Enrique Colmena

(Texto de la presentación realizada por Enrique Colmena del volumen Cineclub Vida. Cine para compartir, que tuvo lugar el viernes 5 de Abril de 2019, en la Fundación Cajasol, en Sevilla, en el marco del homenaje tributado al Padre Manuel Alcalá, S.J.)

En el año 2008 la Fundación Cajasol publicó el libro El cine club Vida de Sevilla. 50 años de historia, del que era editor el catedrático Rafael Utrera, nombre fundamental en la investigación y la docencia cinematográfica, y al que me honró en llamar amigo. En aquel volumen se recogía en primer lugar la historia de ese medio siglo de existencia del Cineclub Vida, desde su fundación en 1957 hasta 2007, texto del que era autor el profesor Utrera, así como una amplia antología, con reproducción en facsímil, de las hojas de presentación que durante ese medio siglo se habían entregado en cada proyección, seguida de una serie de colaboraciones de personalidades que habían tenido algún tipo de relación con el Vida. El libro se cerraba con un epílogo del que era autor el Padre Manuel Alcalá, director en dos fases del Cineclub Vida, entre 1962 y 1969, y posteriormente desde comienzos de este siglo XXI hasta nuestros días. A modo de apéndice, un cuidadísimo “vademécum” detallaba exhaustivamente todo tipo de referencias cruzadas para facilitar la consulta de películas, directores y autores de las críticas de las películas exhibidas en el Cineclub.

Ahora, diez años más tarde, coincidiendo con el sexagésimo aniversario de la creación del Cineclub Vida, la Fundación Cajasol vuelve a publicar un volumen, Cineclub Vida. Cine para compartir, que en este caso cubre el período que va desde el comienzo de la colaboración de esa entidad cultural con el cineclub, desde principios de este siglo, hasta hoy. El volumen, de 292 páginas, se inicia con una presentación firmada por Antonio Pulido, presidente de la Fundación Cajasol, en la que traza una semblanza de la fructífera labor del Cineclub Vida a lo largo de estos sesenta años y glosa la colaboración entre ambas instituciones desde comienzos de esta centuria, concluyendo con la constatación de que, a pesar de los nuevos tiempos y de la evolución en las nuevas formas de ver cine, el Cineclub mantiene intacto su poder de convocatoria, como ratifica la invariable y notable afluencia de público, cada viernes, a las proyecciones y debates propuestos por la institución.

El libro continúa con un texto titulado “El Cineclub Vida: una propuesta de cine para compartir”, firmado modestamente como “Cineclub Vida”, texto que entendemos es original de los (y sobre todo las) responsables del volumen, en el que se detalla la génesis del libro y se hace una reflexión sobre las motivaciones culturales, cinematográficas, sociales, humanísticas, que alumbraron el nacimiento del Vida, desde una obvia inspiración religiosa, pero abriéndose generosamente a la sociedad a la que se debía y en la que se insertaba.

El texto hace varias interesantes digresiones sobre el cine y cómo se recrea este, afirmando, con buen criterio, que no solo es en el guion, en el rodaje y en el montaje donde nace cada obra cinematográfica, sino, muy singularmente, en cada propio espectador que visiona esa obra, articulándola en su mente según sus propias experiencias, sus pensamientos, su forma de ver la vida y el mundo.

Se habla también del papel que el Cineclub ha jugado a lo largo de estos sesenta años no solo como divulgador de una ingente obra fílmica, sino también en su faceta de estimulador de debates en torno a cada película proyectada, con lo que ello supone de enriquecimiento de los espectadores a través de las distintas miradas que ellos mismos proponen al final de cada film, miradas poliédricas que facilitan diversas perspectivas sobre una misma obra que nunca es unívoca sino generosamente interpretable.

