Estreno en Filmin.
Laura Hojman (Sevilla, 1981) es una guionista, productora y directora de cine que, piano piano, se está forjando una más que interesante filmografía en esta última disciplina (en las otras también, pero no es exactamente el objeto de esta crítica), centrando el tiro en inspirados documentales sobre literatos y literatas, documentales a los que confiere un tono poético nada impostado: al contrario, sus hasta ahora tres películas documentales como directora suponen un acercamiento sensible, riguroso y ameno hacia otras tantas figuras de las letras en español.
Si en Tierras solares (2018) el protagonista del documental fue el poeta nicaragüense Rubén Darío, en concreto sobre su estancia en Andalucía a principios del siglo XX, en Antonio Machado. Los días azules (2020) sería la historia del célebre poeta sevillano del título, en un bellísimo documental que combinaba admirablemente erudición, historia, poesía y dibujo, en una evocación serena y sublime del bardo del “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla”; ahora, en A las mujeres de España. María Lejárraga, Hojman pone en primer plano el extraordinario personaje literario, político, feminista que fue la autora de Canción de cuna, con la ciertamente excepcional circunstancia (que devendrá de coyuntural en estructural) de que casi toda su obra se publicó a nombre de su marido, Gregorio Martínez Sierra, dada la renuencia de la familia de María de la O Lejárraga a que publicara sus originales con su propio nombre, y la asociación que en este sentido forjó con Gregorio, quien sería testaferro y relaciones públicas de la obra de María.
Con una estructura de documental clásico (lo que no es ningún desdoro: hasta ahí podíamos llegar...), Hojman cuenta la historia de Lejárraga, con una primera parada en Niza, en 1948, tras la muerte de Gregorio Martínez Sierra, que la dejó desamparada: no porque, como era tan frecuente en la época, él fuera el mantenedor del hogar (roto, de todas formas, muchos años antes, tras tener GMS un hijo con su amante Catalina Bárcena), sino porque, muerto Martínez Sierra, Lejárraga ya no podía seguir escribiendo bajo su nombre; aunque intentó “salir del armario”, por utilizar una expresión muy actual, en el sentido de descubrir al mundo que ella era en realidad la autora de la ingente obra supuestamente de su marido (más de 90 originales, entre novelas, dramas teatrales, libretos, artículos, ensayo...), nadie la creyó: al contrario, solo cosechó el desdén, cuando no el descrédito de la intelectualidad de la época.
Desde esa Niza de 1948, donde se inicia el film, pasaremos, en flashback, a contar, pormenorizada, amenamente, la historia de María de la O Lejárraga (San Millán de la Cogolla, 1874), contando para ello con el testimonio de un buen número de expertas (y algún experto) en su obra, como Vanessa Momfort, Antonina Rodrigo, Rosa Montero, Manuela Carmena y Remedios Zafra, entre otras, así como apoyo gráfico con filmaciones de la época, fotografías y recortes de prensa, a partir de todo lo cual iremos conociendo la sin duda extraordinaria vida de la autora que hubo de ocultarse bajo el nombre de su marido.
Porque lo cierto es que la vida de María de la O Lejárraga daría para una miniserie de varios capítulos, y ciertamente el aburrimiento sería lo último que se imaginaría uno a la vista de una existencia tan agitada: María y Gregorio se casaron en 1900, siendo ella ya maestra y él estudiante (que no terminó sus estudios, por cierto...). Los primeros textos publicados por María con su propio nombre causaron el rechazo de su familia, hasta el punto de que la autora se jura no volver a hacerlo. Pero sigue escribiendo, y el matrimonio acuerda publicar las obras de María con el nombre del marido. Así comienzan los éxitos, pero cuando María quiso parar semejante fórmula, ya era tarde. Gregorio Martínez Sierra alcanza gran notoriedad como el falso escritor que fue, aunque María, en ese ambiente en el que se codeaba el marido, tendrá ocasión de conocer a grandes intelectuales como Juan Ramón Jiménez, del que era el envés: él, todo tristeza, melancolía; ella, un rayo de luz. Ambos forjaron una fuerte amistad, como también lo haría Lejárraga con músicos como Turina y Falla; junto a este último compone nada menos que El amor brujo, probablemente la obra maestra del compositor gaditano. Cuando Martínez Sierra se enamora de la actriz Catalina Bárcena, María sigue manteniendo la ficción del matrimonio, hasta que la amante concibe un hijo de su marido, momento en el que la pareja se separa, marchando Lejárraga a París, desde donde seguirá escribiendo obras, algunas de ellas, qué paradoja, para que las interpretara su adversaria en el amor... Con la Segunda República María puede dar rienda suelta a sus ideas avanzadas: se afilia al PSOE, participa activamente en el movimiento feminista de la época que consiguió instaurar el voto femenino, y en 1933 es elegida diputada por Granada. En esa época María tendrá un fuerte activismo político, llegando incluso a colaborar con Lorca en teatro. Tras la Guerra Civil, huye a Francia, donde será perseguida por la Gestapo, teniendo que permanecer oculta; se vio obligada a vender su máquina de escribir, su más preciado tesoro, para poder alimentarse.
