Rafael Utrera Macías

El lector interesado puede consultar el capítulo I para generalidades y contextualizaciones

Ramón J. Sender. “En los funerales de Chaplin”.  Orestiada de los pingüinos

1. Destino Libro nº 148
2. Ed. Clan. 225-236

Ramón J. Sender (1901-1982) también tomó la figura de Chaplin y, post mortem, la incluyó, con valor expresivo fundamental, en su novela “Orestiada de los pingüinos. Bajo el signo de piscis”. Este subtítulo nos sitúa en un segmento de su obra narrativa donde ciertos mamíferos marinos se convierten en protagonistas de historias que, en semejanza al funcionamiento humano, lo traspasan gracias a su inteligencia o a su conducta social y convierten su curiosa aventura en seria advertencia para el hombre.

La obra mencionada se estructura en una docena de capítulos; las iniciales conversaciones entre Paladini, teniente de navío perteneciente a la armada argentina, y un piloto japonés, informan al lector de la sorprendente organización y el lúcido desenvolvimiento de costumbres llevadas a cabo por los pingüinos, habitantes de las zonas glaciares. A partir de aquí, dos situaciones, una, paralela a ciertos hechos mitológicos y, otra, semejante a la de cualquier religión, organizan una estructura narrativa  en la que dos personajes acaparan la atención de la trama para desarrollarla en toda su intensidad: Orestes, un homónimo del mitológico que, como aquél, deviene en parricida y, en consecuencia, desestabiliza una compleja organización familiar y social; y Charles Chaplin, autor cinematográfico, muerto ya, que admirado por la grey pingüina, es elevado a los altares de su religión.

Con posterioridad a la muerte del universal actor y a su enterramiento en Suiza, la prensa de todo el mundo se hizo eco de que el cadáver de Charles Spencer Chaplin había sido desenterrado y robado sin que, entonces, se supiera por quién. La sabiduría novelística del autor de “Réquiem por un campesino español” llevó la  noticia al terreno de su ficción y convirtió a sus pingüinos en secuestradores de un muerto que, en vida, no sólo había hecho reír a toda una  humanidad sino que era el primer hombre que los había comprendido; el modo de andar charlotiano era sólo lo más exterior y visible de otras interioridades y actitudes que sólo ellos percibían, tal y como pudieron comprobar aquella noche en un cine de verano de York Bay, en las Islas Falkland. Los bancos de hielo conformaron un mausoleo donde un muerto inmortal espera resucitar algún día como corresponde a todo profeta.

Los fragmentos seleccionados de la novela conforman un cuento que, como el más cinematográfico de los capítulos, debe llamarse “En los funerales de Chaplin”; la capacidad persuasiva de Sender organiza una trama orestiado-chaplinesca donde el pingüino se ha convertido en el más rendido espectador y admirador del autor de La quimera del oro y El circo. La muerte de la madre de Charlot y la desaparición del cadáver de Chaplin fueron, en su día, noticias periodísticas que, bajo el ingenio de los dos autores mencionados, se convirtieron en nueva literatura de cine.


Francisco Ayala. “Polar estrella”

1. “Cazador en el alba y otras imaginaciones”. Seix Barral.1971
2. Ed. Clan. 237-248

Francisco Ayala (1906-2009) definía a la actriz Greta Garbo, en 1929, de este modo: “Circe nórdica, conserva en su pecho el rumor gemelo de dos caracolas: vibración, pura transparencia, pura irrealidad. Porque en Greta la carne es también espíritu”. Acaso la tuvo por modelo para su “Polar estrella”.

La Garbo iniciaba su carrera en el cine norteamericano interpretando personajes creados por Blasco Ibáñez; Monta Bell y Fred Niblo la dirigieron en The Torrent (Entre naranjos) y The Temptress (La tierra de todos); la "hondura expresiva de la nueva actriz" convertida por Hollywood en un tipo "muy español" servía, desde 1926, para que los norteamericanos siguieran imponiendo el mito de la vampiresa, todavía en el cine mudo, si bien habiendo transformado su ingenuidad en fatalismo; la bella faz de Greta revelaba en la pantalla las complejidades  de su espíritu; su glamour emanaba de una figura vestida por Adrian, el modisto, que suavizaba la curva, acentuaba la espalda cuadrada y la cadera recta, prefería el tacón bajo y el atuendo deportivo para un cuerpo cuyo rostro (tardó mucho en añadir la sonrisa a su imperturbable seriedad) depilaba las cejas en beneficio de unos ojos con expresiones infinitas. La mujer divina, misteriosa, ligera, según la calificaban los títulos dirigidos por Sjöstrom, Niblo, Brown, cerraba su filmografía muda, para ya en Anna Christie, adaptación del drama de O’Neill, mostrar la melopea de su voz, grave, profunda, atormentada, nuevo atributo de su persona, que rompía su silencio diciendo: "Déme un whisky, con el ginger ale aparte...Y no sea tacaño, amiguito". Cristina de Suecia, Ana Karenina y Margarita Gautier completarían la galería de personajes de su etapa sonora. La fotogenia de la actriz nimbada por la estética del blanco y negro, fascinó a unos específicos espectadores que convirtieron su admiración en página literaria, entre otros, Francisco Ayala.

