Enrique Colmena

En tres de los capítulos anteriores hemos desarrollado de qué forma ha aparecido el llamado “conflicto vasco” en el cine euskaldún desde el arraigo de la democracia en España. Decíamos que ese “conflicto” ha llenado, de muy diversas formas, el cine vasco de los últimos cuarenta y tantos años. Pero también ha habido lugar para otro tipo de cine, para géneros tan populares como la comedia, el drama o el thriller. En las próximas entregas de este serial iremos comentando esas películas que voluntariamente se han situado más allá del (con demasiada frecuencia) inevitable fenómeno del llamado “conflicto vasco”.

En contra de lo que quizá pudiera suponerse, el género que con más frecuencia se ha tocado dentro del cine vasco de la democracia, extramuros el “conflicto vasco”, ha sido la comedia; generalmente se suele identificar desde fuera de Euskadi, seguramente sin fundamento, la idiosincrasia vasca con la adustez, la sobriedad, el laconismo, cierto drama interior tal vez acrisolado en el tiempo por el clima, las montañas, las aldeas acantonadas y dispersas en un universo rural y cuasi mítico. Pero baste recordar (en un formato audiovisual no objeto de esta serie de artículos, que se ciñe al cine, pero que traemos aquí porque viene al pelo) ese ejemplar serial televisivo que fue/es Vaya semanita, producido por Euskal TeleBista entre 2003 y 2011, y con nuevos episodios en un “reboot” a partir de 2020, para convenir que lo de sonrisas y vascos no es, ni mucho menos, un oxímoron.

Es curioso porque la primera comedia, como avisando que la circunspección del “conflicto vasco” no tenía por qué ser la temática monográfica del cine euskaldún, llegaría en fecha tan temprana como comienzos de los ochenta, apenas tres años después de la promulgación de la Constitución Española y dos años después de la aprobación del Estatuto Vasco. Hablamos de 7 calles (1981), dirigida al alimón por Javier Rebollo (no confundir a este cineasta bilbaíno con su homónimo madrileño, autor de films tan interesantes como Lo que sé de Lola o El muerto y ser feliz) y Juan Ortuoste, en una línea no demasiado lejana a la llamada “comedia madrileña” que por aquel entonces era ya una de las fórmulas de éxito de la comedia española, con directores que se habían consagrado dentro de ellas, como Fernando Colomo o Fernando Trueba. Con “cine dentro del cine”, a vueltas con la dificultad de rodar en Euskadi en la época, más una línea argumental secundaria con un disparatado (auto)robo, la película, con reparto estelar de la época (Resines, San Francisco, Adriani, Miramón), tuvo escaso éxito: la meliflua “comedia madrileña” no encontró su sitio a las orillas del Nervión... Javier Rebollo reincidirá en el género con posterioridad ensayando nuevas fórmulas, en films como Calor... y celos (1991), con amante compartido y politraumado y las dos amadas que se rifan al pánfilo; el triángulo amoroso aparecerá también en su Marujas asesinas (2001), pero aquí con los tintes de la comedia negra y el esperpento más carpetovetónico; en una línea no demasiado alejada, Locos por el sexo (2006) será la apuesta de Rebollo por un cine extravagante, con manicomio, lunáticos varios y un tono aún más negro y estrafalario que su anterior film.

Enrique Urbizu, autor de algunos de los thrillers más interesantes del cine español de los últimos treinta años (La caja 507, No habrá paz para los malvados), se inició sin embargo en los terrenos de la comedia vasca con Tu novia está loca (1988), que buscaba su comicidad en la típica comedia de enredos romántico, con triángulo amoroso que el prota (un Antonio Resines llamándose improbablemente Mikel) habrá de deshacer a su favor. Su caso es similar al de Ernesto del Río, más volcado hacia el thriller, pero que también tiene su comedia, No me compliques la vida (1991), una comedia romántica con algunos toques sociales, con el protagonista como arquitecto especializado en viviendas para clases desfavorecidas.

