Enrique Colmena

El 11 de septiembre de 1973 el ejército chileno, con el general Augusto Pinochet Ugarte al mando, dio un golpe de estado en la república chilena para deponer al presidente constitucional Salvador Allende. En el golpe de estado murió Allende, oficialmente por suicidio, aunque siempre se sospechó que había sido asesinado por los insurrectos. Las imágenes del asalto del ejército chileno al Palacio de la Moneda formaron parte, en aquella época, del lacerante imaginario popular que visualizaba el, a partir de entonces, imparable avance de las dictaduras en buena parte de Latinoamérica durante las décadas de los sesenta y los setenta: Brasil, Paraguay, Bolivia, Perú, Uruguay... No se puede dejar de mencionar, por su importancia capital, la influencia fundamental de las sucesivas administraciones norteamericanas, que durante esas décadas hicieron una lectura muy sui generis de la conocida como doctrina Monroe: “América para los americanos”, que los inquilinos sucesivos de la Casa Blanca durante esas décadas reinterpretaron como “América para los norteamericanos”. En efecto, el adoctrinamiento a los militares hispanos de todo el subcontinente de habla española y lusa a través de la llamada Escuela de las Américas, auspiciada por los Estados Unidos y focalizada en el rechazo a cualquier tipo de política de izquierdas, estuvo en la raíz del levantamiento militar del ejército chileno contra su presidente constitucional en 1973.

Porque para Estados Unidos, en aquellos momentos dirigido por Richard Nixon (con el torvo Henry Kissinger como secretario de Estado...), el hecho de que una coalición de partidos de corte marxista, liderada por el Partido Socialista de Allende, hubiera llegado al poder (en 1970, concretamente) a través de las urnas era algo intolerable. Aquella “vía chilena al socialismo” de Allende, inspirada en los movimientos eurocomunistas que habían cortado amarras con Moscú a partir de los años sesenta, tras las sucesivas invasiones que el Ejército Rojo realizó en Hungría (1956) y Checoslovaquia (la famosa Primavera de Praga de Dubcek, en 1968), preconizaba, a la manera de este último, un “socialismo de rostro humano”, un socialismo que, sin renunciar a su vocación de igualdad y justicia social, no rompiera con la democracia burguesa sino que se integrara en ella como otra fuerza política más. Que la izquierda marxista pudiera llegar al poder no a través de la revolución (Lenin en 1917 en Rusia, Mao en 1948 en China, Castro en 1959 en Cuba...), sino a través de las urnas, sin romperlas, como hicieron sus colegas dictatoriales mentados, era algo intolerable para un anticomunista furibundo como Nixon.

De aquellos polvos, estos lodos... la CIA, la Embajada norteamericana en Santiago de Chile, el general Pinochet que había sido puesto al mando del Ejército chileno por el propio Allende, creyendo en su lealtad a la patria, orquestaron un golpe de estado que provocó miles de muertos, decenas de miles de torturados, la desaparición de las libertades públicas y de la democracia, la instauración de un régimen de terror.

Ese golpe de estado, y los 17 años posteriores en los que el general Pinochet se mantuvo al frente de la República a título de presidente, han tenido una amplia repercusión en cine. En el cincuenta aniversario de aquella felonía, queremos recordar algunas de esas películas en las que se habló del golpe, o de sus consecuencias, o del paisaje socialmente devastado que supusieron las casi dos décadas en las que la dictadura se mantuvo firme; después hubo algunos años de “libertad vigilada”, pero parecía evidente que el pinochetismo ya llegaba a su fin...


El golpe de estado en el cine

El cuartelazo protagonizado por Pinochet y el ejército chileno fue, con mucho, el más doloroso de los que se produjeron en América Latina durante los años sesenta y setenta, quizá en dura pugna con el levantamiento militar en el que, en Argentina, el general Videla derrocó en 1976 a la presidenta constitucional María Estela Martínez de Perón. En ambos golpes de espadones traidores se dieron circunstancias parecidas, en cuanto a la bárbara represión ejercida por los milicos y los policías contra la población civil, fuera o no rea de supuestos delitos, en cualquier caso castigados sumariamente, sin juicio ni garantía alguna.