Si el libro de Ayala “Indagación del cinema”, testigo de sus primeras reflexiones sobre el cine de los años veinte, se ha ido convirtiendo, a lo largo de sucesivas y renovadas ediciones, en un inventario de la modernidad percibido por la mente lúcida de un vitalista espectador, sus narraciones, que fueron viendo la luz en influyentes revistas literarias, constituyen hoy un corpus ejemplar donde la nueva mirada y la narración diferente contribuyen a crear modelos de relatos que se llaman “Cazador en el alba”, “La cabeza del cordero”, “Erika ante el invierno”, “El gallo de la pasión”, “Hora muerta”, “Polar estrella”, etc.

El escritor granadino, ejemplar pionero de la literatura cinematográfica, incansable ensayista del fenómeno audiovisual, convirtió el popular arte de su tiempo en sugerente narración donde las técnicas del perspectivismo y el collage narrativo se utilizaron con ejemplar propiedad entre la nueva literatura de vanguardia. En ellos se manifiesta una diversidad de puntos de vista que aplicados a la cotidiana vulgaridad y, descritos con la carga irónica pertinente, se convierten en rasgos de un estilo donde los temas y recursos cinematográficos son elementos imprescindibles en la nueva cosmogonía del escritor. En efecto, las aportaciones del psicoanálisis, la realidad mostrada con visión heterogénea y plural, el cosmopolitismo y la preferencia de nuevos ambientes, las nuevas comunicaciones y los modernos transportes, entre otros valores, contribuyeron a la formación de una generación a la que, no gratuitamente, se la ha denominado “la del cine y los deportes”.

Con tal bagaje, Ayala, imagina en “Polar estrella” el personaje de un escritor fascinado por una “artista” de cine. Los valores emanados de una evidente realidad humana contrastan con los diversos grados de ficción que convoca la película. El final del cuento, como puede comprobar el lector, es el resultado de un amor imposible, un “amor fou”, que la blanca pantalla no está dispuesta a mostrar.

La fascinación que la Garbo ejerció sobre tantos espectadores de cualquier parte del mundo se hizo evidente en una muy diversa plasmación literaria; valgan como ejemplos Benjamín Jarnés (“Cita de ensueños”), Juan Gil-Albert (“Contra el cine”), César Arconada (“Vida de Greta Garbo”), Azorín (“El efímero cine”), Jorge Guillén ("Obra maestra", de “Final”), Rafael Porlán Merlo (“Juicio final de Greta Garbo. Manifiesto contra”), etc.


Rafael Porlán Merlo. “Juicio final de Greta Garbo (Manifiesto contra)”

1. “Memoria cinematográfica”. Productora Andaluza de Programas. Sevilla
2. Ed. Clan. 249-253

Y no fue ajeno a esa fascinación por la Garbo Rafael Porlán Merlo (1899 - 1945), quien desarrolló en Sevilla una intensa actividad cultural. Un aspecto significativo en su obra es que el cinema se manifiesta como tema preferente en su narración, ensayo, artículo periodístico, conferencia, poema en prosa y guion cinematográfico. La heterogeneidad de la visión, el relativismo del punto de vista, la relevancia de lo minúsculo o lo insignificante magnificado por su presencia en la pantalla son nuevas formas de observar la vida que el cinema ofrece satisfactoriamente; Porlán defiende la esencialidad de la película una vez que está despojada "de embarazos y estorbos que la nublan" tales como los elementos argumentales o la exigida coherencia realista.

Nuestro escritor parece desmentir en “Juicio final de Greta Garbo”, prosa poética, la pregunta de Martín du Gard en “Los Thibault” "¿Sabrás resistir la tentación?" y no cede a "dejarse englobar en un vasto movimiento de entusiasmo colectivo" de modo que subtitula su trabajo "manifiesto contra". El poema suprarrealista se hace literatura aparentando evitar la complacida visión de la mayoría: "avergoncémonos de venerar a Greta Garbo"; dicha pose deja paso a una larga descripción donde los referentes más diversos emparentan con situaciones complejas de la ficción biográfica de la actriz, de momentos de vida que existieron en la pantalla y se recrean en la mente del espectador Porlán sometidos a la lógica del sueño cinematográfico, a la ilogicidad de una escritura automática que nace en la ensoñación de secuencias recreadas por el escritor. Los fragmentos en prosa se alternan con triadas de versos y versículos donde queda expuesta una cronología de la actriz tan hipotética como relativa, su divergencia con variados tipos de célebres actrices, antítesis de Dolores del Río, contrapartida de Clara Bow, sus posibles amores con arquetipos literarios, Swan, Sorel.

El autor nos sitúa en su poema haciéndonos partícipe de un imperativo que prohíbe la consabida veneración de la "star", "puesto que Greta Garbo no interviene como una fuerza del arte sino como un factor de la vida". El texto de César M. Arconada "Posesión lírica de Greta Garbo", al igual que otros del francés Blaise Cendrars, debieron ser tenidos en cuenta por Porlán al redactar el suyo, si bien adoptando una pose que denotara su voluntad de "torcerle el cuello al cisne" de la actriz en un inusual género literario.

Ilustración: Francisco Ayala.