Ahed’s knee

Esta película forma parte de la Sección Oficial del 18º Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF’2021).

Nadav Lapid es un cineasta israelí que frisa, cuando escribimos estas líneas, los 46 “tacos”. Tiene una filmografía no demasiado extensa. De ella le apreciamos La profesora de parvulario (2014), interesante acercamiento al fenómeno de la poesía llamémosle infusa. Sin embargo, su posterior Sinónimos (2019), que fue jaleada hasta la saciedad (entre otros galardones obtuvo el Oso de Oro en la Berlinale, laurel de todo punto exagerado) nos pareció, sin carecer de interés, un globo hinchado. Con esta Ahed’s knee (literalmente, “La rodilla de Ahed”) entendemos que vuelve a errar, y además reincide en los peores defectos de su anterior, y tan elogiado, empeño.

La acción se desarrolla en nuestros días, en Israel, en el valle de Aravá, frontera natural entre el estado hebraico y Jordania. Colinda con el árido desierto del Néguev, siendo también sus tierras muy yermas. En ese contexto, en un preámbulo en Tel Aviv conoceremos a Y, así llamado un cineasta que prepara una película sobre una joven palestina a la que la Policía israelí le pegó un tiro en la rodilla. Pero de inmediato vemos que el director, que está contentísimo de haberse conocido, marcha a Aravá, donde presentará un trabajo anterior, lo que le facilitará fondos para seguir con sus producciones, aunque tenga que entrar por las horcas caudinas de suscribir un formulario sesgado por el sistema. Ya en Aravá, conoce a Yahalom, joven subdirectora de bibliotecas, que será su contacto con la administración gubernamental. Aunque el director es de trato más bien difícil (por ser benévolos…), entre ambos parece establecerse una cierta corriente de simpatía. Pero el cineasta guarda una carta en la bocamanga, una carta no precisamente honesta…

La película tiene varios problemas: el primero y fundamental, o así nos lo parece, es que se trata del producto de un hombre al que su anterior y tan sobrevalorado trabajo parece haberle insuflado una especie de sensación de “todo vale”, como si cualquier cosa que se le ocurriera tuviera valor por ser idea suya; y nada más lejos de la realidad. La historia de este cineasta pagado de sí mismo, que en el fondo, nos tememos, no es sino un trasunto del propio Lapid, es una historia insufrible, rodada estrambóticamente, con unos alocados movimientos de cámara que recuerdan los de Valerio Lazarov en sus programas televisivos de los años sesenta y setenta, aunque Lapid creerá que los ha inventado él… Tampoco su tendencia a la exageración, al exceso, a la desmesura en la puesta es de recibo, sobre todo porque no se compadece con lo que, pretendidamente, se nos está contando.

Película ampulosa, engreída, soberbia sin motivo, manierista hasta decir basta, tampoco en contenido mejora mucho. Algo muy gordo ha debido hacerle su país a Lapid para que le tenga un odio visceral tan tremendo, que él desfoga aquí intentando denunciar desaforadamente la falta de libertad de los artistas israelíes, cosa que probablemente es cierta; como también es cierto que ese mismo estado israelí figura en los créditos de la película como soporte y cofinanciador de la película… así que estamos ante una flagrante contradicción: y es que no se puede sorber y soplar al mismo tiempo…

Con una historia contada en flashback sobre una mentira atroz que se reproducirá, en otro contexto, en la penúltima escena, es quizá de lo poco salvable de esta paja mental de un cineasta al que, visto lo visto, le hace falta un gigantesco (como su ego) baño de humildad como el comer. Malo es que te creas Welles o Bergman, sobre todo si (como es el caso), no lo eres ni por asomo.

Los intérpretes son casi todos aficionados, y lo cierto es que se nota, y no para bien. Solo el protagonista tiene (alguna) experiencia, pero ciertamente tampoco es como para tirar cohetes, ni se desempeña con mucha credibilidad. Queda el valle de Aravá, que pretenden hacer que sea un personaje más, sin mucha fortuna…

(06-11-2021)