Pelicula:

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David O. Russell es un cineasta norteamericano (Nueva York, 1958) con una carrera no demasiado dilatada: empezó a hacer cine hace 35 años pero solo ha hecho 8 largometrajes de ficción, además de algunos cortos. Su cine suele girar en torno al género de comedia negra, a veces la dramedia e incluso algún drama químicamente puro. Su carrera es bastante irregular, con algunas buenas pelis, como Tres reyes (1999) y El lado bueno de las cosas (2012), y otras que, a pesar de ser más ambiciosas, a nuestro parecer son más endebles, como La gran estafa americana (2013) o Joy (2015), dándonos por tanto unas de cal y otras de arena, por utilizar el dicho popular español.


Con esta Ámsterdam nos parece que ha tocado la de arena... La historia se ambienta en 1933 (aunque también veremos algunos flashbacks hacia atrás, hacia la Primera Guerra Mundial y la inmediata postguerra); conocemos al doctor Burt Berendsen, mutilado de esa que se llamó Gran Guerra hasta que llegó otra que casi la deja chica... el médico perdió un ojo y tiene cicatrices y huesos destrozados en su cuerpo que le hacen ir con corsés para poder mantenerse medianamente erguido; también conocemos al abogado afroamericano Harold Woodman, y a la que fue enfermera durante la Gran Guerra, Valerie Voze, que cultivó una profunda amistad con ambos, y en el caso de Harold, un apasionado amor. Al doctor la hija del que fue su general en la guerra le pide que haga la autopsia del cuerpo de su padre, fallecido al llegar a Estados Unidos desde Europa, porque cree que no ha sido por causas naturales. Hecha la autopsia, se descubre que, efectivamente, el general, de gran prestigio militar y admirado por el doctor y el abogado, ha sido envenenado; con ese descubrimiento ambos se verán involucrados en una conspiración de alto nivel destinada a dar un golpe de estado en los mismísimos USA...

Ámsterdam se inspira muy libremente en un complot real que existió en 1933 en Estados Unidos, conocido como el “Business complot”, que buscaba remover al presidente Roosevelt y poner en el Despacho Oval a un veterano de guerra, con la intención de alinear al país con los emergentes movimientos fascistas europeos, que ya gobernaban en Italia con Mussolini desde los años veinte, y que acababan de llegar al poder en Alemania con los nazis de Hitler. Aquel golpe de estado, urdido por gente de mucho poder económico, fue abortado gracias sobre todo a que el general al que se quiso implicar para ponerse al frente del mismo no solo no lo hizo, sino que lo denunció ante el Senado, a pesar de lo cual ninguno de aquellos ilustres cabrones de costosos trajes a medida fueron encausados y, obviamente, mucho menos condenados.

Sobre esa peripecia real, Russell, también autor en solitario del guion, imagina una historia en la que varios tullidos de guerra y la enfermera que los cuidó (y cuya relación “a tres” recuerda un poco el clásico Jules et Jim, de Truffaut) se vieran implicados en este turbio asunto y tuvieran que luchar con sus escasas fuerzas (más un par de agentes secretos, británico y yanqui, que parecen el Dúo Sacapuntas, el alto y el bajito...) contra una conspiración de esta magnitud, con gente muy, muy poderosa...

Pero lo cierto es que, como decimos, nos parece que esta vez Russell no ha dado en la tecla, con una historia en clave de comedia negra (a ratos nigérrima...), pero también con algunas irisaciones fantásticas, que sobre todo en su primera parte resulta plúmbea, mientras se van conociendo los personajes de forma muy lenta, regodeándose el director, como toca en estos tiempos, con la explicitud en todo, desde las horribles heridas de los lesionados en el campo de batalla hasta la autopsia del general... ¿Por qué el cine actual es tan, tan explícito? ¿Hay necesidad? Al margen de ello, lo cierto es que esa primera hora (de las dos y pico que dura la película) se hace eterna, no avanzando apenas, con los dos pánfilos protagonistas que van dándose cuenta de que se están metiendo en un fregado que les supera, pero dado todo ello por Russell con una lentitud exasperante, que nos recuerda aquello que tenemos escrito: no se puede hacer cine contra el espectador, y menos en una película de evidente corte comercial, que ha costado 80 millones de dólares, cuyo adecuado retorno en taquilla lo vemos ciertamente improbable.

