Al cine norteamericano le encanta llevar a la pantalla gestas empresariales de todo tipo, con esa mezcla típica suya de materialismo y espiritualidad “a la americana”; las comillas no son inocentes, claro... sostengo, y supongo que no soy el único, que la verdadera religión de los norteamericanos no es el cristianismo –en sus muchas versiones--, sino el que podríamos llamar “americanismo”, o lo que es lo mismo, su “American first”, y a los demás que le vayan dando... Digresiones extracinematográficas aparte, y volviendo al cine yanqui, digo/decía (¡ay, Umbral!) que existe un evidente filón en las hazañas (por llamarlas de alguna manera...) de algunos de sus empresarios, que consiguieron hacerse ricos gracias a golpes de suerte, o, con más habitualidad, con grandes dosis de osadía y escasas de escrúpulos. Los tenemos de todos los colores: desde El fundador, en la que se narra la peripecia de un vendedor ambulante, un fullero que arrebató con argucias de leguleyo a los inventores de MacDonalds su metafórica fórmula magistral para convertir la caca en oro, hasta el estafador contemporáneo por excelencia, el protagonista de El lobo de Wall Street, un bróker que esquilmó los magros ahorros de una legión de gente corriente, y encima consiguió que Martin Scorsese lo enalteciera por semejante ¿epopeya?
También los ha habido más legales, desde luego, como aquellos no menos visionarios que apostaron contra el mercado en La gran apuesta, intuyendo que el colosal tinglado del boom inmobiliario de los primeros años del siglo XXI se vendría abajo, y se hicieron, con ello, de oro; o Joy, o cómo una mujer de baja extracción social, con una familia que hacía buena a los Monsters, consigue salir del arroyo gracias a su extraordinaria capacidad inventiva. A esta estirpe de los “bombazos” empresariales digamos legales (aunque se cometieran algunas irregularidades...) pertenece esta Air de título tan corto como etéreo, el nombre de unas famosas zapatillas de deporte cuya génesis se nos narra aquí.
La historia se ambienta en 1984, para lo que el director nos da un paseo inicial por hechos relevantes de aquel año, entre ellos algunas imágenes del entonces presidente USA Ronald Reagan. Puestos ya en situación, conocemos a Sonny Vaccaro, un cuarentón entrado en kilos que trabaja para la firma Nike, consistiendo su tarea en captar a fenómenos del baloncesto a los que patrocinar (lo que conlleva una jugosa cantidad de dinero), a cambio de que estos usen sus zapatillas y sean, de alguna forma, su imagen de marca. Nike se sentía entonces superada por dos empresas que en esa época le enseñaban la matrícula, la alemana Adidas (cuyo fundador alemán, de oscuro pasado nazi, acababa de morir) y la yanqui Converse; ambas tenían ya varios jugadores de altísimo nivel entre los suyos, y el presidente de Nike, Philip Knight, amigo personal de Vaccaro, le presiona para que consiga algún jugador potable que le pueda dar la vuelta a la situación económica de la empresa, superada en todos los ámbitos por sus dos competidores. Vaccaro experimenta una revelación casi divina viendo un vídeo, e intuye que Michael Jordan, por aquel entonces un desgarbado dieciochoañero que despuntaba pero no era, ni de lejos, la superestrella que sería años más tarde, puede llegar a ser único en el mundo. Pero todo parece conspirar en contra de Vaccaro y de su intuición, desde su propio jefe y sus compañeros hasta, sobre todo, la dura madre de Jordan, Deloris, auténtica matriarca del clan familiar, que en principio no ve nada bien las libertades que se toma Sonny Vaccaro para intentar convencerles...
De Ben Affleck se podría decir que se subió a una montaña rusa en 1997, cuando se dio a conocer mundialmente tras ganar el Oscar al Mejor Guion (precisamente junto a Matt Damon, su cuate del alma de siempre) por El indomable Will Hunting, y desde entonces no ha parado de subir y bajar: ha sido admirado y denostado en según qué momentos; admirado por títulos como el citado, pero también por Argo, que dirigía y producía, y que también fue oscarizada; denostado por otros films en los que se le puso a caer de un burro, como la ciertamente horrible Gigli, pero también por su participación como el Hombre Murciélago en la no tan mala Batman vs Superman: El amanecer de la justicia, en la que le dieron hasta en el cielo de la boca.