En 1947 muere Gregorio, y con ello, María, en el exilio, se queda sin medios de vida: se explica que, si alguien usa un seudónimo, generalmente es inventado; pero si el “seudónimo” se muere, ¿cómo se puede seguir escribiendo? Cuando Lejárraga revela que ella era la autora de la obra de Martínez Sierra, solo provoca el rechazo generalizado de la intelectualidad de la época. En un rapto de auténtica mala suerte (si este no fuera un tiempo de corrección política, podría decirse que parecía haberla mirado un tuerto), cuando en los años cincuenta envía un guion a Walt Disney con la historia de una perrita señorita y un chucho callejero que se enamoran, se lo rechazan, pero sospechosamente un par de años después se estrena La dama y el vagabundo...
Así que dramaturga, comediógrafa, novelista, poeta, ensayista, cuentista, traductora, feminista, política, editora, intelectual que fundó, junto a otras grandes mujeres de la época, el Lyceum Club de Madrid, donde se daba cita la “crème de la crème” de las eruditas y artistas de aquel tiempo, así como revistas del prestigio de Helios, en la que escribió lo mejor de su generación, María Lejárraga fue, a qué dudarlo, una de las féminas más interesantes del siglo XX en España, feminista avanzadísima, que exponía criterios tan actuales como “a igual trabajo, igual salario”, en un tiempo en el que comenzaba la reflexión feminista, la búsqueda de un espacio y un tiempo propio de las mujeres. Tal era su visionaria imagen de lo que debía ser la mujer, que escribió en ABC (siempre bajo el paraguas del testaferro nominal de su marido) un opúsculo titulado A las mujeres de España, de una luminosidad y una clarividencia extraordinarias, en el que recomendaba encarecidamente a la mujer que fuera independiente, culta, autónoma emocional y económicamente... En un tiempo en el que la mujer estaba relegada al hogar, dependiendo económicamente de padre, marido o hijos, sin capacidad para hacer nada sin la autorización del “varón al mando”, parece evidente que las tesis de María de la O eran auténticamente revolucionarias.
Se nos explica también que, en el aspecto creativo, las obras de Lejárraga tenían mucho de autoficción, esa modernidad que ahora está tan en boga, en el que sus protagonistas solían ser mujeres jóvenes, educadas, de alguna forma feministas, probablemente inspiradas en ella misma; su teatro estaba lleno de emoción, sin apenas acción, a pesar de lo cual (o quizá precisamente por ello) arrasaba obra tras obra
Laura Hojman, con buen criterio, opta en su tercer documental sobre una figura literaria de primer orden por dar primacía al fondo sobre la forma, considerando que la fuerza de la historia de María de la O es tan percutante que la película no precisa de adornos ni florituras adyacentes. Bien documentada, visual y literariamente, el conjunto es armónico, porque además lo recorre la fuerza de la palabra de Lejárraga, una mujer realmente adelantada a su tiempo, con una visión tan lúcida y brillante que da coraje que no pudiera expresarse libremente con su propio nombre, que no pudiera llevar a cabo sus ideas feministas (cuando llegó la Segunda República, escribió a las mujeres “está todo por hacer, pero ahora se puede hacer”). La inspirada música de Pablo Cervantes, la interpretación en los fragmentos dramatizados de Cristina Domínguez en el papel de la escritora, y la notable narración de la actriz Kiti Mánver son elementos también de gran interés en este documental ciertamente necesario, a la par que ameno, sobre una de las figuras invisibles más atractivas del siglo XX.
El film se cierra con las imágenes de varias decenas de mujeres de mérito contemporáneas de María Lejárraga; algunas obtuvieron prestigio y pasaron a la Historia, como Emilia Pardo Bazán; otras muchas, a pesar de sus virtudes, no gozaron de igual privilegio. Y es que, como la propia Lejárraga decía, todas ellas compartían "la tragedia común de ser mujeres", algo que, por el mero hecho de haber nacido féminas, las convertía en ciudadanas de segundas, las coartaba en todo aquello que no fueran las que históricamente se conocían como “tareas del hogar”. Afortunadamente, aunque María fue en su momento repudiada como coautora (porque así, generosamente, se postuló en su libro Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración, editado en 1953 en México), la aparición tras su muerte de las cartas que le dirigió Martínez Sierra, en las que inequívocamente éste reconocía la autoría de Lejárraga, permitió que, aunque “post mortem”, la escritora fuera reivindicada como tal.
(03-12-2022)
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