El bilbaíno Álex de la Iglesia, uno de los nombres más populares, incluso prestigiosos, del cine español actual, comenzó hace treinta años con una comedia ciertamente peculiar, Acción mutante (1993), que imaginaba un Bilbao en un futuro lejano en el que una banda terrorista (ejem...), formada por gente fea y deforme, planea vengarse de los guapos secuestrándolos y extorsionándolos; aunque las posibles segundas lecturas en clave local (y de 1993, no del siglo XXI...) eran seguramente inevitables (y rijosas...), apenas se vio, o no se quiso ver, en ese sentido, a favor de este entonces nuevo valor que parecía tener, como así fue, muy buena mano para la comedia entre la astracanada y la bufonada, siempre con considerables dosis de mala leche. De la Iglesia, que ha hecho después la mayor parte de su carrera ya a nivel nacional, tiene otra comedia esperpéntica que, sin embargo, podemos considerar de corte vasco (o vasconavarro, para ser más exactos), Las brujas de Zugarramurdi (2013), disparatada comedia de atraco en Madrid con una panda de idiotas que terminan en un santuario de hechiceras en la Navarra euskalduna, con una impagable Terele Pávez como una de ellas.

La pareja de directores formada por Carlos Zabala y Eneko Olasagasti realizaron en comandita durante la década de los noventa un par de comedias: la primera, Maité (1994), hecha en coproducción con Cuba, exploraba con cierto éxito los terrenos de la comedia de opuestos (que posteriormente explotaría abrumadoramente Ocho apellidos vascos), contraponiendo el carácter adusto y lacónico del vasco con la pachorra y el gusto por la buena vida del cubano, permitiéndose además algunas críticas sobre los negocios internacionales poco claros que permiten el bloqueo de la isla cubana; y Sí, quiero (1999), comedia romántica de enredo, con triángulo amoroso, atraco a banco y líos varios, que no llegó a alcanzar el buen rendimiento en taquilla del primer título.

El habitual productor de los primeros films de Enrique Urbizu, el vizcaíno Joaquín Trincado, se estrenaría con escaso éxito como director con la comedia Sálvate si puedes (1995), ambientada en Bilbao, con una extraña (o quizá no tanto...) pareja, una concejala y un empresario, y cómo sus vidas cambian cuando ambos sufren un peculiar accidente.

Por su parte, los hermanos Esteban y José Miguel Ibarretxe forman una peculiar pareja que, bien en comandita como directores y guionistas, o solo con la dirección de Esteban, han hecho tres comedias vascas muy peculiares: la primera, Solo se muere dos veces (1995), recoge la tradición de comedia negra española (Berlanga, Azcona, el Ferreri español de los cincuenta), pero también la vasca (Rebollo, De la Iglesia), con una abracadabrante historia fantástica con científico loco que buscar revertir el proceso de envejecimiento, con algunos estrafalarios personajes secundarios que complicarán la cosa; la segunda, la ambiciosa y costeada coproducción hispano-franco-británica Sabotage! (2000), ya con dirección de los dos hermanos, proponía una mirada sarcástica en clave de farsa sobre uno de los momentos claves de la Historia del siglo XIX, la derrota de Napoleón en Waterloo, imaginando que uno de sus mariscales, con un tornillo flojo, y con la aquiescencia de Bonaparte, lo suplantara (así se explicaría la derrota, claro...); el considerable costalazo en taquilla, teniendo en cuenta su alto presupuesto, justifica que pasaran once años hasta el tercer empeño de los Ibarretxe, de nuevo dirigiendo juntos, en Un mundo casi perfecto (2011), proyecto económicamente mucho más modesto, que mezcla elementos típicos de comedia, como el humor de opuestos y el cine de enredo, con algunas gotas de thriller.

Pero si a los Ibarretxe no les sonrió la taquilla, no se puede decir lo mismo del vitoriano Juanma Bajo Ulloa, que ya había probado las mieles del triunfo a escala crítica con su debut en el denso dramón Alas de mariposa, pero que cambió a la comedia lisérgica y de enredo con Airbag (1996), una historia desenfrenada plagada de pijos, narcotraficantes, prostitutas, mafiosos y “tripis”, que no daba respiro, convirtiéndose en la película española más taquillera del año. Pero a Bajo Ulloa, en el siglo XXI, pareció que lo había mirado un tuerto (este dicho hoy día no es muy políticamente correcto que digamos...), con varios proyectos fuera de la órbita de la comedia que no funcionaron, y cuando volvió a ese género, con Rey gitano (2016), ya fue evidente que había perdido el norte y que, buscando quizá la estela de Berlanga, a ratos parecía más Ozores...

