Rafael Utrera Macías

En artículos precedentes, nos hemos referido a las luchas del campesinado tal como los historiadores las describen para, seguidamente, comentar algunos ejemplos llevados a la pantalla cinematográfica. Vistos ya los casos dedicados a la minería y al campesinado, Amanecer en puerta oscura y La bodega, nos referiremos, a continuación, a “Tierra de rastrojos” (1977), novela de Antonio García Cano, llevada a la pantalla (1980) por Antonio Gonzalo.


Antecedentes históricos

La entrada de Andalucía en el siglo XX no supone ningún factor positivo respecto a los aspectos sociales o económicos antes señalados. El problema de la tierra sigue siendo el mayor y de más difícil solución porque la tecnificación no ha llegado, los rendimientos siguen siendo escasos, los rentistas no tienen iniciativa, los campesinos mantienen ínfimo nivel de vida. Joaquín Costa describió al campesinado andaluz como émulo de las bestias domésticas porque éstas les disputan las sobras de la comida o los frutos silvestres. En el ámbito del regeneracionismo se convocó un bienintencionado concurso denominado “El problema agrario en el Mediodía de España” cuyas pretensiones estaban en armonizar los intereses de propietarios y obreros y buscar medios para aumentar la producción. Ni qué decir tiene que los resultados fueron escasamente pragmáticos.

Ante una situación que poco había cambiado entre el tránsito de un siglo a otro ni con el intervencionismo de los estamentos oficiales ni con los planteamientos político-sindicales, las agitaciones campesinas andaluzas siguen desde 1900 con reivindicaciones semejantes a las del siglo anterior. En 1910 un congreso de federaciones y agrupaciones libertarias creaba en Sevilla la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), cuyo fin era el anarquismo, y donde el sindicato era el mejor agente para la lucha contra el capital. Desde 1914, las agitaciones en el campo andaluz serán una constante y así se mantendrán hasta la llegada de la II República. Como término medio, un campesino cobraba entre doce y catorce reales tras ocho horas (o más) de trabajo, en invierno; en verano, de sol a sol, conseguiría un máximo de dieciocho o veinte; en otras diversas temporadas, cuatro o cinco meses al año, carecía de trabajo y ocupación.


Tierra de rastrojos

El novelista Antonio García Cano

Antonio García Cano, cordobés, hijo y nieto de campesinos, dos únicos años de escolarización en la escuela rural, fue niño yuntero, guardador de cabras, tendero, aprendiz de comerciante; la marcha al servicio militar le puso en contacto con la ciudad y su ambiente, con el nuevo empleo en unos almacenes donde permanece varios años; le llega el despido cuando cumple quince como enlace y jurado de empresa.

Es autor de “Las dos orillas del río”, un libro de relatos en el que describe las vivencias de la infancia en la zona rural y de “Día tras día”, historia del movimiento obrero en el franquismo. Sus dos trabajos más conocidos son “Tierra de rastrojos (Sevilla, 1976) y “Manuel Remárquez e hijos” (Sevilla, 1977); respectivamente, los finales de las dos novelas precisan el tiempo y lugar en que fueron escritas: "Jaén, Prisión Provincial. Segunda galería, celda 21. Años 1970-1971" y "Prisión Provincial de Sevilla, años 1967-68". La primera narra los hechos en torno a una familia campesina y a su imposibilidad de disponer de la tierra, tal como recogerá la película. La segunda, la pequeña sociedad industrial hasta el nacimiento de Comisiones Obreras del textil.


La novela “Tierra de rastrojos”

La edición de “Tierra de rastrojos” también tiene su curiosa historia; en 1975, el entonces clandestino Partido Comunista Español buscaba fuentes de financiación para sacar como diario “Mundo Obrero”; al comité provincial sevillano se le ocurrió la edición de esta novela (autofinanciada) y su venta directa por parte de militantes; taxistas, campesinos, funcionarios, fueron convertidos en libreros ocasionales; en poco más de dos meses se vendieron cinco mil ejemplares; más de millón y medio de pesetas sirvieron para cubrir las metas propuestas.

El escritor y periodista Antonio Burgos prologó la novela; dice de ésta que es una narración campesina rica de lenguaje, una auténtica novela campesina en la que hay un supremo valor, "y ese valor es el hombre del campo de Andalucía, de las seculares injusticias sociales del Sur español (...); por primera vez en la historia de la novela andaluza, "los señores" son vistos desde abajo, desde la gañanía del cortijo...". Y es que, en efecto, dentro de la novela late la esperanza incontenible de quienes quieren la tierra para trabajarla, de quienes a la postre serán expulsados de ella para que sea ocupada por una ganadería de toros bravos, para quienes unas muy distintas formas de gobierno no significaron más que una vuelta al mismo punto de partida, aunque mermadas las esperanzas y aumentadas las frustraciones.


