Rafael Utrera Macías

El estreno de Noticias del gran mundo, de Paul Greengrass, ha suscitado reacciones muy diversas en la recepción de su visionado tanto por parte de la crítica cinematográfica como por especialistas del género western; ciertos parecidos argumentales junto a concretos personajes la han emparentado de inmediato con el maestro de este género, John Ford, y, más directamente, con su indiscutible y ejemplar Centauros del desierto. De otra parte, lógico ha sido que este director haya devengado sutilezas diversas para aceptar cierta aproximación de su guion en el grueso trazo argumental respecto al clásico citado, pero, al tiempo, haya exigido a sus comentaristas mayor precisión y puntuales distanciamientos respecto de otros matices más concretos debidamente precisados en la puesta en escena.

La historia del western norteamericano mantiene grandes paralelismos temáticos con la propia epopeya de este territorio, de tal modo que su cinematografía se ha visto convertida tantas veces en la ilustración no sólo de la contienda propiamente dicha sino del desarrollo y progreso de su civilización, junto a los múltiples avatares de una compleja vida donde no es nada secundario, sino muy principal, cuestiones como las conquistas sociales de los negros o la progresiva inclusión del latinoamericano en la cotidianeidad del yanqui.

A su vez, el western clásico, en la medida en que agotaba las causas mayores de la historia norteamericana, buscó determinados factores de la vida diaria para componer los pertinentes mimbres de su esencialidad, en unos casos, por testificar nuevos modos de vida y, en otros, por aportar curiosos bloques argumentales, muy útiles para precisar la propia argumentación histórica como a cualquiera de los personajes.

La visión de Noticias del gran mundo nos ha hecho recordar determinados westerns “menores” antes que remitirnos a sus hipotéticos paralelismos con las grandes obras de los maestros Ford o Wyler. Tomemos un ejemplo: Monty Walsh fue la ópera prima como realizador de un operador que antes había fotografiado títulos como La semilla del diablo, de Polanski, o La leyenda de la ciudad sin nombre, de Logan; su nombre: William A. Fraker. Estrenada en 1970, incluía en su reparto a grandes y consagrados intérpretes como Lee Marvin, Jack Palance o Jeanne Moreau. El título del film respondía al nombre del vaquero protagonista.

Los hechos sucedían hacia el último tercio del XIX, cuando la colonización pasó a llamarse “industrialización”, el dinero, “capital”, y el patrón, “compañía”; al tiempo, el cow-boy se vio obligado a cambiar su forma de vida y a buscar nuevas formas de subsistencia que saltaron desde la delincuencia al desclasamiento, de la soltería al matrimonio, del auténtico oeste a su caricatura como número circense. El rancho se recordará, idealizado, como un paraíso perdido, mientras que una desgarrada canción advertirá de que los buenos tiempos han llegado y la vieja gloria del ejército morirá cuando el presente impida seguir viviendo el pasado. La película es la crónica de un oeste donde el empleo, en sus formas más genuinas, se ha convertido en un dramático desempleo. El western ejemplifica así un aspecto en el que la transformación de los modos de vida afecta a factores nada secundarios de su historia.


Historia profesional de Kyle Kidd

La película de Greengrass, Noticias del gran mundo, ofrece una historia preferente junto a otros aspectos argumentales que, posiblemente, resulten novedosos en la historia de este género cinematográfico. Si la trama principal deviene en aventura conjunta vivida por Jefferson Kyle Kidd (Tom Hanks), en otro tiempo capitán del ejército sudista, y la niña Johanna (Helena Zengel), hija de emigrados alemanes muertos a manos de la tribu kiowa, el aspecto que aquí nos interesa señalar es la actividad ejercida actualmente por el exmilitar: lector de periódicos cuyas noticias son ofrecidas en sesiones públicas a cambio de las monedas entregadas por los oyentes. ¿Y cómo deviene este caballero en tal situación?

Él mismo se lo explica a Calley cuando el joven le declara no saber que tales lecturas públicas conforman una profesión. Y Jefferson, tan nostálgico como realista, menciona su imprenta en San Antonio, cómo la guerra acabó con todo y hubo que reinventar muchas cosas ¡Ah, los periódicos! Ya no pueden imprimirse, pero, todavía…. ¡pueden leerse!

