Enrique Colmena
Hace ya bastantes años, allá por 1992, cuando tocaba revisar todo lo revisable, Raúl del Pozo escribió un artículo en Diario 16 en el que arremetía contra el cine producido por Elías Querejeta, mientras ensalzaba, se desconoce por qué, la figura de Alfredo Landa en tanto que inventor del landismo, no por sus extraordinarias aportaciones posteriores.
En aquella época yo colaboraba en el hoy extinto periódico, y me di el gustazo de, con algunas (comprensibles, creo) ambigüedades con respecto a quién escribió semejante libelo, contestar duramente a Del Pozo sobre aquella majadería que, digámoslo ya, debía estar dictada por esa postura suya de siempre, esa “posse” de diletante. Mi artículo se tituló
Querejetismo mejor que carajotismo, y leído veintitantos años después, se me antoja perturbadoramente actual.
No voy a hacer el feo al lector de copiarme, ni siquiera citarme con comillas. Pero lo que sí voy a hacer, aprovechando que, casualidades de la vida, Landa y Querejeta han muerto prácticamente con un mes de plazo entre ambos, y ya que hablamos del gran actor navarro hace poco (ver en CRITICALIA mi artículo
Landa versus landismo), glosar al no menos grande productor vasco.
Elías Querejeta nació en Hernani, provincia de Guipúzcoa, y aunque jugó al fútbol profesionalmente en la Real Sociedad, colgó pronto las botas para dedicarse a lo que realmente le gustaba, que era hacer cine. Desde 1962 hasta 2009 produjo 55 películas, que pueden considerarse no demasiadas dado el número de años (cuarenta y siete) que separan ambas fechas, pero que en realidad le otorgan un lugar eminentísimo dentro del cine español, en general, y de la producción española, en particular.
Porque Querejeta produjo en España un cine que, digámoslo ya, nadie producía aquí en los tiempos negros del franquismo. Sin él, no hubiera existido, por ejemplo, el cine de Carlos Saura, al que produjo hasta trece largometrajes, entre ellos algunos fundamentales en el cine “contra” Franco, desde
La caza hasta
La prima Angélica, pasando por
El jardín de las delicias y
Ana y los lobos.
El cine producido por Querejeta se constituyó muy pronto en garantía de calidad, de honestidad a carta cabal, de rigor; también de temas densos e intensos, de un cine adulto, que no rehuía temáticas impensables en el resto de la cinematografía nacional, un cine con frecuente intencionalidad política, en una época en la que, como decía el chiste (“yo soy apolítico: de derechas de toda la vida…”), la única política posible pasaba por ser adepto y adicto al régimen de Franco y cualquier otra cosa era disidencia que la dictadura no se andaba con chiquitas a la hora de reprimir.
Pero además de gran parte de la filmografía sauriana de los años sesenta, setenta y principios de los ochenta, Querejeta produjo a la pléyade del cine español de esas mismas décadas. Ahí está Francisco Regueiro, uno de nuestros cineastas malditos, pero tan interesante, al que le produjo
Si volvemos a vernos y
Carta de amor de un asesino, o Víctor Erice, para el que hizo
El espíritu de la colmena y
El sur, ambas espléndidas, si bien diferencias creativas (por llamarlo de alguna forma…) en la última de ellas terminaron con su colaboración de forma más bien abrupta.
A Ricardo Franco le financió
Pascual Duarte, la bronca adaptación de la cuasi homónima novela celiana, y a Jaime Chávarri, cuando empezaba y se le tenía por cineasta puntero, le produjo los que quizá sean sus títulos más interesantes,
El desencanto y
A un dios desconocido.
La colaboración con su casi paisano Montxo Armendáriz también fue fructífera: hicieron juntos cuatro filmes, también los más estimables de la carrera del director navarro:
Tasio,
27 horas,
Las cartas de Alou e
Historias del Kronen.
En los últimos tiempos hizo también películas con las nuevas generaciones, como Fernando León de Aranoa, a quien le produjo sus tres mejores películas,
Familia,
Barrio y
Los lunes al sol, y se convirtió en el productor por antonomasia (es comprensible, ciertamente) de su hija Gracia Querejeta, a la que patrocinó en
Una estación de paso,
El último viaje de Robert Rylands,
Cuando vuelvas a mi lado y
Siete mesas de billar francés, que sería su última producción de un largometraje de ficción.
Elías Querejeta supone la cima de la producción en España. Nadie más ha producido en este país tan buen cine como él. Sin Querejeta, la Historia del Cine Español sería otra, a buen seguro mucho más pobre, mucho más miserable, mucho más mezquina, mucho más superficial, mucho más inane.
Volviendo al comienzo de este artículo, el cine español podría prescindir del landismo (no de Alfredo Landa, actor excepcional), pero no de Elías Querejeta. Así que, y perdón por la autocita, qué placer volver a decir: querejetismo mejor que carajotismo…
Pie de foto: Una mítica imagen de
El espíritu de la colmena, dirigida por Víctor Erice y producida por Elías Querejeta.