Enrique Colmena

El músico, compositor y productor musical japonés Ryûichi Sakamoto (Tokyo, 1952-2023) falleció el pasado 28 de marzo, si bien su muerte no se hizo pública hasta el día 2 de abril. Con él se marcha una figura señera de la música japonesa, pero también mundial, que además tuvo una relación muy estrecha con el cine, no solo por haber puesto música a más de cien productos audiovisuales, entre largometrajes, cortos, series de televisión y vídeos musicales, sino también por haber intervenido como actor en una veintena de títulos, con frecuencia de forma episódica, pero también con, al menos, dos papeles muy relevantes, en El último emperador y, sobre todo, en Feliz Navidad, Mr. Lawrence.

Esa peculiaridad, compositor de la banda sonora y a la vez actor, es muy infrecuente en cine; a veces se da en talentos poliédricos, como Chaplin, que además de director, guionista, productor y actor, escribió la banda sonora de varias de sus películas, pero ya decimos que es muy poco común. Además, como saben los que han visto las dos cintas mencionadas, sus interpretaciones eran notables, de una gran capacidad dramática y una inusual carga interior, en especial en Feliz Navidad..., film que le descubrió en Occidente, y punto de inflexión en su carrera, a partir de la cual Sakamoto sería reclamado por muy diversos cineastas y países para que pusieran música a sus films.


El descubrimiento de Ôshima

Como decimos, sería Feliz Navidad, Mr. Lawrence (1983) la que descubriría en Europa y Estados Unidos a Ryûichi. Cabe entonces el honor a Nagisa Ôshima de ese descubrimiento. Ôshima había saltado a la fama en la década anterior con su díptico de corte erótico-dramático compuesto por El imperio de los sentidos (1976) y El imperio de la pasión (1978), la primera de ellas con escenas de corte explícitamente pornográfico. Se esperaba con interés entonces su siguiente film, que sería este Feliz Navidad, Mr. Lawrence, que sin embargo fue casi su canto del cisne como director, pues tras este título, y hasta su muerte, acontecida 30 años después, Ôshima solo dirigió dos largometrajes de ficción más. Pero en Feliz Navidad... aún estaba en plena forma, sorprendiendo con este film ambientado en la Segunda Guerra Mundial, en lo que podría considerarse una especie de variante de El puente sobre el río Kwai, solo que con una relación un tanto peculiar (por llamarlo de alguna forma...) entre el comandante nipón del campo de concentración (el propio Sakamoto), y un oficial británico prisionero (un seráfico, andrógino David Bowie), una relación que bascula entre la fascinación crípticamente homoerótica y la repulsión de otra cultura ajena y (desde un estricto punto de vista de ojos rasgados) profundamente decadente. La banda sonora, extraordinaria, incluía algunos momentos sobrecogedores, como el canto angelical, en flashback, del hermano pequeño del personaje de Bowie, un canto como de otro mundo, como del cielo. El “score” de Sakamoto, sabiamente, utilizaba elementos orientalizantes, fundamentalmente japoneses, pero también otros muchos de corte occidental. Sakamoto hacía un sobrio, reconcentrado comandante japonés, un samurái demediado entre el honor y la turbia fascinación que aquel atormentado efebo británico de ojos azules le provocaba.  


Los Bertoluccis de habla inglesa

Tras el descubrimiento de Sakamoto por parte de Ôshima, será Bernardo Bertolucci el que reclamará la participación del compositor japonés (junto a David Byrne y Cong Su) para la que probablemente sea su película más fastuosa, El último emperador (1987), el primer film del cineasta italiano rodado en inglés bajo la férula del productor británico Jeremy Thomas, cinta para la que Sakamoto compondrá una espléndida partitura que realzaba, y de qué manera, la grandeza de la infancia y juventud de Puyi, el último emperador chino, pero también su caída en desgracia, primero como títere de los japoneses al frente del estado marioneta de Manchukuo, y después, a la llegada al poder de los comunistas de Mao, relegado a ser un camarada más, no precisamente distinguido, dentro del régimen dictatorial impuesto por el llamado Gran Timonel. La película fue la indiscutible ganadora de los Oscars de aquel año, con un total de 9 estatuillas, entre ellas la correspondiente a la Mejor Música Original, para Sakamoto, Byrne y Cong. Ryûichi, como queda dicho, tenía un relevante papel como actor en la película, en concreto el militar japonés Amakasu, que sería relevante en la vida de Puyi en su etapa como teórico jefe del estado títere de Manchuria.