En el caso del golpe de estado de Chile se dio la circunstancia de que, por primera vez en el continente, la represión se llevó por delante a miles de personas, se confinó a miles de ciudadanos a los que se torturó impíamente, y se instauró un régimen de terror en el que nadie (salvo los sublevados y sus acólitos, lógicamente) estaba a salvo, estableciendo un canon para sucesivos cuartelazos en la región.

Ese cruento golpe de Estado que, además, propició (fuera por suicidio, presionado por los soldados que lo acosaban, fuera por mero asesinato) la muerte de un presidente elegido en las urnas, tendrá reflejo de diversas maneras en el cine.

Así, quizá la más fidedigna e historicista de las películas fuera la que rodó Patricio Guzmán en su monumental díptico La batalla de Chile, dividida en dos partes, titulándose la primera La insurrección de la burguesía (1975), en la que se planteaba las maniobras de la derecha política, mediática, económica y social del país tras el triunfo de la Unidad Popular, la coalición de partidos de izquierdas, liderada por el Partido Socialista, maniobras que iban dirigidas a crear un ambiente convulso en el país, con huelgas salvajes como la de los camioneros; la segunda parte del díptico se titula simplemente El golpe de estado (1976), y en ella se relata, con documentos visuales de la época (impresionante el bombardeo contra el Palacio de la Moneda, sede de la presidencia del gobierno), el asalto al poder por parte del ejército chileno a las órdenes del general Pinochet, constituyendo ambos films el mejor documento notarial de lo sucedido en Chile y que terminó con la erradicación del gobierno legítimo de la república. El material que se presentaba en este díptico fue rodado por Guzmán durante los años 1972 a 1973, y los negativos, una vez dado el golpe de estado, tuvieron que ser sacados del país de forma clandestina y montados fuera de Chile. Unos años más tarde, Guzmán monta y presenta la tercera parte de La batalla de Chile, titulada El poder popular (1979), convirtiéndose entonces en una trilogía; en este tercer segmento de lo que se habla es de las fórmulas con las que las clases trabajadoras en Chile se organizaron para intentar mejorar socialmente durante el período 1970-73 y para oponerse a las maniobras que buscaban desestabilizar el país.

Pero si hay una película que, por su nacionalidad (Estados Unidos), su productora mayoritaria, una de las grandes “majors” de Hollywood (la Universal), y sus estrellas al frente del reparto (Jack Lemmon, toda una institución, nacional e internacional, y Sissy Spacek, entonces muy popular por films como Carrie y Quiero ser libre), fue determinante para que la opinión pública mundial tuviera conciencia de lo que se había hecho en Chile en 1973, esa es Desaparecido (Missing) (1982), dirigida por Costa-Gavras en su etapa norteamericana, sobre el libro (inspirado en un caso real) de Thomas Hauser, en la que el cineasta greco-francés contaba la historia de un joven yanqui desaparecido durante el golpe de estado, y cómo su padre y su esposa (ambos enemistados entre sí) tendrán que unir esfuerzos para intentar encontrarlo; el padre, un hombre muy conservador y recto, se dará de bruces con la realidad: aquellos supuestos “caballeros” de uniforme estaban realizando una auténtica “razzia”, una masacre con los civiles, bajo pretexto de librar de comunistas el país. Premios como el Oscar y la Palma de Oro en Cannes contribuyeron sin duda a la difusión de esta lacerante película.

Desde Francia aportaron su granito de arena con el docuficción Llueve sobre Santiago (1976), dirigido por el chileno Helvio Soto, plagada de actores europeos (Trintignant, Girardot, Bibi Andersson, Cucciola...), en el que se recreaban algunos de los episodios más duros del golpe, como la utilización del Estado Nacional de Chile como campo de concentración para los detenidos, donde moriría, torturado y balaceado, el cantautor Víctor Jara (en una irónica venganza del destino, el estadio se redenominaría en 2003 como Estadio Víctor Jara...). Utilizando actores junto a documentos de la época, se conseguía un doloroso acercamiento a aquellos infaustos días de septiembre de 1973.

