Rafael Utrera Macías

Dalí visto por su hermana

En capítulo precedente hemos indicado que el pintor publicó, escrito en francés, “Vida secreta de Salvador Dalí” (1942). Su hermana le pidió ser la traductora al castellano; la respuesta negativa no estuvo exenta de crueldad y evidente menosprecio a la solicitante.
Al reconocer que era un maestro practicando la exageración y, sobre todo, la tergiversación, Ana María se animó a escribir una réplica, publicada en 1949: “Salvador Dalí visto por su hermana”. Al decir de la propia autora, a Dalí cualquiera podía criticarle… pero su hermana, no; por ello, montó en cólera cuando, en Nueva York, pudo leer este libro.

Sin duda, no serían aspectos más o menos anecdóticos los que irritaron al pintor, tal como que sus dientes incisivos superiores, centrales y laterales, en lugar de cuatro sólo tenía dos, o que los inferiores del centro seguían siendo los llamados de “leche”, semejantes a dos granos de arroz. Por el contrario, la autora carga contra el surrealismo, o por mejor decir, contra los surrealistas como los causantes de los cambios habidos en el comportamiento de su hermano. Así, en el capítulo VIII podemos leer: “Las ideas destructoras del surrealismo llegaron a Cadaqués con la misma fuerza de aquel torrente, y al estallar, rebosantes de odio y de perversidad, destruyeron la paz de nuestro hogar, haciéndonos víctimas de ese movimiento maléfico, al que, por desgracia, se adhirió Salvador”. Por si quedaba alguna duda, más adelante, ratifica que las citadas “ideas destructoras del surrealismo” consideraban “como una verdadera herejía incluso el amor familiar”.

Sin comentarlo directamente, Ana María debe tener en mente la primera exposición parisina de Salvador, en la Galería Goemans (noviembre-diciembre de 1929), donde, sobre una litografía del Sagrado Corazón, Salvador había escrito: “A veces, escupo por placer sobre el retrato de mi madre”. Por unos artículos aparecidos tanto en la revista “La Gaceta Literaria” como en el diario “La Vanguardia”, el padre de Dalí se enteró de los hechos y, seguidamente, el pintor fue expulsado del ámbito familiar. El notario de Figueras modificó el testamento en perjuicio de su hijo, como tantas otras veces haría en función de los comportamientos de su vástago.

La conversación entre Maggie y Ana María se orienta hacia tales cuestiones y, en ella, Miss Dalí sostiene que Gala empeoró las cosas porque, hasta entonces, las pinturas de su hermano dejaban ver un alma sana, al menos hasta que lo enturbiara el aliento del surrealismo doctrinario. Y, con tan famoso escupitajo, “necesitaba proyectar la imagen del gran surrealista que no respetaba a nadie, ni a su propia difunta madre”. Ante ello, Maggie le hace ver a su amiga que aún mantiene mucho rencor; esta responde negativamente y lo refuerza con un “todo ha terminado”. 


Helena Ivanovna Diakonova o, simplemente, Gala

Pero, evidentemente, no todo ha terminado porque la vida en común de Dalí y Gala ofrece un larguísimo argumentario que va mucho más allá de su vida, tan pública como privada, tan políticamente escandalosa como bañada en lingotes de oro. Esos y otros temas semejantes se siguen tratando en esta charla de dos amigas que, desde sus personales puntos de vista, evalúan y valoran el comportamiento del pintor y de su compañera. De esta, Ana María destaca sus tres pasiones: el lujo, los hombres jóvenes de musculosos cuerpos y el dinero. Su hermano admiraba de ella su avaricia, la fuerza de su determinación y aquellos ojos negros aterradores. Esa era Gala o, en intencionado silabeo de Ana María, esa era He-le-na I-va-nov-na Dia-ko-no-va. Ella consiguió que Salvador le comprara Púbol. Allí vivió con sus amantes, incluido el joven actor Jeff Fenholt, a quien ella llevaba 57 años… Con razón argumentan las dos amigas que Gala se llevaba la peor parte en los tabloides: tigresa, mártir, banquera, mafiosa… No se privaba de nada porque era el amuleto de Salvador. ¡Dios, qué fama…!


Plumero político del pintor

Todavía Maggie y Ana María tienen ocasión de referirse en su amistosa charla a los posicionamientos contradictorios de Salvador a lo largo de su vida: los -ismos no sólo fueron artísticos sino marcadamente políticos: surrealismo, comunismo, fascismo… En 1934, Dalí fue llamado a capítulo por André Breton y sus colegas para exigirle justificación acerca de su “conducta contrarrevolucionaria”. Y el pintor explicitó sus planteamientos con declaraciones como las siguientes: “No tenía ninguna “razón surrealista” para no tratar a Lenin como un tema onírico y delirante. Todo lo contrario. Lenin y Hitler me excitaban en sumo grado. Hitler más que Lenin; además, su espalda rolliza, sobre todo, cuando le veía aparecer de uniforme con cinturón y talabarte de cuero que apretaban sus carnes, suscitaban para mí un delicioso estremecimiento gustativo de origen bucal, que me llevaban a un éxtasis wagneriano. Soñaba muchas veces con Hitler como con una mujer. Su carne, que me imaginaba blanquísima, me encantaba”. Y por si no quedara suficientemente claro, apostillaba con estas aseveraciones: “…No dejé por eso de proclamar que Hitler encarnaba para mí la imagen perfecta del gran masoquista que desencadenaría una guerra mundial por el único placer de perderla, y de sepultarse bajo las ruinas de un imperio; acto gratuito por excelencia, que debía haber suscitado la admiración surrealista, por una vez que teníamos un héroe moderno” (Cito por A. Rodrigo; bibliografía en capítulo VI). Obviamente, Bretón y sus seguidores, no dudaron en “excluirle del surrealismo como elemento fascista y de combatirle por todos los medios”.

