Esta película ha formado parte de la Sección Oficial del ATLÁNTIDA MALLORCA FILM FEST’2023.
El genocidio armenio es una de esas barbaridades que el ser humano de vez en cuando comete, ese ser humano capaz de componer Las cuatro estaciones, escribir Hamlet o pintar La joven de la perla, pero también de gasear a seis millones de judíos o deportar hasta la muerte en gulags “ad hoc” a millones de compatriotas rusos. Curiosamente, mientras esas dos barbaridades, las cometidas por los nazis de Hitler y por los comunistas del Padrecito Stalin, son generalmente asumidas como genocidios por todo el mundo (salvo por los negacionistas de los dos extremos: si los tontos volaran, no veríamos el sol...), con el genocidio armenio no pasa igual, y buena parte de los estados mundiales (entre ellos, ¡ay, qué dolor!, España), aunque aceptan que existieron numerosos crímenes contra la población armenia por parte de los turcos desde 1915 a 1923, consideran que no constituyen un genocidio en sentido estricto; si tenemos en cuenta que está perfectamente documentado que soldados y/o policías turcos, siguiendo órdenes superiores, exterminaron a, como mínimo, un millón y medio de armenios, mediante sistemas tan variopintos como quemar aldeas enteras con todos sus habitantes dentro, ahogar a miles de mujeres y niños en ríos y lagos, gasear a cientos de críos con gases tóxicos (antecedente obvio del tristemente célebre Zyklon B con el que los nazis exterminaron a millones de judíos), y hasta inyectar sobredosis de morfina o sangre infectada con fiebres tifoideas, no sé qué más se necesita para concluir que aquello fue un genocidio con todas las de la ley, una premeditada, abyecta y calculada jugada del gobierno turco de la época para deshacerse de la comunidad armenia y recolocar en sus territorios a sus ciudadanos musulmanes que tuvieron que salir por patas de las antiguas zonas balcánicas dominadas por el Imperio Otomano.
Pues sobre ese genocidio evidente que los malditos intereses creados hace que muchos países se dediquen a silbar y a mirar para otro lado, el cine ha hecho un puñado de películas, unas mejores, otras peores, y curiosamente la que, a nuestro entender, mejor y más cinematográficamente lo refleja sea esta tan reciente, Aurora’s sunrise (2022), que sin embargo hunde sus raíces en un film de la época muda, Auction of souls (1919), rodado en Estados Unidos por una superviviente de aquella atrocidad, rebautizada en el país del tío Sam con el nombre de Aurora Mardiganian ante la dificultad evidente de pronunciar el original armenio. Otros títulos anteriores, más conocidos, como El destino de Nunik (2007), de los hermanos Taviani, Ararat (2002), del egipcio-canadiense-armenio Atom Egoyan, El padre (2014), del turco-alemán Fatih Akin, y La promesa (2016), del irlandés Terry George, todos ellos relativos en mayor o menor medida al genocidio armenio, nos parecen propuestas inferiores a esta muy notable película que comentamos.
La historia, contada mayoritariamente mediante la técnica del dibujo animado de dos dimensiones, nos narra cómo, a partir de 1915, en plena Gran Guerra (que la Historia conocerá décadas después como Primera Guerra Mundial, cuando tuvo lugar la Segunda), el gobierno turco, acuciado por sus bajas en el frente y su menguante poder geoestratégico en la zona de los Balcanes, decide activar el sordo rencor que los turcos “de pata negra” sentían por los armenios (tan turcos como ellos en cuanto a que vivían en el Imperio Otomano desde, al menos, cinco siglos atrás, pero cristianos en vez de musulmanes, y más prósperos que sus primos islámicos: como se ve, nada nuevo bajo el sol; Hitler haría otro tanto 25 años después, en su caso con los judíos...) y ordena la deportación “manu militari” de todos los armenios que vivían en suelo turco, confiscándose sus propiedades (el dinero, al final siempre el dinero...) y procurando su muerte, por los diversos métodos ya descritos, más el algo más lento pero efectivo y, desde luego, más doloroso, de obligar a miles de personas, enfermos, ancianos y niños incluidos, a largas caminatas de cientos de kilómetros hacia el desierto, sin agua ni comida: matar por inanición, linda fórmula para pasaportar al otro barrio al prójimo cuyo gran delito es tener una fe distinta, o un apellido distinto.
