así que intentará torpedear la incipiente relación de ésta con Renars. Paralelamente, en una etílica reunión nocturna con amigos, Renars entona una canción bufa sobre Maris, poniéndolo de vuelta y media, pero la canción es grabada por uno de los micrófonos de que dispone el KGB; Maris se entera de la burla, por lo que, vengativo, mueve sus hilos y envía a Renars a un hospital psiquiátrico. Allí, Renars, para intentar salir, ofrece al director médico la confección en el taller de costura del manicomio de una gran cantidad de vaqueros que pueden pasar perfectamente por occidentales, lo que supondría una gran fuente de ingresos para el director...

La serie consta en principio de una temporada de 8 capítulos, si bien hay anunciada otra nueva tanda de episodios; de hecho, la primera temporada no termina, en sentido estricto. Tres son los creadores y/o “showrunners” de la serie: Stanislavs Tokalovs, guionista y director letón; Teodora Markova, guionista búlgara; y Waldemar Kalinovski, director de producción austríaco, aunque toda su carrera la ha desempeñado en USA, donde también ha trabajado como actor y guionista. Los tres han compuesto un plausible acercamiento al ambiente existente en las repúblicas bálticas (vale decir a todas las repúblicas satélites de la URSS, y a la propia Unión Soviética) a finales de los años setenta, cuando aún faltaba un decenio para que el comunismo se diluyera como un azucarillo tras la caída del Muro de Berlín. Pero en 1979 el ambiente en Letonia et alii no era precisamente el de la Arcadia feliz... Los tres creadores presentan aquí, con frecuencia con claves de comedia (comedia negra, por supuesto...), una historia obviamente ficticia pero que perfectamente podría haber sido real.

Con unos títulos de crédito iniciales hechos a base de un curioso montaje de collages relacionados con la URSS y sus países vasallos, la serie busca evidentemente un cierto tono que refleje, o recuerde, el cine soviético de la época, incluso con un “look” algo grasiento, premeditada y conscientemente casposo, que remite al ominoso régimen que dominaba con guante de hierro a los países signatarios del Pacto de Varsovia.

Bajo cierta capa amable se siente la ominosa mano del gobierno de la dictadura comunista; los creadores no ahorran estopa, siempre con una sonrisa como de comedia nigérrima, una sonrisa que con frecuencia se tuerce en un rictus de amargura: el prota, que cambalachea con estraperlo para sobrevivir, a la vez que intenta escaquearse del chantaje del KGB para ser confidente; la directora escénica finlandesa, obligada por la censura a introducir tantos cambios en Hamlet que cualquier parecido con Shakespeare es mera coincidencia, además de coaccionada para acceder a favores sexuales; el joven agente del KGB, uno de los villanos más repulsivos (a pesar de su sempiterno terno –no me he podido resistir- de vulgar diseño moscovita) que hemos visto en los últimos tiempos; la represión de la disidencia encubriéndola como demencia, como si disentir para el comunismo no pudiera ser otra cosa que locura; la coacción, el chantaje, la extorsión, la tortura, como armas del abyecto Estado contra sus conciudadanos, en especial contra los que no son lo suficientemente fervorosos; la utilización de los poderes públicos para los intereses –y los placeres lúbricos...- propios; la hipocresía como norma en los dirigentes, y especialmente en los cuadros medios del régimen; la venalidad de los funcionarios públicos, deseosos –aunque también temerosos de la larga mano del KGB- de medrar con negocios fáciles que les permitieran disponer de los bienes de consumo occidentales... en fin, toda una taracea de taras –ahora tampoco me he podido resistir...- de un régimen abyectamente oprobioso.

Tiene también Soviet jeans, además de una historia de amor un tanto peculiar (que se desarrolla en buena parte con un enamorado dentro del manicomio y la otra fuera intentando montar Hamlet) y una acre denuncia de la arbitrariedad, la mezquindad y la inmoralidad de la dictadura soviética, sus buenas dosis de intriga y suspense, especialmente en todo lo tocante con la confección en serie de los vaqueros de imitación, tanto con la inicial reticencia de sus colegas, que están tan poco locos como él (bueno, alguno hay con un tornillo flojo, o dos...), como, sobre todo, en las distintas pesquisas y registros que las torvas autoridades comunistas realizan para encontrar dónde se fabrican los “jeans” que están inundando el mercado.

La serie supone, en resumen, una feroz crítica (aunque con los amables ropajes de la comedia negra) sobre un sistema represivo que, aparte de arbitrario, liberticida y torturador, era esencialmente imbécil, como en realidad son todos los regímenes totalitarios. En este sentido, está bien reflejada la sordidez y el miedo de la clandestinidad, así como esa triste fealdad soviética, a veces rota con explosiones de vitalidad, como la escena en la que, evidentemente, se homenajea, con variantes, la famosa escena de Cadena perpetua en la que se difunde por los altavoces de la prisión la mozartiana Las bodas de Fígaro, sustituida aquí en la serie por la (sin duda menos bella...) emisión de una radio occidental, un tabú para los soviéticos y sus adláteres.

Soviet jeans nos parece que también funciona, en buena medida, como una especie de comienzo del sentimiento liberador en Letonia, las repúblicas bálticas y, por extensión, de todos los países satélites de la URSS, en una serie bien interpretada, cuyo peso recae sobre todo en el joven protagonista, Karlis Arnolds Avots, de todavía corta carrera, pero al que la cámara, evidentemente, quiere. La actriz finesa Aamu Milonoff resulta más hierática, probablemente porque el papel así lo pedía. Pero el que sin duda resulta estupendo (su villano, como decimos, es de los mejores –o peores, según se vea...- que hemos visto en los últimos tiempos), es Igors Selegovskis, que compone el personaje de Maris, el felón agente del KGB, un tipo de suaves maneras pero más malo que pegarle a un padre con un calcetín sudado de tres días…

(12-05-2025)


Soviet jeans - by , May 12, 2025
3 / 5 stars
Feroz crítica de un régimen liberticida e imbécil