Enrique Colmena

La muerte en este septiembre de 2022 de Isabel II del Reino Unido ha opacado otras que, de no haber mediado la de la monarca británica, hubieran tenido una mayor repercusión en los medios. Y lo curioso es que todo el mundo se hace lenguas de la extraordinaria longevidad de la reina Windsor, lo que es cierto, pero algo parecido podría decirse de la vida de Irene Papas, uno de los “excelentísimos cadáveres” (por decirlo recordando la película de Francesco Rosi) que han acontecido en este septembrino mes en el mundo de la cultura, además de, entre otros, Javier Marías, Alain Tanner y Jean-Luc Godard. Porque si Isabel II vivió 96 años (1926-2022), Irene Papas vivió 93 (1929-2022), lo que tampoco es moco de pavo.

Al margen de esa semejanza en los muchos años de vida, lo cierto es que se puede decir, creemos que sin exageración, que Irene Papas fue también la reina, la “basílissa”, como dicen ellos, de la escena helena, tanto sobre las tablas del teatro como ante las cámaras de televisión y cine. Ninguna actriz, ni siquiera la notable Melina Mercouri, ha sabido representar mejor, en nuestra opinión, la grandeza trágica griega.

A lo largo de 56 años de carrera en pantalla (1948-2004), Papas ha sido el epítome de la mujer helena, pero también ha trabajado, y mucho, fuera de su país, en papeles no necesariamente vinculados a su tierra de origen. Nacida Eiríni Lelékou en Chilimodion, Corinto, al sur de Grecia, tomó el apellido que la hizo famosa al casarse en 1947 con Alkis Papas, y justo al año siguiente, 1948, debutaría en cine en Hamenoi angeloi, apareciendo en los créditos todavía con la transliteración de su nombre y su nuevo apellido, Eiríni Papas, aunque pronto adoptaría la nomenclatura latina y se convertiría en Irene Papas.

En esos 56 años que duró su carrera, Irene intervino en un total de 85 productos audiovisuales, entre películas de cine, series televisivas, cortos y telefilms. Lo hizo en su tierra, desde luego, a donde volvía intermitentemente, pero (persona cosmopolita donde las hubiera), también fuera, en Estados Unidos, así como en varios países de Europa (Italia, Francia, Reino Unido, Alemania, España, la antigua Yugoslavia…), América (México, por ejemplo) y África (Marruecos, Libia). Su nombre está siempre indisolublemente ligado a personajes femeninos fuertes, ya por la evidente preeminencia que en su carrera tuvieron las grandes tragedias clásicas griegas, ya por otros papeles ajenos a esa tradición que exigían mujeres poderosas, de una fuerza y un carisma tangibles.

En las primeras décadas de su carrera, en su tierra, Papas estaría al frente del reparto de varias producciones que pusieron en imágenes las tragedias helenas de hace veinticinco siglos: Antigona (1961), de Sófocles, Electra (1962), Las troyanas (1971) e Ifigenia (1977), todas de Eurípides y todas también con dirección de Michael Cacoyannis; treinta años más tarde cerraría el círculo, muy apropiadamente, con su última aparición ante una cámara en Ecuba (2004), también de Eurípides, sobre Hécuba, la madre de madres, la de Héctor, la de Paris Alejandro, la de todos los troyanos llamados a morir violentamente, en una película que Irene codirigió (en su única experiencia como realizadora) con Giuliana Berlinguer, con producción italiana, su segunda patria, donde vivió muchos años.

En Hollywood debutó en el wéstern El juez de la horca (1956), de Robert Wise, con James Cagney, y su presencia en la Meca del Cine sería habitual como actriz imprescindible donde se precisara una mujer de aspecto mediterráneo y gran intensidad interpretativa. Allí estaría en algunos títulos tan conocidos como Los cañones de Navarone (1961), de J. Lee Thompson, uno de los films por excelencia sobre la Segunda Guerra Mundial, y la no menos mítica Zorba el Griego (2004), rodada en Grecia, con dirección de Cacoyannis y con protagonismo de Anthony Quinn, cuya música de sirtaki de Mikis Theodorakis se hizo extremadamente popular.

El carácter indómito y abiertamente liberal de Papas se plasmó en otras cinematografías, en otros cines más comprometidos, como ocurrió cuando a partir de los años sesenta rodara en Europa varios films en los que la denuncia sobre la corrupción política y moral serían las temáticas preponderantes. Es el tiempo en el que interpreta para Francesco Rosi A cada uno lo suyo (1967) y Cristo se paró en Éboli (1979), y para Costa-Gavras la legendaria Z (1969), con Yves Montand.

Tiempo después Papas estaría también en una serie de adaptaciones de novelas de Gabriel García Márquez, en las que su fuerte carácter imprimía una indudable personalidad a los poderosos personajes de Gabo; quizá el más evidente de estos fuera el rol que Irene interpretaría en Eréndira (1983), a las órdenes del brasileño (aunque bajo pabellón mexicano-franco-alemán) Ruy Guerra, sobre el relato La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, pero también estaría en la versión cinematográfica de Crónica de una muerte anunciada (1987), de su amigo Francesco Rosi, con el que había trabajado ya varias veces con anterioridad.

La etnicidad mediterránea marcará con cierta frecuencia los papeles de Papas; sus rasgos meridionales le permitieron interpretar sin problemas personajes de la amplia y diversa cuenca mediterránea, como los roles arábigos de Mahoma, el mensajero de Dios (1976) y El león del desierto (1980), ambas con dirección de Moustapha Akkad y protagonismo de Anthony Quinn. Esa misma apariencia mediterránea le permitiría también estar en sendas adaptaciones de textos de Federico García Lorca, primero en una de las versiones que el cine ha realizado sobre Bodas de sangre (1977), en este caso bajo la dirección del cineasta malinés (pero actuando bajo pabellón marroquí) Souheil Ben-Barka, y la segunda en España, en Andalucía, versionando Yerma (1998), bajo la batuta de la sevillana Pilar Távora, con Aitana Sánchez-Gijón como protagonista.

Su prestigio y prestancia como actriz incontestable le valió también para estar en productos ciertamente alimenticios, pero en los que ella siempre actuó con su proverbial y honesta intensidad; ocurrió, por ejemplo, en series televisivas y telefilms de corte histórico clásico, como Las aventuras de Ulises (1968), donde era Penélope, Moisés (1974), en la que sería Séfora, la mujer del líder hebreo, y La Biblia: Jacob (1994), en la que será Rebeca, la mujer de Isaac.

En los últimos años de su carrera se convirtió en una de las actrices-fetiche del cineasta portugués Manoel de Oliveira, famoso, entre otras cosas, precisamente por su devoción y fidelidad a sus actores y actrices (Leonor Silveira, Diogo Dória, Luís Miguel Cintra…). Para el director de Oporto, Papas interpretaría en menos de un decenio hasta tres films: Party (1996), con Michel Piccoli, Inquietud (1998) y Una película hablada (2003), con Catherine Deneuve, John Malkovich y Stefania Sandrelli, la penúltima vez que Irene se puso ante una cámara para interpretar un papel.

“Antío, efjaristó, basílissa tes ellenikés skenés”: adiós, gracias, reina de la escena griega.

Ilustración: Irene Papas, en una impactante escena de Zorba el Griego (1964), de Michael Cacoyannis.