Se nos informa en un rótulo inicial que en 1919 se produjo en Estados Unidos la película muda Auction of souls (literalmente “subasta de almas”, también conocida como Ravished Armenia, que podría traducirse como “Armenia devastada” o “Armenia violada”), basada en la historia real de Aurora Mardiganian (Arshaluyis Mardigian), superviviente del genocidio armenio. Aurora actúo en la película haciendo de ella misma, resultando ser un gran éxito de taquilla en los años veinte. Sin embargo, poco después, todas las copias desaparecieron sin explicación. A finales del siglo XX, en 1994, tras morir Aurora, se descubrieron algunos fragmentos de Auction of Souls, en total unos 18 minutos, buena parte de los cuales son utilizados junto a la historia narrada con dibujos y algunos segmentos de entrevistas realizadas a Aurora antes de fallecer. La protagonista de aquella película, y también, de alguna forma, de esta Aurora’s sunrise, cuenta a cámara que ella formaba parte de una familia compuesta por los padres y ocho hijos, siendo el mayor en aquellos años un varón que ya vivía en Estados Unidos, y el más pequeño otro hombrecito, aún un bebé. Tras una primera parte en la que vemos a la familia viviendo razonablemente feliz en su tierra armenia incardinada en la Turquía que aún rumiaba la pérdida del Imperio Otomano, llegará el fatídico día, en 1915, en el que los soldados turcos se llevan como reclutas forzosos a su padre y a su hermano mayor, y días más tarde obligan a todos los del pueblo a salir con lo puesto, sin destino fijo, teniendo que caminar durante horas sin descanso, comida ni agua; los muertos empiezan a menudear, pero ese procedimiento parece lento para las huestes militares, que empiezan a violar y matar a tiros a aquellas atribuladas personas que hasta hacía poco habían sido incluso convecinos... Muerta casi toda su familia, salvo el bebé, Aurora consigue llevárselo consigo y, tras penalidades sin cuento, terminará, años después, en Estados Unidos, a donde acude buscando a su hermano emigrado décadas atrás... Allí su historia llama poderosamente la atención, y finalmente se articula el proyecto cinematográfico Auction of Souls; pero incluso tras hacer la película y conseguir fama y celebridad, también sería objeto de puñaladas traperas por parte de quien creía su amigo y protector...
La directora, la armenia Inna Sahakyan, tiene una todavía corta carrera, en general dedicada a los documentales, con lo que cobra más valor el hecho de haberse atrevido con este film en el que el dibujo animado es fundamental, siendo el medio expresivo esencial en la historia que se nos narra, la verídica historia de una adolescente armenia que sufrió lo indecible en la tierra que la vio nacer, y que aún así todavía pudo darse por contenta de haber sobrevivido, a pesar de haber sido violada, humillada, esclavizada, vendida al mejor postor, e incluso ya en su país de adopción, de nuevo traicionada.
Busca Sahakyan en el dibujo el realismo a ultranza, con figuras humanas que reproducen casi exactamente las características de hombres y mujeres; es evidente que con ello intenta que después, cuando llegue el momento de mostrar el genocidio, éste sea aún más duro; de alguna forma nos está diciendo: no son dibujos animados, sino que los que lo sufren, o lo sufrieron, eran realmente personas de carne y hueso, en una decisión artística que consideramos muy acertada. Ese gran realismo del dibujo parece sobredibujado sobre actores reales, consiguiendo un efecto de verismo ciertamente notable. Hay también una buena utilización del movimiento de cámara, segura y solvente, confirmando que Sahakyan sabe lo que se trae entre manos. Curiosamente, una vez ya Aurora en Estados Unidos, la historia nos es dada con figuras dibujadas con rasgos más impresionistas, menos realistas: es como si ya, en ese momento, una vez pasada la dolorosa tragedia, ya no importara tanto que el impacto en el espectador fuera tan veraz…
La directora utiliza sabiamente los otros recursos con los que cuenta, algunas entrevistas realizadas a Aurora ya anciana, antes de su muerte, pero también los fragmentos encontrados a finales del siglo pasado de la película que se consideraba perdida, fragmentos que hablan de una película de una gran intensidad, con escenas de una brutalidad llamativa para la época, a pesar de que Aurora, en una de sus intervenciones en las entrevistas que concedió siendo ya anciana, afirma que el mensaje de la película se dulcificó; así, aparecían crucifixiones de mujeres, cuando la realidad fue mucho más sádica: las empalaban por las ingles sobre estacas afiladas hasta que morían por su propio peso… la recreación en dibujos de tan bárbara técnica resulta ciertamente terrible....
Utiliza también la directora algunas de las muchas fotos de la época que muestran el genocidio, con imágenes de niños y adolescentes desnutridos, al borde de la muerte, o de cadáveres tirados en el campo tras caminar sin descanso por orden de sus fieros vigías turcos, o cuerpos hinchados, ahogados en el Eúfrates u otros ríos que tuvieron que atravesar en sus largas marchas a ninguna parte.
Estamos entonces ante una visión desgarradora, tremenda, de una de las mayores tragedias de la Humanidad en el siglo XX, solo superada en número por las barbaries nazi y soviética, una película sin embargo no exenta de lirismo, sobre todo en las imágenes y la música, melancólica, teñida de nostalgia.
Algunos rótulos finales nos informan de varias cuestiones sobre lo sucedido con Aurora, como el hecho de que casó en 1929, tuvo hijos y vivió su vida en el anonimato, muriendo en 1994; no pudo saber, entonces, que poco después se encontraron casi veinte minutos de aquella película perdida que contó su desgraciada historia.
Para que tengamos siquiera una idea de la altura moral de esta mujer, tras haber sufrido penalidades de todo tipo, la película se cierra sobre una de sus intervenciones en las entrevistas grabadas allá por los años ochenta, en la que decía, con toda rotundidad, que no quería que mataran a los turcos como ellos hicieron con los armenios: solo pedía que fueran detenidos, juzgados y sentenciados... Para quitarse el sombrero, Aurora Mardiganian, o mejor, digámoslo con tu verdadero nombre, Arshaluyis Mardigian: chapó.
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