Joseba Salegi, bragado ayudante de dirección, realizó su único largometraje como director con la peculiar comedia Ione, sube al cielo (1999), que sorprendentemente se basaba en ciertos hechos reales, la petición de una congregación religiosa para hacer una película sobre su santa fundadora, al objeto de ser presentada en la Santa Sede; con esa premisa, la película juega con la contraposición de los mundos diametralmente opuestos de la farándula y las monjas, pero el neófito director no llegó a encontrar el tono adecuado, entre la farsa, el sarcasmo y el humor que destilan posiciones tan contrarias.

La tudelana Ana Díez, que había hecho anteriormente un par de densos dramas, Ander eta Yul y Todo está oscuro, se pasa a principios del siglo XXI a la comedia con un título peculiar, Algunas chicas doblan las piernas cuando hablan (2001), una comedia romántica ambientada en Pamplona en el contexto de las fiestas de San Fermín, que apenas tuvo repercusión comercial ni crítica. Por su parte, la pareja de directores formada por Asier Altuna y Telmo Esnal rodarán a lo largo de este nuestro siglo un díptico en clave de comedia que tuvo bastante repercusión en el ámbito geográfico vasco: la primera fue Aupa Extebeste! (2005), comedia tirando a negra sobre familia anteriormente de clase alta pero en decadencia económica que supuestamente se va de vacaciones pero que, al quedarse sin dinero, se encierra en casa aparentando estar efectivamente fuera, una farsa en clave esperpéntica que, de nuevo, nos remite a nombres como Berlanga, Ferreri o Cuerda; y, pasados casi quince años, los mismos directores retoman la misma familia para hacer una especie de secuela, Agur Etxebeste! (2019), en la que los miembros del clan están metidos en política, con presuntas marionetas humanas que se niegan a ser teledirigidas y un humor más próximo al monotema político de los últimos años, la corrupción. En cuanto a Telmo Esnal, ha realizado en solitario otra comedia, Feliz año, abuela (Urte berri on, amona!, 2011), de nuevo con tintes negros, con yerno que quiere ingresar a la suegra en una residencia y cómo se las intenta apañar para hacerlo sin que se entere su mujer, en una clave de comedia negro que busca en los grandes del esperpento en España, Azcona y Berlanga, aunque sin llegar, ni de lejos, al humor extremadamente inteligente de esta pareja única.

El veterano cineasta donostiarra Fernando Bernués, en comandita con la bergaresa Mireia Gabilondo, ambos generalmente volcados hacia temas más graves, hicieron sin embargo una comedia en común, Enséñame el camino, Isabel (Kutsidazu bidea, Ixabel, 2006), que buscaba el humor a través de la contraposición del universo urbanita del protagonista, en un entorno del Euskadi profundo, donde encontrará problemas lingüísticos en el euskera que se habla en un caserío rural pero también (ah, el amor...) lo que viene siendo un alegrarse las pajarillas, deviniendo entonces en comedia romántica. Gabilondo, por su parte, ya en solitario, afrontó el reto de hacer una comedia negra, Enjambre (Erlauntza, 2020), película más bien despendolada hecha sobre el tema de las despedidas de solteras, intentando sacarle punta a los inevitables resentimientos ocultos entre las supuestas amiguísimas, y cómo el adecuado cóctel de alcohol, droga y desparrame absoluto (más un enjambre de abejas...) puede terminar como el rosario de la aurora.

Por su parte, el alavés Kepa Sojo ha realizado dos comedias: El síndrome de Svensson (2006) juega la baza de la comedia coral y disparatada, con numerosos personajes y distintas historias que se irán entrecruzando, en un paisaje, el Levante español, un tanto alejado de las lluviosas tierras euskaldunas. La segunda película será La pequeña Suiza (2019), donde Sojo buscaba una reedición del éxito de Ocho apellidos vascos, imaginando un pueblo situado en pleno Euskadi pero bajo administración castellana (exactamente lo que ocurre en la realidad al condado de Treviño...), que pide su incorporación a la comunidad autónoma vasca; tras la denegación gubernativa, pedirán entonces su anexión a la vieja Confederación Helvética, vulgo Suiza. La utilización de actores de gran popularidad televisiva, como Jon Plazaola, entonces famoso por su protagonismo en la serie Allí abajo, no fue sin embargo suficiente y la película pasó desapercibida, cuando estaba concebida para arrasar en taquilla.