Tras ese éxito, Bertolucci lo vuelve a reclamar para su siguiente proyecto, también rodado en inglés y también con producción de Jeremy Thomas, la adaptación al cine de la obra maestra de Paul Bowles, El cielo protector (1990), la historia de una pareja de ciudadanos norteamericanos en crisis que realizan un viaje al desierto del Sahara, esperando que suponga un revulsivo en su deteriorada relación, viéndose envueltos en una serie de incidentes que pondrán en serio peligro su salud y sus vidas; el “score” de Sakamoto es de una belleza surreal, casi una sinfonía lánguida, morosa, que se recrea melancólicamente en los ocres del desierto, en las laberínticas callejas de los poblados musulmanes, en los escasos oasis que pespuntean la dorada arena, en los imponentes riscos del Atlas.

Aunque la película, protagonizada por Debra Winger y John Malkovich, fue un fiasco de taquilla (25 millones de dólares de presupuesto, solo 2 millones de recaudación), el cineasta italiano y el músico nipón continuaron colaborando en el siguiente film de Bertolucci, de nuevo en inglés: Pequeño Buda (1993), con Keanu Reeves en el papel principal, será una de las aproximaciones al budismo que el cine occidental haría en los años noventa (recuérdese, por ejemplo, la scorsesiana Kundun); Sakamoto compone una banda sonora de nuevo muy orquestal, pero también con importante presencia de la voz humana y, aunque con algunos toques orientalizantes, resulta ser una música perfectamente homologable a la que podrían haber compuesto cualquiera de los grandes músicos sinfónicos del cine norteamericano o europeo, un John Barry, un Jerry Goldsmith, o un Maurice Jarre.


Interludio español

A mediados de los noventa Sakamoto es reclamado por Pedro Almodóvar para su melodrama entreverado de thriller (o viceversa...) Tacones lejanos, en una película en la que la labor de Ryûichi quizá quedó un tanto opacada musicalmente por las bellas canciones (la preciosa Un año de amor, de Nino Ferrer, la estremecedora Piensa en mí, de Agustín Lara) que Miguel Bosé y Marisa Paredes cantan, playback mediante, con la poderosa voz de Luz Casal; y es que tal vez no era Sakamoto el compositor adecuado para poner música al cine decadentemente cañí del cineasta manchego.


Hacer las Américas

Sakamoto vivió en Nueva York entre 1990 y 2020, poco antes de su muerte, así que la relación con el cine norteamericano estaba cantada. Con Brian de Palma, por ejemplo, repitió en dos ocasiones: la primera sería con ocasión del thriller Snake Eyes. Ojos de serpiente (1998), protagonizado por Nicolas Cage, para la que el músico nipón compondrá una solvente partitura que subrayaba adecuadamente las muchas escenas de intriga y suspense de este (por lo demás) no demasiado distinguido film. Como tampoco lo sería la segunda colaboración entre De Palma y Sakamoto, en un thriller posterior, Femme fatale (2002), con nuestro Antonio Banderas como un “paparazzi” que se mete en un charco demasiado profundo, para la que Ryûichi escribe una elaborada composición plena de tensión, que era lo que ciertamente procedía en un producto como ese.

También bajo pabellón USA, pero en coproducción con el Reino Unido, donde se rodó el film, Sakamoto compondrá la banda sonora de Cumbres borrascosas (1992), una nueva versión del clásico de Emily Brontë, con Juliette Binoche y Ralph Fiennes en los papeles principales, todos bajo la dirección de Peter Kosminsky, con una partitura arrolladoramente romántica para esta trágica historia de amor gótico.

El mexicano Alejandro González Iñárritu, rodando ya bajo pabellón norteamericano, llama a Sakamoto para que escriba el “score” de su El renacido (2015), el tour de force que le permitirá a Leonardo diCaprio, por fin, acceder al Oscar que se le había negado con anterioridad hasta en cinco ocasiones. La banda sonora del compositor japonés nos parece superior al film, una música trágica, telúrica, teñida de presagios de muerte, como la propia resucitación del protagonista, dado por muerto tras el ataque de un oso, en una tremenda, inolvidable escena.

La última película que citaremos es El fotógrafo de Minamata (2020), con dirección de Andrew Levitas, pero sobre todo con Johnny Depp como estrella absoluta, un film basado en hechos reales, una acre denuncia de una de esas barbaridades contra la salud que perpetran las grandes corporaciones, en este caso una multinacional (¡ay!) nipona, por lo que Sakamoto, muy interesado en este tipo de causas, se vio especialmente concernido en el proyecto.

Descanse en paz el músico exquisito, el activista medioambiental, el actor ocasional pero tan seguro.

Ilustración: Ryûichi Sakamoto, en una imagen de la película Feliz Navidad, Mr. Lawrence.