Rafael Utrera Macías

Bajo semejante enseña y visiones de la corrida, Eugenio Noel escribió una serie de novelas cortas, de enorme popularidad, que ratificaban, bajo diversos aspectos, su marcado carácter antitaurino y su interés en suscitar la polémica. Entre gran cantidad de títulos, destaquemos “Vidas pintorescas de fenómenos, toreros, enfermos, diestros y siniestros del embrutecimiento nacional”, “La novela de un toro” y “El As de oros. Maravillosas aventuras de un torerazo”. Estas y otras semejantes es lo que el autor denominaba “el flamenquismo”, y sus dardos habituales usaban como recurso ya la ridiculización, ya la caricaturización. Noel tuvo el acierto, literariamente hablando, de escribir “La novela del toro”, donde el protagonismo y la heroicidad correspondían a una excepcional res tan brava como ejemplar. Y, además, de elaborar un argumento y unos personajes donde el torero “As de Oros” muere a manos de su amante, Lola, naturalmente con una navaja oculta en una liga. “Lo descabelló a pulso” y “se desplomó como un caballo muerto”, escribe el autor, y, para rematar su soliloquio, añade primero, “Ha muerto sin necesidad de puntilla”, y, seguidamente, “Cuando una española mata / ni Dios resucita al muerto”. Y no faltó en la popular literatura de Noel un título en referencia exclusiva a las capeas; con ese nombre describió cuantos elementos son propios de las mismas, aunque, en este caso, la descripción de la realidad superaba ampliamente a la ficción, por más que el tremendismo, como recurso narrativo, no faltara en ninguna de ellas.

Por su parte, Antonio de Hoyos y Vinent cultivó la novela breve, y en esta tiene cabida una serie de narraciones que, acogidas bajo el genérico “Oro, seda, sangre y sol”, se adentra en el mundo de la tauromaquia bajo unas perspectivas donde combina un mundo decadente con unos personajes que alternan el lujo con el placer y éste con variantes de personal degradación. Una mujer frívola domina la vida, no sólo sentimental del torero, y, por ello, éste merodea por vericuetos sociales cuyo funcionamiento desconoce. Del mismo modo, en “La torería”, los amoríos de una joven duquesa con el que fuera zagal del cortijo y, luego, “Lucero”, torero sobresaliente. En otras narraciones, como “Los toreros de invierno”, “La primera de abono”, etc., se combina ese mundo aristocrático, esa mujer empoderada, con toreros de toda índole, fracasados, maletillas, o el que sufre ocasionales ataques de miedo.   


Pérez Lugín: “Currito de la Cruz”

Frente a este modo de novelar aspectos o personajes de la fiesta, encontraremos en esta época del siglo XX otras opciones cuyo enfoque y líneas narrativas son bien diferentes. Tal es el caso de Alejandro Pérez Lugín. El autor pertenecía al mundo profesional de la fiesta taurina, en su caso como crítico, que ocultaba su nombre bajo el pseudónimo de “Don Pío”. Su popularísima novela “Currito de la Cruz” impone su canon literario a las películas homónimas, la primera de ellas llevada al cine por el mismo autor (con ajena ayudantía técnica) y tras haberse creado la productora “Troya Films”. Ni el lenguaje del folletín ni el del melodrama constituyen inconveniente alguno para llegar a sus lectores y, poco después, a sus espectadores. El novelista-director conforma un triángulo con dos toreros, Currito y Romerita, y una mocita, Rocío, quien es, nada menos, que la hija del maestro Carmona. La rivalidad entre ambos espadas queda, pues, establecida no solo en el ruedo sino en los campos de Cupido; y ello, con amplia repercusión en prestigio, fama, honor, etc., al actuar sobre figuras de máxima popularidad. El novelista hila muy finamente esos resortes al construir una tan amplia como curiosa antítesis de actuaciones y de comportamientos sociales, ambos términos usados en el más amplio sentido. Obviamente, ese esperado “final feliz” lo construye el autor sirviéndose del trío protagonista, haciendo uso no sólo de la muerte del diestro más “perverso”, sino del triunfo del “humilde” que tendrá a su lado, acaso para siempre, a la hija de Carmona, el maestro.


