Esta película se proyecta en la sección Instrucciones para un Mundo en Llamas, dentro del Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF’20).
Alexander Zolotukhin (Zaporiya, Ucrania, 1988) es uno de los nuevos valores del cine ruso. Nacido, como vemos, un año antes de la caída del Muro de Berlín, y tres años antes de la desintegración de la URSS, parece claro que es un exponente del cine que no ha recibido una influencia directa del régimen comunista, al contrario de las generaciones anteriores, que hubieron de convivir con las directrices de Politburó.
Zolothkhin es un protegido, por así decirlo, del prestigioso y veterano ruso Aleksandr Sokurov, autor de una prolífica filmografía de la que, sin embargo, apenas han llegado algunos títulos a Occidente, como Padre e hijo (2003) y, sobre todo, su obra más celebrada, Alexsandra (2007). Zolothkhin estudió bajo los auspicios de Sokurov, y ello parece notarse en el tono de este film, su ópera prima, que busca la poesía en los ambientes más terribles, como la guerra.
La acción se desarrolla en la Primera Guerra Mundial, cuando aún no ha triunfado la Revolución Bolchevique y los alemanes van ganando la confrontación militar. En ese contexto, el soldado adolescente Aleksei está ávido de medallas, aunque se le da mejor tocar el acordeón. En las trincheras, su regimiento es atacado por los teutones con el gas mostaza, por lo que Aleksei queda ciego. En esa situación deberían enviarlo a casa, pero él no quiere hacerlo y consigue quedarse al cuidado de un soldado que consiente en ello, apiadado de su juventud y su desgracia. Le encuentran entonces un puesto ideal para su falta de visión, el de escuchar, con unos gigantescos sonotones, la llegada de la aviación alemana, para dar la voz de alarma, lo que hace con gran éxito...
Zolothkhin plantea su película con una peculiaridad curiosa: normalmente los films se ruedan y después se les añade la correspondiente música (hay excepciones, pocas, en las que el proceso creativo es simultáneo, pero no es lo habitual ni mucho menos). Aquí el cineasta imagina un proceso inverso: partiendo del ensayo de dos obras de Rachmaninoff, el Concierto para Piano número 3 (Op. 30) y las Danzas Sinfónicas (Op. 45), ejecutadas por la Orquesta Sinfónica Tavrichesky, de San Petersburgo, el director crea una película, la del joven Aleksei y su desgracia al quedar invidente y cómo pudo, a pesar de ello, ser útil para sus compañeros, para su ejército, para su país.
La idea, como decimos, es interesante, darle la vuelta al proceso creativo y partir de una música conocida y admirada para crear una película que se adapte a ella. Pero (siempre tiene que haber un pero...) lo cierto es que el resultado, en nuestra opinión, queda lejos de ser aceptable. Zolothkhin ha dispuesto de una historia de escaso recorrido, donde el personaje central, Aleksei, pasa de su inicial atolondramiento de adolescente imbécil (perdón por la redundancia...) a la condición de ciego por mor de un lance de guerra, para después, tras incidencias varias de poca enjundia, terminar prestando un servicio acorde con su capacidad de invidente, más un estrambote que resulta manifiestamente prescindible. Pero la anécdota está muy, muy estirada: el film dura poco más de 70 minutos, pero podríamos convenir en que le sobran por lo menos 20. La leve trama se ve así estirada “ad nauseam”, con excursos que nada aportan y el alargamiento sin sentido de escenas irrelevantes. Así, el hallazgo del ciego que sirve en la guerra para escuchar, ya que no para ver, enseguida se amortiza, y el reiterativo deambular del chico con su lazarillo termina cansando, a pesar del escaso metraje.
Es cierto que hay cosas interesantes, como la fotografía, que usa colores terrosos, ocres oscuros y color tierra, que es seguramente la tonalidad cromática de la Primera Guerra Mundial, el cenagoso color de las kilométricas trincheras permanentemente embarradas; se ha utilizado en la fotografía un grano más grueso de lo normal para dar sensación de film de época, y ello está logrado y aporta al film un tono antiguo muy estimable. Pero aparte de ello y de la originalidad de dar la vuelta al proceso creativo (la película sirve a la música, y no a la inversa), no vemos mucho más interés en este a duras penas largometraje que podría haber sido mejor si se hubiera quedado en un corto o, como mucho, un mediometraje.
(08-11-2020)
72'