La URSS no podía dejar pasar, lógicamente, este asunto, y en 1977 produjo Noche sobre Chile (Noch nad Chili en ruso), con dirección del chileno Sebastián Alarcón y el ruso Aleksandr Kosarev, rodada en suelo soviético, la historia de un pequeño burgués sin interés por la política al que, al ser capturado por error durante el golpe de estado, le viene de repente la concienciación... curiosamente la historia tenía cierto parecido (sin que mediara en este caso golpe de estado, sino rijoso fin de semana...) con la que ese mismo año otro conspicuo comunista, Juan Antonio Bardem, rodaba en España con el título de El puente, con Alfredo Landa.

Muchos años después, en 2014, Miguel Littín, uno de los grandes cineastas chilenos (El chacal de Nahueltoro, Actas de Marusia, El dictador), rueda en Allende en su laberinto las que pudieron haber sido las últimas horas del mandatario aquel infausto 11 de septiembre, una recreación ficcionalizada de aquellas 7 horas en las que el presidente legítimo fue acorralado por una fuerza militar abrumadora, utilizando algunos recursos documentales, como el famoso “speech” final lanzado por el mandatario antes de morir a través de las ondas de Radio Magallanes, que aún emociona por su humanismo y clarividencia: “Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.

Además de Francia, Estados Unidos y la URSS, otros países ajenos a Chile también echaron su cuarto a espadas sobre lo sucedido en el país andino el 11 de Septiembre de 1973. Es el caso de Grecia, quien en 1987 rueda, en coproducción con Estados, Dulce país, con dirección del exquisito Michael Cacoyannis, que dejaba momentáneamente a un lado sus adaptaciones de tragedias clásicas (Electra, Las troyanas, Ifigenia) para ponerse al frente de esta producción de cosmopolita reparto (Jane Alexander, Franco Nero, Irene Papas...). Como en el caso del Missing de Costa-Gavras, aquí se verá también el golpe a través de extranjeros, bien que en este caso afincados en el país, donde serán, ellos también, objeto de las vejaciones, humillaciones y violaciones que sufrieron los connacionales de los sublevados.

 
La larga noche de la dictadura

Como hemos dicho, la dictadura de Pinochet en sentido estricto se prolongó durante 17 años, de 1973 a 1990, momento en el que el general tuvo que ceder la presidencia de la república al perder el plebiscito que, en 1988, le hubiera permitido perpetuarse en el poder vitaliciamente. Se considera que, tras abandonar la presidencia pero mantener la jefatura del Ejército hasta 1998, el país entró en lo que se podría denominar una situación de “democracia vigilada”, en la que existieron elecciones libres y se dieron los requisitos habituales para considerar efectiva una democracia, pero siempre con la espada de Damocles de un ejército vigilante que se mantuvo intacto hasta que Pinochet, por fin, abandonó su mando y el poder civil pudo empezar a restablecer la subordinación del poder militar a los que gobiernan en nombre del pueblo.

Curiosamente, uno de los hechos fundamentales que adelantó la caída de la dictadura sería el plebiscito que hemos citado, por el que el régimen, en 1988, tenía la intención de convertirse en estructural, dejando de ser un accidente en la Historia de la república chilena para convertirse en la norma, en la forma habitual de gobierno. Aquel plebiscito, contra todo pronóstico, lo perdió el régimen, y ahí empezó todo; sobre todo, empezó la vuelta a la democracia, con frecuencia bajo tutela, pero se empezó un camino que  ya no tuvo vuelta atrás. Esa lucha por conseguir el No en el plebiscito está llevada el cine precisamente con el título No (2012), con Pablo Larraín en la dirección y Gael García Bernal como protagonista, la historia de cómo fue posible que un grupo de opositores al régimen, desde la derecha democrática hasta la izquierda, con una inteligente campaña de publicidad, consiguieran torcer el brazo de un régimen que, literalmente daba miedo, por su arbitrariedad, por su barbarie, por su sadismo.