Si en Monty Walsh hubo transformación del estatus socioprofesional del vaquero, que se vio obligado a cambiar de ocupación, en Noticias del gran mundo, el ex-impresor, luego miembro del ejército sudista, modificó su actividad en función de nuevas situaciones y se convirtió en informante de noticias periodísticas para un público tan ignorante como analfabeto. Semejante actividad, en un elemental sistema de comunicación se denomina “oralidad”, y está producida por el sujeto “emisor”; responde a la capacidad fonadora del ser humano, es decir, a su facultad de producir sonidos. El sistema se completa cuando el “mensaje” emitido sea captado por el “receptor”, otro ser humano, que, valiéndose del oído y sus diversos componentes internos y externos, hace llegar al cerebro la “sonoridad” percibida y éste la “traduce” al sistema lingüístico utilizado.


La oralidad y sus variantes comunicativas

Kyle Kidd, en el film de Greengrass, se sirve de otro ingrediente argumental que parece constituir verdadera novedad en la muy extensa filmografía westerniana, no sólo por ofrecer la actividad transhumante de un exsoldado, sino porque éste fue un impresor de periódicos a quien la guerra le quitó su oficio y, ahora, lo recompone con un sucedáneo: la oralidad se constituye en comunicación que no sólo informa, sino que también puede devenir ya en dura réplica, ya en divertida asamblea.

¿Cómo se estructura o incardina dicha actividad lectora en la historia o la aventura que Key debe llevar a cabo, hasta dejar a Johanna en el lugar que, legal y moralmente, le corresponde? La progresiva interacción afectiva entre varón y niña tiene su paralelismo correspondiente en la escalonada aceptación e integración de la chica en el oficio lector de su protector; tras los “nudos” propios de inesperadas aventuras, se resolverá en “desenlace”, tan feliz en sentimiento como productivo en el trabajo, por lo que no es gratuito calificar el final de apoteósico. En cuatro ocasiones Greengrass abandona los itinerarios comunes al insólito viaje de adulto y chica para dedicarse a mostrar las sesiones informativas de la actual profesión del excapitán; cada una de ellas dispone de su correspondiente temática y, obviamente, de su propia puesta en escena.

Tras situarnos en el correspondiente lugar y tiempo, Wichita Falls, 1870, unas sucintas imágenes presentan al lector de prensa preparándose para su actuación y efectuando la pertinente selección de material; acto seguido, inicia su actuación con las lecturas del “Houston Telegraph” y del “Dallas Herald”; la más relevante noticia informa de la epidemia de meningitis que, en dos meses, se ha cobrado 97 víctimas. La secuencia ha presentado al personaje mediante el “monólogo de un emisor”.


Abolición de la esclavitud: ¡no! a las enmiendas constitucionales

La segunda intervención pública amplía el alcance de las noticias y las sitúa en ámbitos sociales y políticos combinados con el desarrollo industrial. Los periódicos seleccionados son “The Cartage Banner” y “The Clifton Record”. Por ellos sabemos del hundimiento de un transbordador y de su repercusión en lugares y viajeros, de las fusiones efectuadas en las diversas líneas de ferrocarril que desde ahora unirán localizaciones de Kansas y Texas, con la novedad de que cruzarán la reserva india. De otra parte, las noticias federales abundan en las órdenes dictadas por el Presidente a fin de que la asamblea de Texas acepte determinadas enmiendas de la Constitución… incluida la abolición de la esclavitud. En este caso, los oyentes responden acaloradamente a las noticias que oyen. Las voces de los receptores no sólo proclaman su descontento sino el impacto que producen tales noticias en su ideología. Así oímos al gracioso de turno proclamando que los yanquis no quieren ensuciarse de barro sus bonitos uniformes, mientras, el menos templado, grita que al infierno las enmiendas y no a la abolición; la sala es un clamor contra el yanqui. La sesión ha contado con un ilustrado emisor que ha practicado pulcramente la oralidad y unos receptores que han dado rienda suelta a sus opiniones en evidente contestación a los contenidos de las noticias periodísticas.


Las armas y las letras en el condado de Erath

La entrada de Jefferson y Johanna en el denominado condado de Erath no responde a un recibimiento de brazos abiertos precisamente. La exigencia de unas credenciales sobre identidad y profesión junto a un interrogatorio cargado de tensión y presencia de armas enfrenta al dictadorzuelo Farley con quien se denomina lector de periódicos. Aquel obliga a leer el “Erath Journal” donde se dan noticias del rey del búfalo, una industria en la que trabajan en condiciones de esclavitud hombres de distintas razas, mientras Kyle Kidd prefiere la lectura del “Harper’s Illustrated”, a fin de que los desgraciados trabajadores oigan la historia de quienes comerciaban con carbón y no con búfalos: la votación solicitada por el lector de prensa no tendrá lugar; las armas de Farley se impondrán, al menos momentáneamente, aunque, al final, la cordura de Jefferson puede contar aquella historia de los mineros que se rebelaron y consiguieron la libertad. El grosero magnate del condado de Erath ha interrumpido las bondades de la oralidad y las ha sustituido por la imposición de otras lecturas en evidente contradicción con el quehacer del excapitán sudista. Por su parte, Johanna, ya ha aprendido a solicitar “mo-ne-da” o “cen-ta-vo” a los receptores del discurso, lo que supone un paso muy positivo en su inminente adopción por parte de este lector de prensa.


