Ariel Vromen es un cineasta israelí, formado universitariamente en USA, que tiene una todavía corta carrera cinematográfica. Su primer largo, Rx (2005), despertó expectativas, si bien su confirmación como director interesante no llegaría hasta El hombre de hielo (2012). Con Criminal nos ofrece un thriller curioso, aunque es cierto que no totalmente logrado.
Un hacker holandés ha conseguido las claves para acceder al sistema de lanzamiento de misiles de Estados Unidos. Un agente de la CIA está a punto de entregarle una importante cantidad de dinero para conseguir la devolución de esas vitales claves, pero en el transcurso de la operación es secuestrado por los hombres de un empresario anarquista español (sic), que busca hacerse con esas contraseñas. El agente muere torturado antes de comunicar el paradero, así que la CIA trama la posibilidad de hacer una transferencia de células (y con ellas de sus recuerdos) a otro hombre, si bien éste resulta ser el peor candidato posible: carece absolutamente de empatía con otros seres humanos, es un psicópata asocial de libro, de nula fiabilidad.
El problema de Criminal quizá sea su guión, al que se le ve demasiado forzado para que el elegido para tan delicada tarea sea este ser humano imposible cuyo lóbulo frontal, donde crecen y se alojan las emociones, está virgen por un accidente doméstico (llamémosle así…), ideal por tanto para recibir la transferencia de las células del héroe que prefirió morir entre espantosos dolores antes que traicionar al mundo. Claro que lo que buscan los guionistas con ese pie forzado es precisamente dar la oportunidad de que un desecho humano tal sea capaz, mediante la influencia de las células grises de una persona normal (si es que un agente de la CIA se puede considerar “normal”…), experimente por primera vez emociones, sentimientos como la piedad o la compasión, por qué no el amor.
De ese pie forzado y la consiguiente colisión con las numerosas, y aparatosas, escenas de acción que parecen ya consustanciales a cualquier thriller, se resiente el filme, que por lo demás está bien narrado y genera una razonable dosis de adrenalina, que se supone es uno de sus objetivos. Los guionistas, Douglas Cook (muerto en 2015) y David Weisberg, que trabajan (trabajaban…) siempre juntos, fueron responsables de algunas historias de cierto éxito en el cine de acción, como La roca (1996) y Doble traición (1999), así que ya tenían amplia experiencia en este tipo de cine, aunque parece claro que la mezcla de sentimientos y porrazos no es su fuerte…
Y curiosamente es esa sutil metamorfosis entre el hombre asocial y peligroso cual caja de bombas y el ser humano amado y amante de su esposa e hija la que interesa más, la posibilidad, contra toda esperanza, de que sea factible evolucionar, mejorar, ser otro siendo execrable, en una parábola sobre la reinserción (física, en este caso, vía transferencia de células cerebrales, pero también virtual) que termina siendo lo más preciado de la historia. Que alguien incapacitado para los pequeños detalles pueda apoyar un dedo en la nariz para con ello decir te quiero, supone un salto cualitativo de gigante, y ésa es su mejor baza.
Queda también la constatación, tantas veces acreditada por el cine, de dos premisas: una, la de la inepcia absoluta de la CIA, el servicio secreto más costeado y preparado del mundo (con permiso del Mossad judío, lógicamente), al que un “empresario anarquista español” (pero, ¿eso existe?) pone en jaque con un mero ordenador portátil; la otra premisa, claro está, es el absoluto desprecio por la vida humana (inocentes incluidos) por parte de esos servicios secretos, siempre atentos a servir a sus amos, que por supuesto no son los ciudadanos de los Estados Unidos, aunque sean estos quienes les pagan…
Kevin Costner, que hace años que no tiene un éxito personal, parece haber encontrado en los últimos tiempos una interesante veta en personajes ya avejentados, como él mismo, en filmes como El hombre de acero (2013) y Batman v. Superman: El amanecer de la justicia (2016), en ambos como el padre adoptivo del superhéroe de Krypton, o en películas como ésta, en la que ensaya el papel de malo (supuestamente) irredimible. Del resto del entonado reparto me quedo con los veteranos Gary Oldman y Tommy Lee Jones, dos viejos que lo hacen todo bien, y, por qué no, con un Jordi Mollà que se está especializando, con notable desparpajo, en villanos en el cine anglosajón. Eso sí, a ver si alguna vez le dan un rol de persona más o menos normal…
Entre las actrices me quedo con Gal Gadot, que confirma su magnetismo personal, y la revelación de Antje Traue, una intérprete alemana todavía poco conocida, pero cuya presencia como villana adjunta es una de las más estimulantes del filme.
113'