El texto hace también un repaso por la historia del Vida, estableciendo hasta cinco etapas en la existencia de la institución, desde que fue creada en 1957 al amparo de la entonces novedosa legislación que permitía en España la creación de cineclubes, pero también, y muy especialmente, por las palabras que Pío XII había dirigido a los productores italianos dos años antes, en las que definió el cine como un “eficaz arte de comunicación”. Refiere el texto cómo la primera etapa en la existencia del Vida tuvo lugar entre los años 1957 y 1962, bajo la dirección del Padre Manuel Linares, etapa en la que se pusieron los cimientos de lo que sería la historia de la institución, estableciendo la pauta (que se mantiene hasta el presente) de entregar una hoja de público a cada espectador, con las características fundamentales del film, una presentación presencial por crítico o colaborador, la proyección propiamente dicha de la película, y el posterior coloquio sobre la misma, moderado por el presentador del acto.

La segunda etapa del Vida tendrá lugar entre los años 1962 y 1969, y estará dirigida por el Padre Manuel Alcalá, figura capital de la institución que volverá a regir sus destinos varias décadas más tarde. Durante esta etapa se consolida el Cineclub Vida como una absoluta isla en el páramo cultural de la ciudad, todavía bajo la severísima represión del franquismo. Tras la marcha del Padre Alcalá a Madrid para hacerse cargo de nuevos retos, como ser redactor de la revista Reseña y de la colección de libros Cine para leer, imprescindibles vehículos divulgadores de la cultura cinematográfica de la época, se abre la tercera etapa, que abarcará desde 1969 hasta 1979, con dirección del padre Rafael Bohigues y la colaboración del padre Antonio Alcalá, hermano de Manuel y también hombre cultísimo, una etapa que se desarrollará en los convulsos tiempos del tardofranquismo y la Transición, suponiendo un portal de inusitada libertad dentro de aquellos años de incertidumbre.

La cuarta etapa del Cineclub Vida abarcará desde 1979 hasta principios del siglo XXI. Se sucedieron varias direcciones, entre ellas la delegada por el padre Fenoll en la persona de mi amigo y maestro Francisco Casado, y también la que llevó a cabo el padre Rafael Porras; este tiempo coincide con la eclosión del cineclubismo en Sevilla, con multitud de ofertas de este tipo, fundamentalmente vinculadas a las facultades de la Universidad de Sevilla, y también con la llegada del vídeo y sus fenómenos vinculados, como los videoclubes, además de los nuevos canales de televisión privada, lo que deviene, en su conjunto, en una situación para el cineclub muy distinta a la existente en las décadas anteriores. La salida de la mítica sede situada en calle Trajano, 35, también influirá, lógicamente, en la vida del cineclub.

Por fin la quinta etapa, que abarca desde 2001 a la actualidad, ya en la sede de la Fundación Cajasol, ha estado dirigida de nuevo por el Padre Manuel Alcalá, otra vez con el concurso (hasta su fallecimiento hace unos años) de su hermano Antonio, también sacerdote jesuita, en una fecunda etapa que ha sabido conectar con los orígenes para establecer un espacio de debate cinematográfico, un debate plural, abierto, libre, ofreciendo ciclos que ofrecen lo más granado de autores consagrados y emergentes.

El volumen que glosamos continúa con la reproducción de todas las críticas cinematográficas que han formado parte de los programas de mano entregados a los espectadores al comienzo de cada pase de película, programas que, como al inicio de la actividad del Cineclub Vida, hace sesenta años, mantiene la misma estructura de “ficha técnica-argumento-ambientación-valoración”.

El libro se cierra con un apéndice que recoge unos pormenorizados índices que facilitan la búsqueda de cualquier dato que se encuentre en el volumen; así, tendremos un “índice de ciclos”, que detalla los 131 que han tenido lugar en el cineclub desde principios de siglo, incluyendo desde cineúrgos (como tan deliciosamente gusta denominar a los directores al Padre Manuel Alcalá) como Visconti, Truffaut o Buñuel, entre otros muchos, hasta intérpretes como Paul Newman, Alfredo Landa o Ingrid Bergman, además de ciclos temáticos, tan diversos como los titulados “Cine fronterizo”, “Primavera de Praga”, o “Huella hebrea en el cine argentino”, entre un variadísimo ramillete de temas.

