Víctor Erice hace una película cada nueve años. Al margen de su episodio de Los desafíos, en el principio fue El espíritu de la colmena (1973), que le descubrió como un cineasta único en la España de los primeros setenta. Después sería esta El sur (1982), que le confirmó en su magisterio, y dieciocho años después, El sol del membrillo (1991). Por cierto que, según ese ritmo y cadencia, nos hemos quedado sin la que tocaba en 2000: lástima.
Problemas de producción impidieron que esta película se terminara como la concibieron los guionistas, el propio Erice y el crítico de cine Ángel Fernández Santos, pero permanece la prístina claridad de sus objetivos. El sur fue, tan merecidamente, un acontecimiento en su momento. Crítica y público aplaudieron la sensibilidad de esta historia contada en el norte pero con la continua referencia a un sur cuasi mitificado.
Un padre, una niña, una antigua amante, una tata, una postguerra ominosa, la melancólica certidumbre de la irrecuperabilidad de cualquier tiempo pasado, aunque fuera mejor.
Omero Antonutti, tras su revelación en Padre padrone, confiere a su personaje la necesaria dosis de misterio y, sin embargo, cercanía a su hija. Icíar Bollaín comenzaba entonces la carrera que, dos décadas después, la ha llevado a la primera línea de los directores, por encima de su faceta como actriz. Rafaela Aparicio es la madre Tierra, el ser bondadoso y más allá de toda mácula que está siempre ahí, dispuesto al consuelo y a la protección. Éste es el cine español que amamos.
86'