La segunda parte ya se entona algo, cuando entra en acción el personaje del general que estaba destinado por los conspiradores a ponerse al frente del golpe de estado, encarnado por un Robert de Niro en plenitud de facultades, muy lejos de los productos alimenticios en los que lleva enfrascado (con algunas excepciones como la scorsesiana El irlandés) desde hace demasiados años. Cuando la conspiración ya cobra vuelo, cuando se empiezan a desvelar los torvos rostros de los conspiradores, que buscan alinearse con los nuevos y siniestros poderes surgidos en Europa, pero realmente (como siempre con estos magnates podridos de dinero) buscando hacerse aún más ricos, la película se entona y al menos se deja ver con cierto interés, por más que la trama, que está basada en hechos reales, adquiera aquí perfiles tirando a fantásticos, como si una tan abyecta urdimbre fuera producto de la calenturienta mente del guionista y director, y no un hecho histórico real que, de haber llegado a buen puerto, hubiera dado la vuelta a la actual situación del mundo, y ahora usted, y yo, querido lector, estaríamos saludando con el brazo en alto, obligados por nuestros respectivos gobiernos fascistas a lo largo del planeta.

Lástima entonces, porque se podría haber hecho una película mucho más interesante, mucho más apreciable, a poco que se hubiera recortado el metraje, como siempre excesivo, se hubiera huido del tono fantasioso, que no viene a cuento, y se hubiera corregido el tiro, incluso con nombres propios, para denunciar lo que hace casi un siglo nos hubiera llevado (valga la metáfora...) hacia los oscuros territorios de Mordor...

Esta misma conspiración apareció, aunque de forma tangencial, en uno de los episodios de la miniserie Atlantic Crossing (2020), sobre la relación, entre lo amistoso y lo sentimental, entre Martha, la princesa heredera noruega, y el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt.

Como decimos, lástima de costeado empeño, que, además, parece no estar funcionando en taquilla. No será porque los intérpretes no se hayan entregado, en especial Christian Bale, que añade un nuevo personaje peculiar a su carrera de roles curiosos, en este caso este médico liberal, dedicado en cuerpo y alma a intentar paliar los efectos de las heridas de guerra de sus colegas lisiados, él mismo con el cuerpo como un colador y un ojo de cristal; también Margot Robbie está muy bien en su personaje, la chica de la alta sociedad que, sin embargo, solo se siente feliz lejos de sus estirados parientes; de John David Washington, el hijo de Denzel, tenemos dicho que como actor es bastante “palo”, pero lo cierto es que aquí ese cierto hieratismo funciona a favor de su personaje. Y, por supuesto, toda una legión de característicos estupendos, desde (el talentoso) Michael Shannon a (exAustin Powers) Mike Myers, de (abofeteado por Will Smith) Chris Rock a (ojos enormes) Anya Taylor-Joy, de (exFreddy Mercury) Rami Malek a (la Avatar) Zoe Saldana.  Y sobre todos ellos, como queda dicho, un De Niro espléndido, eximio, encarnando un militar de claras, diáfanas ideas democráticas, inspirado en aquel a quien debemos ser hoy una democracia imperfecta, pero democracia al fin y al cabo... porque, como bien sabemos, la democracia más imperfecta es infinitamente más preferible que la más perfecta de las dictaduras...

Nota a pie de página: solemos quejarnos, no sin razón, de lo mal que se titulan en España las películas extranjeras, pero aquí hay que agradecerle a la sección española de la 20th Century Fox, distribuidora del film, que el título haya sido españolizado con esa tilde en la “A”, como corresponde en nuestro país, y en todos los países de habla hispana, a una palabra que, como Ámsterdam, es esdrújula: ¡qué maravilla, qué atención al detalle!


(31-10-2022)


Ámsterdam - by , Jun 30, 2023
1 / 5 stars
Un complot para deponer al presidente Roosevelt