En el universo aterrador de la huelga minera más importante en la historia de Inglaterra (años ochenta, tres años de duración, el gobierno de Margaret Thatcher reprimiendo duramente las reivindicaciones de un colectivo de trabajadores en la miseria), el debutante Stephen Daldry consigue un nuevo eslabón en esa especie de subgénero dramático que la crisis económica y, sobre todo, la dureza de los gobiernos conservadores de Thatcher y John Major, han venido propiciando desde hace tiempo; sus predecesores más ilustres son títulos como Full Monty, Riff Raff, La camioneta o Lloviendo piedras, por citar sólo algunos ejemplos.
En Billy Elliot se sigue una senda sutilmente distinta: se plantea la problemática forma en la que un chaval de 11 años consigue salir (literalmente) del pozo sin fondo de la minería, una vida dura donde las haya, a la que se ve abocado por nacimiento y falta de posibles, cuando descubre su vocación, su talento innato para el baile, la danza clásica. Esa disciplina, que parece cuadrar poco con un entorno bronco y sempiternamente machista, será la controversia que habrá de vencer un crío entre las zapatillas de su arte y el grisú, el gas asesino de las minas. Bien narrada, pespunteada por los números musicales de un estupendo, nuevo y jovencísimo intérprete, Jamie Bell, que lleva sobre sí todo el peso de la trama, la película de Daldry llega con facilidad al corazón del espectador, en una historia de superación y lucha por lo que se cree, por lo que se quiere.
Es cierto que con alguna frecuencia se nota la obviedad de la tesis, pero también lo es que, en el contexto en el que se narra, cobra plena vigencia el dicho clásico de "tiempos duros en los que hay que luchar por lo evidente". El marco, la tremenda pugna entre David (un pueblo de trabajadores sin más armas que su hambre) y Goliat (una Thatcher de cojones de acero, insensible a otra cosa que a la razón de Estado, como si el Estado no fuera otra cosa que los propios ciudadanos), deja también su impronta en un filme que, afortunadamente, no resulta neutral en ningún momento en esa guerra, que lógicamente perdió David (sólo en la Biblia y en los cuentos los buenos ganan, como sabemos...).
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