Los tres años de la guerra civil española, Salvador los pasó fuera de España. Y Ana María, recuerda cómo ella fue apresada por los anarquistas y sometida a toda clase de torturas acusándola de ser espía de Franco. Dalí, tras sus panegíricos hitlerianos, se fue luego a la Italia de Mussolini. Coloquialmente coinciden Maggie y Ana María en que a su hermano “se le veía el plumero político”.


La conquista de Nueva York

Pero su “Eldorado” fue Nueva York. Firmó contratos sin parar. Y se codeó con los grandes de Hollywood, aunque, según su hermana, fueron más los proyectos que las realidades; sobre esta cuestión haremos algunas precisiones más adelante. Maggie lee un ejemplar de la revista “Times”, muy bien conservado por su amiga, en el que un gran reportaje habla del pintor catalán “de voz suave y bien recortado bigote de actor de cine…”. El tipo de bigote de Adolphe Menjou había pasado de moda mientras que el pintor catalán buscaba otros modelos que se adecuaran, por longitud y elevación, a sus extravagancias y excentricidades. En efecto, en 1928, Buñuel publicó, en “La Gaceta Literaria”, “Variaciones sobre el bigote de Menjou”, acaso para contrarrestar el de Dalí, publicado anteriormente, con el título de “La gran duquesa y el camarero”. Y todavía, más adelante, el bigote de Menjou será una metáfora de esas numerosas mariposas que aparecen en las cartas y en las obras de los tres amigos; en tal sentido, Buñuel en sus “Variaciones” propone al mencionado actor que registre (“copyright”) sus bigotes a fin de que no queden al arbitrio de caras más corrientes. Y él mismo, en “Noticias de Hollywood”, publicado en “La Gaceta…”, en 1928, escribe: “Menjou… de su americana extrae una magnífica pitillera de oro… la abre y nos la presenta repleta de bigotes. Tomamos uno…”. Años más tarde, en Nueva York, Dalí ejercita un “Análisis psicoanalítico del bigote de Salvador Dalí”; escribe: “¿Bigote? ¿Bigote? ¿Bigote? En París yo llevaba siempre una bonita pitillera con varios bigotes postizos tipo Adolphe Menjou y ofrecía a mis amigos, bigotes, bigotes, bigotes…”.


Proyectos en Europa. Encargos en España: Don Juan

Maggie y Ana María siguen su animosa conversación con temas de aquí y de allá. Hacen referencia a que Salvador, en Europa, gozó también de encargos artísticamente significativos, ya fuera “Salomé”, dirigida por Peter Brook en un teatro londinense como el “As you like it” (“Como gustéis”), de Shakespeare, dirigida por Visconti en Roma, o “Don Juan Tenorio”, de Zorrilla, con dirección de Luis Escobar, representada por la Compañía del Teatro Nacional María Guerrero. Pío XII lo recibiría en audiencia y el rey de España lo convertiría en marqués. Salvador necesitaba hacerse perdonar, precisa Ana María, y el régimen lo sacaba frecuentemente en el No-Do: pura propaganda franquista.

En efecto, una de las veces en que los Noticiarios y Documentales Cinematográficos mostraban al pintor entre lo más granado de los actores y actrices del momento, fue precisamente en el estreno madrileño de ese mencionado “Tenorio”; la escenografía daliniana podemos describirla gracias a la versión cinematográfica. El homónimo Don Juan Tenorio (1952), de Alejandro Perla, responde a la filmación teatralizada de la representación efectuada por la Compañía del Teatro Nacional María Guerrero en los estudios cinematográficos Chamartín; los créditos distinguen entre “dirección escénica” (Luis Escobar y Huberto Pérez de la Ossa) y “dirección cinematográfica” (Alejandro  Perla). Escobar, director del María Guerrero, efectuó una gira por diversos países europeos y sudamericanos en cuyo repertorio figuraba “Don Juan Tenorio”, de Zorrilla. La idea de “registrar” en película, con su representación y sus grandes y populares intérpretes, no tendría límites en su recorrido geográfico donde los decorados y figurines de Dalí eran un atractivo para el espectador dada la popularidad del pintor. Así pues, valores escenográficos y visuales, auditivos y musicales, conforman un film donde los conocidos y populares versos de Zorrilla (que el pintor entiende como obra declamatoria que debe gritarse en la mayoría de las ocasiones) se unen a los valores simbólicos aportados por la escenografía daliniana. Muy probablemente, este decorador y figurinista, recordaría cuánto les gustaba a los tres amigos, Buñuel, Lorca, Dalí, efectuar representaciones de la misma en la Residencia de Estudiantes y cómo repercutiría en obras posteriores de cada uno de ellos.

Y Maggie, mientras se despide con abrazos de Emilia y a Ana María, le hace ver a ésta cuál es el secreto de la vida: “Has sobrevivido, has sido tú misma”. 

Ana María Dalí murió el 16 de mayo de 1989. Un rótulo precisa: 3 meses y 23 días después de su hermano.

Ilustración: Salvador Dalí, padre e hijo, con Ana María. Dedicatoria manuscrita con firma de Dalí y Gala.

Próximo capítulo: Dalí, Ana María: retrato intermitente. Federico García Lorca en Cadaqués (III)