“La mujer, el torero y el toro”, de Alberto Insúa

En esta novela de Insúa, son también dos toreros los que se disputan el amor de Delicia, una mujer que acumula belleza y fuerte personalidad, en la línea de otras como pudieran serlo Carmen o doña Sol. Su misión en el relato es equilibrar o desequilibrar sus amores o amoríos entre dos toreros, Basilio y Pascual; obviamente, lo que separa a ambos no es, precisamente, su procedencia, aragonés, uno, andaluz, otro, sino sus temperamentos, los humanos como los artísticos. Los primeros se resuelven en la vida cotidiana, en los diversos segmentos sociales donde ella, con cada uno de  ellos,  se presenta, actúa, interviene mientras derrocha su exótica personalidad ante la admiración de la mayoría; pero, esa pugna por este espada o por el otro, también se sitúa en el coso taurino, durante la misma corrida, de manera que el doble juego amoroso se proyecta tanto sobre los quehaceres profesionales de uno u otro como, al tiempo, se reflejan en el apasionamiento ya por Basilio, ya por Pascual. Como el propio autor estima, para Delicia, el amor del torero estaba en la plaza, lo que le gustaba era su valor… Los hados se confabulan contra quien debe morir en el ruedo: Delicia, vestida con el traje de luces de Pascual, recibe la mortal cornada que la llevará a encontrar la muerte en un final que es todo menos feliz, aunque ella aseverará ante ambos toreros que los ha querido a los dos. Para que les quede claro: a los dos, locamente.


De José Mas a Ramón Gómez de la Serna
    
La consideración del toro como animal mítico es para el ecijano José Mas y Laglera un punto de apoyo sobre el que sustentar su novela “Luna y sol de marisma”. En ella, los personajes más significativos están lejos de cuantos hemos conocido, bien como triunfadores en los ruedos, bien como vinculados habituales al diestro. El autor nos sitúa en los márgenes del Guadalquivir y allí confecciona un escenario donde el toro es el “dios” de ese universo natural y sus apóstoles son mayorales, vaqueros y otras personas cuyo oficio es darle óptima vida a la manada, desde el mejor semental al último becerro recién nacido. Intenciones y planteamientos semejantes los encontraremos en la lírica de Fernando Villalón.

El volumen citado de González Troyano se cierra con unas páginas dedicadas a Ramón Gómez de la Serna y, concretamente, a su novela “El torero Caracho”, donde el autor reúne los elementos más significativos manejados por la literatura precedente y, de este modo, elabora con ellos algo semejante a un acta de defunción. Su tratamiento “bordea la farsa” y “crea una confusión entre lo grotesco, lo ridículo, lo trágico, lo sublime”.  


Novelistas (en femenino). Elena Quiroga como ejemplo

En este siglo XX, la novela taurina tiene pocas autoras; por citar algunos ejemplos, anotemos los nombres de María Adela Durango, con “El anillo en la sangre”, de Regina Merchán, con “Toros, fútbol y neutro”, de Josefina Carabias, con “De azul y oro”. Por ello, destacamos la obra de Elena Quiroga, premio Nadal con “Viento del Norte”, quien publicó, en 1958, “La última corrida”. El título hace referencia a la despedida profesional (cortarse la coleta) del maestro Manuel Mayor, en festejo donde, a la vez, toma la alternativa un nuevo diestro. En palabras de Domingo Ortega (a quien aludiremos en el comentario a Tarde de toros), “la autora describe acertadamente la extraña psicología de los hombres vinculados a la tauromaquia”.

