Australia, en términos de industria audiovisual, es un estado potente: la IMDb censa, hasta 2017, cuando se escribe esta crítica, más de 64.000 títulos (entre largometrajes, cortometrajes, series de televisión, TV-movies, etc.) producido por el país de los canguros. Para que nos hagamos una idea, una potencia cinematográfica como Alemania tiene censados, a igual fecha, poco más de 62.000 títulos, cifra inferior a la australiana. Sin embargo, a pesar de esa importante producción (que lo es también en calidad, con unos estándares que no tienen nada que envidiar a las cinematografías señeras de Europa, Reino Unido, Alemania o Francia), nos llega su cine a cuentagotas. Hubo una época en que eso no fue así, a partir de la eclosión de algunos directores de renombre, allá en las décadas de los años setenta y ochenta del pasado siglo XX. Eran los tiempos de George Miller, Peter Weir, Bruce Beresford y otros.
Tras aquella especie de crecida del “soufflé” vino el inevitable bajón, y desde principios del siglo XXI sólo nos llegan contadas muestras del buen cine que se hace en Australia: Lantana (2000), Animal Kingdom (2010) y Babadook (2014) serían algunos de esos buenos títulos, al margen de “blockbusters” como el reboot de la saga del Loco Max, Mad Max: Furia en la carretera (2016). Films como este A month of Sundays nos confirman que, en efecto, en Australia se hace buen cine, incluso de la mano de un cineasta no especialmente personal como este Matthew Saville, director y guionista fogueado en productos televisivos, siendo su experiencia en cine de largometraje más limitada; pero no se le nota: A month of Sundays es una hermosa dramedia sobre el ser humano y las vueltas que la vida pueda dar para conducirle a recuperar la autoestima.
El protagonista es un agente de la propiedad inmobiliaria en la localidad australiana de Adelaida (por cierto, donde nació el actor que lo interpreta, Anthony LaPaglia). Desde hace tiempo tiene problemas psicológicos: se culpa de haber dejado morir a su madre, un año antes, sin haber estado con ella, sin haberla consolado en sus últimos momentos; se ha divorciado de su mujer y, aunque la relación no es mala, no termina de encontrar el punto de encuentro con su hijo adolescente; en su trabajo se encuentra como sonámbulo, sin motivación. Como automatismo de su profesión, en cada casa que visita, sea o no por causa de su trabajo, se dedica a imaginar cómo sería el folleto que se escribiría para su venta. Cierto día recibe una llamada; dice ser su madre; el hombre, confuso, no acierta a darse cuenta de la imposibilidad de esa llamada, pero de ese error surgirá algo…
A month of Sundays tiene varias líneas, aunque todas confluyen y concurren en el mismo punto: la redención del protagonista a través de su relación con una mujer que podría ser su madre, y con la que mantendrá encuentros que le procurarán el consuelo que se niega a sí mismo. Esa mujer valerosa y tierna, dulce y maternal, supondrá una segunda oportunidad para recuperar el hombre bueno, juicioso, que siempre fue.
Rodada con funcionalidad pero sin renunciar a “marcar territorio”, el director Saville se permite darnos curiosas escenas como la del protagonista y su jefe en la inmobiliaria moviéndose por el jardín al son que les marcan los aspersores de riego en sus espasmódicos giros, mientras ambos hablan de sus cuitas, de sus problemas, también de sus manías más bien extravagantes.
Hermosa dramedia, agridulce relato de expiación laica, A month of Sundays es también una moraleja sobre el sentido de la casa y la calle: ese felpudo que la protagonista tiene en su casa puesto del revés, con el Welcome (Bienvenido) invertido, será toda una metáfora de una perspectiva, de una visión vital: donde el ser humano tiene que ser bienvenido no es en la casa, sino en la calle, en el mundo, donde está la vida. Una bella lección que el personaje central, por fin, asimilará.
Protagoniza Anthony LaPaglia, seguramente uno de los actores australianos más conocidos, aunque sea por haber liderado el grupo del FBI de la serie televisiva USA Sin rastro, de bien ganado prestigio. Antes de ese éxito en la tele norteamericana vimos a LaPaglia en uno de los escasos films australianos que nos llegaron a principios de siglo, la estupenda Lantana, ya mencionada, un modélico thriller policíaco que, como el buen cine negro, tenía irisaciones de profundo drama humano. A destacar también, por supuesto, la magnífica Julia Blake, la madre que llamó al teléfono equivocado y con ello catalizó la salvación de alguien que se consideraba a sí mismo perdido para siempre.
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