Aunque hoy día no es frecuente, sí lo fue en el pasado: en las primeras décadas del cine, artistas de disciplinas no cinematográficas se interesaron por el nuevo fenómeno artístico, desde el pintor Dalí (que intervino de forma importante en El perro andaluz, de Buñuel, pero también en la secuencia onírica de Recuerda, de Hitchcock, entre otros acercamientos al cinema) hasta el escritor Antonin Artaud (que elaboró guiones para la pantalla –en especial el del cortometraje de culto La coquille et le clergyman-- y, sobre todo, participó como actor en un buen número de películas). Por no hablar del escritor Jean Cocteau, que dirigió varios filmes, entre otros muchos artistas que se sintieron próximos al nuevo fenómeno cultural y artístico.
Fernand Léger, uno de los más estimulantes pintores franceses del cubismo (sobre todo en lo que se llamó “tubismo”, por su especial atención a las figuras cubistas construidas a partir de tubos), se interesó por el cine en los años veinte, barruntando las posibilidades que el nuevo medio tenía para poner en imágenes una realidad mecanicista que, ya en aquella época, se estaba convirtiendo, con la industrialización a marchas forzadas del mundo occidental, en un nuevo universo al que el ser humano se acostumbraba paulatinamente. Con la ayuda de Dudley Murphy y de la esposa de éste, rueda Ballet Mécanique, una pequeña joya de la mixtura entre el cine y las artes figurativas, dieciséis minutos de filmación anarrativa que juega con imágenes de artilugios industriales (émbolos, engranajes, batidoras, péndulos), pero también con efectos de caleidoscopio, multiplicando “ad infinitum” los más diversos objetos, incluyendo cuerpos humanos, o algunas de sus partes, en una coreografía curiosísima que en su momento debió ser demoledora, pero que aún hoy mantiene un efecto casi mesmérico en el espectador, anticipando probablemente el futuro “op art”.
Léger tuvo la suerte de contar en esta su única experiencia como director cinematográfico con la codirección de Dudley Murphy, quien además de cineasta era un entusiasta del dadaísmo, por lo que la mirada de ambos a este universo mecánico, a este endiablado baile de cachivaches, a esta poliédrica visión de un mundo que se fragmentaba por momentos, no deja de ser la mirada de dos artistas vanguardistas presentando una obra que intentaba dotar de algún sentido un mundo que acababa de asistir a la mayor matanza de todos los tiempos, la Gran Guerra, y que, sin saberlo, ya había puesto la semilla para la siguiente masacre, aún mayor, que la Historia conocerá con el ominoso ordinal de Segunda Guerra Mundial.
Los codirectores contaron además con la colaboración del pintor surrealista y dadaísta Man Ray y del escritor Ezra Pound; por su parte, el músico George Antheil compuso una partitura que debía acompañar las proyecciones del filme, si bien se encontraron con dos problemas insalvables: el primero, la dificultad de que los numerosos (y extraños: incluían hélices, xilófonos, sirenas, tam-tam, campanas eléctricas…) instrumentos que intervenían en la ejecución musical pudieran actuar conjuntamente en cada exhibición de la película, y la segunda, y quizá más importante, la obra musical duraba treinta minutos, y el filme sólo dieciséis…
La combinación de tanto talento se resolvió en una película extraña, con vocación anticomercial, una rara joya especialmente atractiva para los artistas vanguardistas de la época, pero que hoy día mantiene intacta la fascinación que, a no dudarlo, debió provocar en su día entre los impactados espectadores que la contemplaron.
Ballet mécanique -
by Enrique Colmena,
Oct 06, 2013
4 /
5 stars
Cuando bailan los émbolos
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