Enrique Colmena

Como estaba previsto, La isla mínima, la magnífica película del sevillano Alberto Rodríguez, se alzó como ganadora absoluta en la ceremonia de entrega de los Premios Goya. Fueron diez los “cabezones” del pintor aragonés que se llevó la película de Atresmedia Cine, la andaluza Sacromonte y la madrileña Atípica, verificando con ello el momento dulce del cine hecho en Andalucía, con profesionales mayoritariamente andaluces e incluso con dinero (compartido con otras productoras) de Andalucía.

Fue el triunfo del filme de Alberto Rodríguez más que merecido, pero no fue el único del cine relacionado con Andalucía. Aunque El niño consiguió sólo (“sólo”…) cuatro Goyas, también fue un triunfo del cine andaluz, por temática (el Estrecho, Algeciras, la ruta del narcotráfico en esa zona caliente), por intérpretes y por coproducción.

Pero es que además la tercera en el podio por número de Goyas, Ocho apellidos vascos, aparte de haber reventado literalmente las taquillas durante 2014, aunque no tenía coproducción andaluza (craso error, ciertamente), su temática era tan andaluza como vasca, la confrontación chistosa entre ambas culturas que ha dado un río de carcajadas y un océano de billetes del Banco Central Europeo.

ÍIacute;tem más: la presentación corrió a cargo de un malagueño, Dani Rovira, tan de moda por su protagonismo en la mentada Ocho apellidos… (y Goya al Mejor Actor Revelación, tan justo) fue amena, simpática, divertida, con algunos momentos (el gag de la venta del Opel Kadett, terminado con Penélope Cruz) realmente desternillantes. Los números musicales no fueron sonrojantes, como sí ocurrió en la pasada edición, y aunque algunos de los actores que cantaron, como Eduardo Noriega, no se puede decir que se vayan a ganar la vida en esa disciplina, en conjunto quedaron resultones y agradables.

Aún más sobre Andalucía en los Goya: la presencia de copresentadores como el gaditano Álex O’Dogherty como “hombre orquesta”, como ya hizo en anteriores ediciones, fue celebrada, aunque quizá quedó algo larga. Los “compadres” sevillanos, el Culebra y el Cabesa, Alfonso Sánchez y Alberto López, comparecieron con su “look” pijo de Los Remedios y sus correspondientes copas de balón, para hacer un divertido numerito que, qué quieren que les diga, me parece cada día más como una chistosa actualización de los pícaros Rinconete y Cortadillo, tan hispalenses como ellos.

El cine andaluz tenía hasta ahora dos hitos esenciales: en 1976 el estreno de Manuela, de Gonzalo García Pelayo, que se considera la obra fundacional del cine andaluz; y en 1999 el estreno de Solas, de Benito Zambrano, que dio carta de naturaleza a la posibilidad de un cine andaluz con vocación universal; a partir de ahora habrá que considerar el 2014 como tercer hito del cine andaluz, el de La isla mínima, de Alberto Rodríguez, que consigue romper el techo de cristal de nuestro cine, tanto en recaudación como en repercusión en premios, alcanzando la primacía del cine español.

Hubo otros ganadores (pocos) que no tenían relación con Andalucía, y justo será reconocerlo: así, Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo, de Javier Fesser, que consiguió dos Goyas, la estupenda Magical girl, de Carlos Vermut, que se tuvo que conformar con el más que merecido premio a la mejor actriz para Bárbara Lennie, y 10.000 km, de Carlos Marques-Marcet, y Musarañas, de Juanfer Andrés y Esteban Roel, que se llevaron un “cabezón” cada una.

Hubo cierta reivindicación con el ministro Wert presente, después que el año pasado se le afeara, con razón, su defección de la gala. El 21 fue seguramente el número más repetido, en alusión al tipo de IVA con el que se grava el cine en España, muy por encima de lo que se tributa en otros países de nuestro entorno. En cualquier caso, no fue una gala combativa sino más bien ensalzadora del buen momento (artístico, pero sobre todo taquillero) del cine español, y eso está bien. Aunque uno de los dichos españoles más comunes sea el de que “el que no llora, no mama”, lo cierto es que no se puede estar llorando permanentemente. Bueno será seguir haciendo cine con lo que hay, porque otra cosa sería suicida. Fue curioso ver el notable número de filmes que se están rodando o terminando de rodar, de lo que se dio un aperitivo en la ceremonia, confirmando con ello que, aunque las condiciones económicas se hayan degradado considerablemente, el cine, como la naturaleza, siempre se abre camino…

Pie de foto: Alberto Rodríguez agradeciendo el Goya al Mejor Director por La isla mínima.