Pero Affleck es un director más que entonado, como ha demostrado en varios de sus títulos como tal, desde la mentada Argo hasta Adiós, pequeña, adiós, y por supuesto la que para nosotros es su obra maestra, el formidable thriller de hermosos resabios “noir” Vivir de noche. Aquí, en esta Air, Affleck tiene que luchar, extramuros las fronteras de Estados Unidos, con el problema de que lo que aquí se nos cuenta, que allí lo deben de saber hasta los parvulitos, en el resto del mundo mayormente desconocemos y, lo que es peor, no teníamos tampoco mucho interés en conocer...
Y así parece ocurrir en toda la primera parte, en la que los profusos diálogos de Vaccaro con sus muy diversos colegas de Nike y algunos ajenos a ese círculo, como el representante de Michael Jordan, se hacen pesados y abstrusos. Menos mal que, una vez que Vaccaro tiene la idea del siglo, al intuir el tremendo potencial de aquel chico larguirucho y convertirlo en símbolo de Nike, casi una segunda marca de la compañía, la historia empieza a ponerse interesante, con los diversos encuentros que el protagonista tendrá con la familia Jordan, en especial con la madre, Deloris, auténtica “boss” del clan, así como los preparativos en Nike para intentar convencer a la materfamilias de que su oferta es la mejor. El punto álgido del film lo constituye precisamente el vehemente “speech” que Vaccaro (desconocemos si fue así o si está magnificado para la ocasión...) improvisó cuando se dio cuenta de que la reunión de los gerifaltes de Nike con Deloris et alii iba en barrena. Ese brioso, vibrante alegato que no desmerecería, a su estilo, del “speech” cinematográfico por excelencia (hablamos, por supuesto, del famosísimo de Mel Gibson como William Wallace en Braveheart, arengando a sus tropas, en una escena que ha sido copiada y también parodiada docenas de veces), supone el momento cumbre del film, esa promesa de inmortalidad que se explicita en la terrible frase que viene a decir: todos los que estamos aquí seremos olvidados, excepto tú...
Esa promesa de inmortalidad (parte espiritual), además, se equilibró con la extraordinaria astucia de Deloris Jordan exigiendo, para aceptar el patrocinio de Nike, que su hijo se llevara un porcentaje (parte material) de cada par de zapatillas con su nombre, lo que cambiaría, literalmente, la historia del deporte mundial, abriendo a partir de entonces las puertas a que estrellas de todo tipo de especialidades deportivas tuvieran opción a llevarse parte de los beneficios generados por su imagen, por la admiración que despiertan en todo el mundo.
Por lo demás, la película está bien narrada, si hacemos abstracción de esos diálogos iniciales que resultan un tanto pesados pero que, sin duda, al publico yanqui le interesan mucho más que al del resto del mundo. Affleck juega con su dramedia histórica irisándola con ropajes de intriga y tensión, aunque sepamos que finalmente Vaccaro y su equipo de Nike se llevaron el gato al agua, consiguiendo, con ello, no solo vender millones de zapatillas con la marca Air Jordan, sino dejar muy atrás a sus competidores (de hecho, incluso compró Converse...), erigirse en la marca de referencia del deporte mundial, y, junto al talento inconmensurable de Michael Jordan, acompañarlo en la mítica trayectoria de uno de los deportistas más admirados de la Historia. Affleck incluso se permite como director algunos detalles de clase, como el montaje visual que, mientras Vaccaro lanza su sentido “speech”, nos permitirá asistir a los espectadores, a futuro, a algunos de los hechos reales (con imágenes documentales) que, años más tarde, acontecerían al astro del basket, incluidos algunos trágicos hechos como el asesinato de su padre.
Buen trabajo en general del equipo actoral, sobre el que recae, en gran medida, el buen hacer del film. Matt Damon aprovecha el sobrepeso para su personaje, que también estaba entrado en kilos, y que permite alguna broma a lo largo de la película, e incluso un a modo de epílogo no precisamente muy propicio al mantenimiento de la buena forma física. Ben Affleck, como hemos dicho en otras ocasiones, es mejor director que actor: aquí hay algunos momentos en los que se le ve un tanto sobreactuado. Del resto nos quedamos, desde luego, con una Viola Davis que está magnífica, como siempre: si Deloris Jordan no era así, merecería serlo... Por cierto que el joven actor que hace de Michael Jordan (al fin y al cabo, el centro y eje de toda esta historia...), Damian Delano Young, está siempre premeditadamente fuera de campo, o dentro de él pero al fondo, o de espaldas... casi no se le ve la cara nunca. Quizá sea una forma de no presentar en pantalla a un actor que interprete el mito, quizá sea un signo de respeto, o sencillamente no querían darle protagonismo al actor para no restárselo al auténtico héroe deportivo.
(14-04-2023)
112'