Si en No el cine presentó en pantalla la lucha pacífica contra el régimen, hay otras películas que hablan del uso de la violencia contra la dictadura; en concreto hay dos films que relatan, cada uno a su manera, el intento de magnicidio que fuerzas disidentes fraguaron en 1986 contra el general-presidente. Así, Sebastián Alarcón, que ya vimos había rodado en la URSS una película sobre el golpe de estado, filma, ya en la Rusia postcomunista, Cicatriz (El atentado a Pinochet) (1999), que pone en imágenes ese intento de asesinato; y, ya en nuestro siglo y bajo pabellón chileno, Juan Ignacio Sabatini rueda Matar a Pinochet (2020), que reproduce los hechos verídicos de la que se llamó Operación siglo XX, que se resolvió con la muerte de cinco escoltas y otros once heridos, pero saliendo casi indemne el dictador; hay incluso una tercera película, Tengo miedo, torero (2020), de Rodrigo Sepúlveda, que, aunque no trata directamente del atentado, si se inscribe en ese contexto, con una historia de amor entre un viejo travestido y uno de los componentes del comando que ejecutó el atentado, estando por tanto ese intento de magnicidio como paisaje y paisanaje de la historia central.

Que la represión no cesó durante todo el período de la dictadura (1973-1990) da buena cuenta el film Imagen latente (1987), ambientada en 1983, tiempo en el que un fotógrafo profesional indagará el paradero de su hermano, uno de los múltiples desaparecidos del régimen. Pablo Perelman, el director, se inspiró en una historia muy próxima, la desaparición de su propio hermano a manos de los milicos.

En clave de ficción, el cine norteamericano también apostará su carta (en clave más bien comercial, en este caso) con De amor y de sombra (1994), una de las primeras pelis de Antonio Banderas en el cine yanqui, acompañado aquí por Jennifer Connelly, con un romance inscrito en el marco convulso de la represión de la dictadura pinochetista.

El regreso de los exiliados de forma clandestina, todavía en la feroz época de la dictadura, tendrá dos ejemplos evidentes, ambos debidos a Miguel Littin. Éste, en 1985, regresó clandestinamente a Chile; de aquel periplo secreto por su país surgieron dos películas y una obra literaria; esta última se debe a Gabriel García Márquez, que la documentó en su libro Clandestino en Chile; los dos films fueron rodados por Littin: el primero fue Acta General de Chile (1986), documental rodado en la clandestinidad, que presentaba su visión sobre la sociedad del país andino bajo la represión pinochetista, y el segundo fue Los náufragos (1994), ya en clave de ficción pero con los elementos sociales de primera mano que él mismo había podido ver en su viaje a Chile.

En otros films se han presentado historias que han tenido relación directa con lo que en ellas se contaba; así, en Tony Manero (2008), Pablo Larraín nos hablará de la alienación  a la que puede conducir la represión a individuos tocados por la sociopatía; en 1976 (2022), Manuela Martelli presenta un thriller datado en el tenebroso paisaje político del Chile del año del título; también habrá lugar para hablar de los propios torturadores, de muy diversa forma: en Los perros (2017), Marcela Said nos cuenta la investigación sobre uno de ellos, ya en la época democrática, para que pague por sus crímenes; en Carne de perro (2012), sin embargo, Fernando Guzzoni nos presenta el inesperado retrato de un torturador arrepentido que busca su redención vital.

Cincuenta años han pasado desde que una coalición de nefastos intereses derrocó la legalidad vigente en Chile y provocó miles de muertos y desaparecidos, decenas de miles de torturados, la abolición de las libertades públicas y los derechos civiles, y un largo período de oscuridad vital y existencial como país. Como decía el informe Sábato, referido a Argentina: Nunca más.

Ilustración: Imagen que se considera la última de Salvador Allende antes de morir, foto incluida en el metraje de La batalla de Chile, de Patricio Guzmán.