Entre las reflexiones del personaje, espada profesional, hay ciertas referencias al espacio natural, la dehesa, donde el toro vive y se desarrolla “en libertad; libertad, ancho espacio. Y lo malo del ruedo es que estaba en libertad también; no se le tenía atado con grillos, pero se le tenía atado. Le dejaban embestir y correr y mugir, pero ya estaba muerto. Antes de que saliera del toril…, estaba más muerto que carracuca, y todo era engaño a partir de entonces…”. En la narración se combinan los tiempos presentes de la corrida con los pasados de sus componentes, poniéndose especial énfasis en la personalidad, temperamento y recuerdos de quien torea su “última corrida”. Como puede comprobarse, Quiroga combina adecuadamente tiempos y espacios, al tiempo que salpimenta la vida privada de un experimentado torero con modos y maneras, personales unas, sociales otras, del heterogéneo mundo de la tauromaquia.     


Otros autores, otras novelas

En el transcurso del último medio siglo (referido al siglo XX) son numerosos los títulos dedicados al mundo taurino. Por citar algunos ejemplos de autores conocidos anotamos los de Camilo J. Cela (“El Gallego y su cuadrilla” y “Toreo de salón”), Ignacio Aldecoa (“Caballo de pica”), Fernando Quiñones (“La gran temporada”), José María Requena (“El cuajarón”), Domingo Manfredi (“Yo, peón de brega), Rafael Ríos Mozo (“Que Dios reparta suerte”), Ángel María de Lera (“Los clarines del miedo”), Ricardo Horcajo García (“Soñador. La corrida según el punto de vista del toro”), entre otros.

Y en el transcurso del nuevo siglo XXI, una reciente novela sitúa su acción en tiempos donde toros y corridas ya pasaron a la historia…


“El último torero” (2022), novela, de Joaquín Pérez Ordóñez
 
La novela de Pérez Ordóñez tiene sus antecedentes en un proyecto de guion que se escribiría, conjuntamente, con David Orea, compañero de estudios cinematográficos. Circunstancias diversas permitirían al autor ser único responsable de un relato que maneja diversos tiempos y abundantes personajes dentro de un estilo propio de autor omnisciente que parece mirar por el visor de la cámara y, al tiempo, señalarle a ésta el sujeto u objeto filmable. Como queda de manifiesto en los propósitos del autor, se aventura una hipotética situación en la que la fiesta de los toros habría desaparecido por mandato legal, lo que no impediría la celebración clandestina de festejos cuyo público estaría compuesto por extranjeros, a quienes se les entretiene con selecta comida y tauromaquia de pacotilla. El relato sustituye el “había una vez” por “esto sucedió hace mucho tiempo” y alterna la búsqueda informativa sobre un personaje específico con la actuación profesional del mismo: el torero Marcial Durán.  

Desde un presente narrativo se aborda un pasado donde la figura del “último torero” y su circunstancial cuadrilla se busca la vida entre ignorantes de la tauromaquia venidos de sabe dios dónde y contrabandistas del toro que organizan los saraos burlando las caprichosas leyes que se han llevado por delante la llamada “fiesta nacional”, aunque una enigmática “ganadería del Estado” pretenda “conservar” ciertas esencias de esa raza taurina y, al tiempo, se haya  organizado una  “brigada” antitaurina, sección especial del “Seprona”, por la que se daban tortas los jóvenes recién salidos de la academia a fin de demostrar su autoridad ante contrabandistas de una tauromaquia reducida a corridas,  capeas y charlotadas para guiris, pero, a fin de cuentas corridas clandestinas. El carácter y arte del, en otro tiempo, destacado torero Marcial Durán, espina dorsal de la novela, deviene en tragedia por un cúmulo de circunstancias adversas que el pundonor del artista no es capaz de soportar. Habían corrido malos tiempos para la tauromaquia y peores, aún, para los componentes más humildes de la misma…    

Ilustración: Portada de la novela “El último torero”, original de Joaquín Pérez Ordóñez, publicada por Samarcanda.

Próximo capítulo: El torero en la literatura y la cinematografía españolas. Un caballero famoso, película de José Buchs producida por Cifesa (IV)