Combinando comedia y una cierta denuncia (de la corrupción, de la ausencia de futuro, etcétera), ¡Resiste! (Eutsi!, 2006) es una peculiar aportación al género, de la mano de Alberto Gorritiberea, que después transitaría al drama. Aquí juega también las cartas de la persecución alocada y (cómo no, hablamos de comedia...) del triángulo amoroso.

La actriz donostiarra Aitzpea Goenaga, de larga trayectoria delante de la cámara, ha probado fortuna detrás de ella en algunos telefilms y también en una comedia para pantalla grande, Secretos de cocina (Sukalde kontuak, 2009), que buscaba la comicidad en el embarullamiento y en las ollas y peroles de una cocina de supuesto “alto standing” que resultará serlo bastante menos, en una comedia muy endeble que desaprovechaba uno de los temas principales (la opípara gastronomía) de la cultura popular vasca.

Los responsables del serial televisivo Vaya semanita, al que ya hemos aludido en este conjunto de artículos sobre el cine vasco de la democracia, dan el salto al cine con Pagafantas (2009), con Borja Cobeaga en la dirección, sobre la figura descrita ya en el título, el amigo feo de la chica buenorra, que lo ve solo como su hermano del alma y no sabe que el pobre diablo, ¡ay!, bebe los vientos por la bella; el film descubrió para toda España (hasta entonces solo lo sabían en Euskadi...) el talento para la comedia del actor Gorka Otxoa. Cobeaga insistirá en la comedia, género en el que está especializado, en No controles (2010), aquí en clave claramente romántica, con un protagonista (Unax Ugalde, ya entonces en la cresta de la ola) que ha de intentar conseguir que su chica no se vaya, porque será para siempre, y con un secundario, Julián López, que compone uno de esos personajes friquis en los que es especialista, un “Juancarlitros” (sic) ciertamente tronchante por su absoluta falta de sentido del ridículo. Cobeaga tiene todavía otras dos comedias en su filmografía, Negociador (2014) y Fe de etarras (2017), ya comentadas en los capítulos anteriores relativos al llamado “conflicto vasco”.

El triángulo amoroso será también el tema de Bypass (2012), dirigida por Aitor Mazo y Patxo Tellería, con un economista vasco en Barcelona demediado entre dos mujeres, de nuevo con Gorka Otxoa como protagonista. Tellería, ya en solitario, hará Ranas (Igelak, 2016), otra vez con Otxoa, aquí como delincuente de cuello duro, un pícaro de altos vuelos que se las ingenia, mal que bien, para engañar a tirios y troyanos, en la mejor tradición de la picaresca española.

El exitazo comercial de Ocho apellidos vascos (2014), a día de hoy todavía (y parece que pueden pasar años hasta que pierda ese título) la película española de mayor recaudación de la historia, vendrá dado por una afortunada confluencia de talentos: por supuesto, el del veterano y curtido Emilio Martínez-Lázaro, cineasta que, con un buen guion, hace milagros (sin ellos no, también es cierto); el guion, trufado de hallazgos, de Cobeaga y su cuate Diego San José, que jugaba arteramente con la comedia de opuestos, con un sevillano (para la ocasión el malagueño Dani Rovira) enamorado hasta las trancas de una recia vasca (para la ocasión también, la madrileña Clara Lago), y las múltiples trapisondas que habrá de superar el andaluz cuando se tenga que hacer pasar por fornido muchachote del Norte, con algunos gags ciertamente inolvidables y un tono general muy divertido.

Intentando quizá aprovechar ese venero, Operación Concha (2017), del andaluz Antonio Cuadri, buscaba jugar las cartas también de la comedia de enredo y estafas, aunque el resultado distó mucho de ser aceptable, a pesar del reconocido talento de su director.

Finalmente, Gracia Querejeta, la hija del gran Elías, que generalmente se siente más cómoda en el terreno del drama, probó con la comedia i en Ola de crímenes (2018), de corte más bien negro, con denuncias de corrupciones en un marco de asesinatos a diestro y siniestro, como ya adelantaba el título.

Ilustración: Gorka Otxoa y Sabina Garciarena, en una imagen de la comedia Pagafantas (2009), de Borja Cobeaga.

Próximo capítulo: El cine vasco de la democracia (VI). El cine de géneros: el thriller