La película Tierra de rastrojos

Para Tierra de rastrojos, película producida en cooperativa, Antonio Gonzalo, director, y Ana Galván, guionista, construyeron una historia en la que se respetaban argumentalmente ciertos hechos históricos que tuvieron lugar entre 1920 y 1945; descargada de literatura, optaron por primar lo plástico y visual como factores más expresivos y significativos; el guion fue pues un punto de partida para hacer una investigación sobre el campo andaluz expresado a través de lo cromático y lo sonoro.

El argumento del film es como sigue. Una pareja de campesinos hace sus cotidianas labores: siega, trilla, etc. La mujer da a luz en presencia de su hijo, un menor que ayuda en todas las tareas. Pasa el tiempo y aquel niño vuelve al chozo de los padres tras haber cumplido el servicio militar en la capital; su nombre es Juan Antonio. Busca trabajo; se integra en una cuadrilla de segadores quienes, en su descanso, hablan de la llegada de las máquinas que les quitará el trabajo, del terrateniente que no cultiva la tierra, del manijero que los desprecia y ofende. Josefina es una joven que trabaja para la propietaria de la finca “Pascualejo”; de ella se enamora Juan Antonio y pronto queda embarazada. Vivirán como colonos y pagarán la renta estipulada.

La insatisfacción de los campesinos con sus condiciones laborales creará un ambiente propicio a la huelga que se irá extendiendo por toda la zona y, tras diversos momentos, será ganada. Con posterioridad se proclama la República y con ella la exigencia para el campesinado de nuevas formas de vida y de uso de la propiedad.

Los terratenientes comenzarán a tomar medidas y serán los falangistas quienes actúen contra los republicanos y contra aquellos que, antes o después, se manifestaron como insumisos a los propietarios. Los hombres de camisa azul maltratan a las mujeres y matan a los hombres. La represión llega a todos los rincones de la comarca. Juan Antonio y Josefina son expulsados de la tierra que habitan porque el propietario del lugar convertirá la finca en dehesa para reses bravas.


Cenetistas, anarquistas, falangistas

La desinformación general padecida por los campesinos se rompe con figuras como Sanabria, un modesto líder de izquierdas, y de otros compañeros que tienen conciencia de la situación, de lo que significa la llegada de la maquinaria agrícola para su trabajo y su contratación, así como del carácter de la huelga y sus posibilidades de ganarla. En contraposición, los campesinos viejos se muestran escépticos ante políticos que se ocupen de ellos y modifiquen su vida laboral porque al pobre, dicen, no le defiende nadie, ni siquiera un gobierno que se llame del pueblo.

En sus reuniones, se alude a socialistas y comunistas y a “los nuestros” cuando se menciona a la CNT. Alguno se define como anarquista y, por ello, estar en contra de “todo lo que huela a curas y a religión”. Una secuencia, contextualizada en la etapa republicana, se construye con los “repartíos”, grupo de trabajadores enviados por los ayuntamientos para trabajar en los distintos cortijos y haciendas.

En contraste con la vida campesina y su escasa actividad sindical, los falangistas se encargan de “poner orden” en las propiedades de la zona, persiguiendo a mujeres y matando a hombres. La insurrección militar de 1936 ya se ha producido.


Fotografía hiperrealista, banda sonora conceptual

Lo cromático y lo sonoro hemos escrito más arriba. En efecto, la fotografía, especialmente en los exteriores, refleja toda la luminosidad característica de los veranos andaluces por medio de tonos que acentúan su hiperrealismo. Por su parte, la banda sonora se planteó como correlativo de la imagen fotográfica realista; a través de ella se han querido trasmitir las sensaciones vividas por los campesinos.

Desde otros puntos de vista, el director pretendió hacer extensiva a los espectadores esa intemporalidad de la acción que caracteriza a la primera parte del film (hasta que no aparece la máquina segadora, determinadas conversaciones sobre el momento político, los trajes de los personajes urbanos, etc., no se tiene conciencia de en qué momento están ocurriendo los hechos) con el fin de que se identifique con el campesinado, para quien son los elementos de la naturaleza (el frío, la lluvia, la siega, el canto de los pájaros, etc.) los únicos factores útiles para establecer sus referencias temporales.

El último grado de la ambientación se consigue con una música, conceptual unas veces, narrativa otras, que usa un ritmo de cante campesino primitivo, anterior al flamenco actual. Todo el mosaico de realidades se precisa con una dicción y un habla propia de la Andalucía en la que los hechos tienen lugar; en tal sentido, hasta los actores cuyo acento no correspondiera a lo establecido fueron doblados al habla andaluza. El comedimiento interpretativo y la general adecuación a los tipos representados contrasta con algún desacierto especialmente acusado en el ritmo narrativo. La originalidad está, ante todo, en haber presentado, sin intermediarios, a una clase social con sus anhelos y ensoñaciones de propiedades imposibles.


Próximo artículo: Agitaciones campesinas andaluzas. Narración cinematográfica de su historia (y IV). Películas con el campesinado como protagonista: La cólera del viento y Casas Viejas

Ilustración: Imagen de Tierra de rastrojos (1980), de Antonio Gonzalo.