Integración y apoteosis final

El dramatismo de los sucesos vividos en el condado de Erath da paso a la última escenificación que, por razones narratológicas, debe ofrecer un discurso diferente. El tono amable y cordial entre emisor y receptores se desentiende tanto del tono combativo como del discurso controvertido para situarse en el tono amable de la comedia. Por eso, la narración ofrecida ahora por Jefferson se alinea en la verídica historia del enterrado vivo que da los golpes necesarios en su ataúd para que los asistentes a una boda lo abran a tiempo de que “el difunto” siga siendo un vivo. Más allá de que el ambiente discurra por las cercanías de lo lúdico, lo llamativo es el tono de este emisor, ahora más narrador que lector, y el jugoso acompañamiento de Johanna, que no sólo se ocupa de la bolsa, sino que será la encargada de producir los efectos especiales manejando hábilmente un tronco de árbol que le asegura los golpes necesarios a imitación del difunto que, mediante ellos, se libraría de la tumba. Los aplausos del respetable van dirigidos a los dos miembros que les han procurado el deleite, pero los oportunos y precisos ruidos producidos por la jovencita Johanna añaden emociones precisas. La oralidad de un sensato y lúcido emisor se ha convertido, desde este momento, en vigorosa representación que ya linda con el espectáculo.
    

La oralidad: de la tradición literaria al audiovisual contemporáneo

La oralidad, lindante con el espectáculo, fue ya utilizada por Cervantes en “El Quijote” donde dice: “Callaron todos, tirios y troyanos, quiero decir, pendientes estaban todos los que el retablo miraban de la boca del declarador de sus maravillas…” (capítulo 26. II parte). Es Maese Pedro quien llega a una venta con su retablo, teatrillo portátil de marionetas, a fin de representar la liberación de Melisendra. El mono que le acompaña, amaestrado para subirse a su hombro y susurrarle al oído las historias pertinentes, está capacitado para contar sucesos presentes o pasados, aunque no futuros; su dueño, el declarador, se encargará de transmitírselos al público asistente.

Del mismo modo, los populares “romances de ciego”, con sus variadas temáticas laicas o religiosas, disponían de texto literario y grabado o ilustración que, puntero en mano, narraba, con peculiar estilo, el explicador, ciego o no. Ya en los comienzos del siglo XX, el cinematógrafo mudo exigiría la oralidad, convertida tantas veces en ininteligible verborrea, de un locuaz presentador o explicador que tanto leía los rótulos para quienes no podían hacerlo, como interpretaba, a su modo y manera, los argumentos de tan entretenidas sesiones (o “secciones”), resolviendo caprichosamente los argumentos de la película al tiempo que aportaba humor, sentimentalismo y tragicomedia a cuantos sucesos e incidencias mostraba la cinta. Como complemento a su discurso verbal, la inventiva del explicador se proveía de artilugios diversos a fin de producir ruidos y efectos sonoros convertidos en eficaces colaboradores de sus actuaciones.

Ciertas formulaciones del audiovisual contemporáneo permiten comprobar la existencia de explicadores, acaso no tan diferentes al declarador cervantino o al narrador de los romances.  La radio se sirve exclusivamente de locutor, emisor, y locución, oral, para describir o narrar el suceso correspondiente y completar así el proceso de su específica comunicación. Una actuación deportiva poco enseñaría si prescindiera del locutor que la narrara. Por el contrario, la televisión, a la hora de retransmitir ese mismo juego deportivo (o corrida de toros, tanto da) hace innecesario, por sistema, la presencia de locutores/explicadores, de manera que espectadores de campo (o plaza) y espectadores caseros quedarían igualados en cuanto a visión de lo sucedido; que la norma imponga la presencia de locución explicativa de la imagen es un “ruido” que el medio audiovisual utiliza y el doméstico espectador considera ya irrenunciable, tanto como los consideraba el público analfabeto del cine mudo exigiendo la presencia de los explicadores.

Ilustración: Helena Zengel y Tom Hanks, en una imagen de Noticias del gran mundo (2020), de Paul Greengrass