Prosigue el apéndice con un “índice de películas”, que recoge todas las citas que se hacen en el libro a los 379 films que se han proyectado en estos últimos 16 años, desde, Amanecer, rodado por Murnau en 1927, hasta Sintiendo a Piazzolla, el documental de 2016 de Pablo Rho sobre el famoso acordeonista argentino; entre ese auténtico océano cinematográfico que suponen las casi cuatrocientas películas censadas hay de todo, desde clásicos del cine negro como El sueño eterno, de Howard Hawks, hasta míticos films sobre las consecuencias de la Gran Depresión, como Las uvas de la ira, de John Ford, pasando por películas señeras del Neorrealismo italiano, como El general De la Rovere, de Vittorio de Sica, y títulos con los que la Nouvelle Vague reinventó el cine, como El año pasado en Marienbad, de Alain Resnais. O, más recientemente, La eternidad y un día, la hondura filosófica de Theo Angelopoulos, o la devastadora Amor, de Peter Haneke. Le sigue un “índice de directores”, que censa los 214 realizadores de los 379 títulos proyectados, desde Federico Fellini a Luis Berlanga, desde Costa-Gavras a Woody Allen, desde Carlos Saura hasta William Wyler, entre otros muchos.

Un “índice de autores de las críticas” detalla exhaustivamente las 42 personas que han realizado esta función, desde veteranos maestros como Rafael Utrera o Francisco Casado hasta autores de las nuevas generaciones de críticos, como Juan Antonio Bermúdez, Manuel J. Lombardo y Alfonso Crespo; entre los más prolíficos destaca en primer lugar el propio padre Manuel Alcalá, pero también otros colegas como Isabel Aisa, Emilio G. Romero, José Manuel Hinojosa de Guzmán, Evangelina Las Heras, José Miguel Moreno Bautista, Javier de la Puerta y Aurora Villalobos. El volumen se cierra con un “índice de imágenes”, que permite al lector consultar las fotografías que recoge el libro, iconografía de varia laya que presenta diversas instantáneas de gente como Joseph Losey, Claude Chabrol , Elia Kazan o Ingmar Bergman, entre otros.

Se cierra así un modélico volumen que hay que agradecer a sus responsables, Aurora Villalobos y Evangelina Las Heras en la coordinación científica y editorial; María Rodríguez-Varo en la producción; y Pedro Bazán en el diseño y maquetación, todos bajo los auspicios de Fundación Cajasol, que lo ha editado. Un libro que, todo sea dicho, como el cortazariano Rayuela, permite diversas formas de ser leído, de ser abordado, desde la lineal hasta la que, como el caballo en el ajedrez, permite dar saltos hacia delante o hacia atrás, como plazca al lector.

Pero no descubro ningún secreto si termino diciendo que este libro es, por encima de todo, un sentido homenaje al Padre Alcalá, un hombre que durante casi un cuarto de siglo, en dos etapas diferentes, ha sido el “alma mater” del Cineclub Vida, y sin el que sería imposible entender la fecundísima labor de esta institución sexagenaria que, sin embargo, a la vista está, goza de excelente salud. El padre Manuel Alcalá supo ver, en las dos etapas en las que dirigió el Cineclub Vida, cuál debían ser las líneas maestras de cada momento histórico, supo apostar por lo que en cada instante tocaba, lo que procedía. He tenido la fortuna de tratarlo, aunque quizá no tanto como hubiera querido, y siempre que he hablado con él he tenido la certeza de su inmensa sabiduría, de su también infinita capacidad para la bondad. Siempre me ha tratado con una afabilidad sin impostura, con una amistad abierta y generosa. Sé que el Cineclub Vida, con este libro, rinde un sentido homenaje al Padre Manuel Alcalá, el hombre que lo ha sido todo en su seno. Un homenaje, un tributo al que, muy sinceramente, me adhiero de todo corazón.

Ilustración: Portada del libro Cineclub Vida. Cine para compartir, editado por Fundación Cajasol.