A lo tonto, a lo tonto, Christopher Nolan y Zack Snyder (sobre todo el primero), están poniendo patas arriba el mundo del cómic y, en especial, el de los superhéroes, reescribiendo en este siglo XXI las historias de algunos de los más conspicuos, con una mirada distinta a la del mero entretenimiento, lo que no obsta para que, como sus antecesores más infantiloides, sigan reventando las taquillas. Nolan es el autor intelectual (director, guionista, productor: alma mater) de la recuperación de Batman, a través de la trilogía compuesta por Batman begins, El caballero oscuro y El caballero oscuro: la leyenda renace; en especial en el segundo de esos tres segmentos definió la nueva perspectiva del superhéroe del Tercer Milenio: adulto, atormentado, dubitativo... El tono es mucho más oscuro que en la etapa anterior: Batman y Batman vuelve, de Tim Burton, tenían cierto tono tenebroso, pero también alguna tendencia al humor negro, como es habitual en su autor, y las posteriores y muy descafeinadas Batman forever y Batman y Robin, ambas del feble Joel Schumacher, terminaron por cargarse el personaje, tanto a nivel intelectual como comercial.
Snyder, por su parte, ya aportó una curiosidad dentro del cómic, su adaptación del ídem de Frank Miller, 300, donde habitaba el mayor número de abdominales por metro cuadrado que se haya visto en Hollywood... bueno, fuera de bromas, era una interesante revisitación del universo helénico visto desde la perspectiva del cómic milleriano; posteriormente, y entre algunas tonterías, Snyder se hizo cargo de la dirección del que puede reputarse (junto a El caballero oscuro, de Nolan) como la más interesante aproximación al cine cuyo origen es el cómic: su versión de Watchmen es magnífica, un cómic adulto, de corte intelectual, que sin embargo barrió en taquilla, haciéndonos con ello reconciliarnos con el ser humano y su capacidad para asumir nuevas propuestas no dirigidas específicamente a las glándulas secretoras de la adrenalina o a otras glándulas no especialmente nobles...
Ahora ambos afrontan (Snyder como director, Nolan como coguionista, con la inestimable ayuda de su colega David S. Goyer) la tarea de renovar Supermán, el más veterano de todos los superhéroes y, tras el relativo fiasco de la única aportación al personaje en este siglo (Superman Returns, del por lo demás interesante Bryan Singer), nos traen este El hombre de acero, que parece apuntarse también a la denominación mediante perífrasis del protagonista, quizá para subrayar que estamos ante un planteamiento distinto. Y tan diferente: aunque se mantiene el cañamazo esencial en la historia que crearon hace casi ocho décadas sus creadores en cómic, Shuster y Siegel, lo cierto es que la historia suena a nueva, por cuanto hay una visión más adulta, más oscura, más dura. De entrada, la narrativa no es lineal, sino que juega con los flash-backs, que son casi tan antiguos como el cine, pero que en este tipo de relatos anteriormente de corte infantiloide o como mucho juvenil, siempre era lineal, para evitar esfuerzos a esos pobres niños... Ahora la historia da saltos atrás, sin necesidad de virajes fotográficos ni cartelitos "ad hoc": se confía, con buen criterio, en que el público sabrá situar cada momento que se cuenta simplemente por la apariencia del personaje central, niño, impúber, adolescente, joven, sin necesidad de otros aditamentos.
Por otro lado, la propia historia toma derroteros imprevistos: así, en el Kripton originario se describe una civilización determinista, donde los embriones creados artificialmente son manipulados genéticamente para dar los tipos que requiere la sociedad que los genera: líderes, obreros, guerreros... una lectura que recuerda poderosamente a clásicos literarios como el huxleyano Un mundo feliz; la propia blasfemia del padre de Supermán, al engendrar por la vía natural a su único hijo, aporta otra sutil novedad, la posibilidad del azar, del libre albedrío, en ese mundo cerrado de genes dispuestos a una vida sin sorpresas.
Ya en la Tierra nos encontraremos con dos temas fundamentales; el primero es consustancial a los superhéroes en su lectura de este Tercer Milenio: la carga que supone su capacidad cuasi taumatúrgica, la tentación de ser “normal”, de esconderse entre la multitud como uno más, en una lectura que, digámoslo ya, los emparenta con una visión cristiana de los superhombres, algo que ciertamente estaba en el origen de prácticamente todos ellos, pero que las nuevas visiones de la centuria vigésimoprimera está poniendo en primera línea; como Jesús, los superhéroes modernos también piden “pasa de mí este cáliz”, aunque por supuesto finalmente no lo hagan. La segunda temática esencial en esta nueva relectura de Supermán será la elección, la alternativa, la posibilidad para un híbrido como él (genéticamente un kriptonita, socialmente un humano) de elegir entre dos razas, entre dos modelos de vida: la reglada “ad nauseam” de los alienígenas o la anárquica, que puede ser abnegada o abyecta, o ambas cosas a la vez, de los humanos. Por supuesto, no hace falta decir por cuál se decanta nuestro héroe: hasta ese punto no ha llegado el cambio...
Con la solvencia técnica habitual en un costeadísimo producto como éste, hay sin embargo algunos momentos de menor entidad, como la aparatosa, excesiva violencia que se desata en la batalla final, de tal forma que Metrópolis (el trasunto de Nueva York en Supermán, como Gotham City lo es en Batman) resulta literalmente coventrizada, o algunos excursos, como la línea argumental de la supervivencia de los integrantes de la redacción del Daily Planet, el periódico donde trabaja Lois Lane; secuencias de inferior calidad que hacen que este filme no alcance la categoría de muy notable que podría haber tenido, pero aún así es una buena muestra de cómo el cine que en otro tiempo fue un banal entretenimiento para niños (véase la trilogía que hicieran Richard Donner, con el iniciático Superman. El film, y las aportaciones pop de Richard Lester, Superman II y Superman III), tiene ahora ya cuerpo y sustancia de cine para gente de mente madura. Hombre, haremos un excurso de humor (ya que las historias de Lester tenían su toque cómico, sobre todo con el Lex Luthor creado por Gene Hackman) y diremos que el primer peldaño para ello ha sido ponerle al superhombre los gayumbos por dentro de los leotardos: lo otro era una excentricidad que, ciertamente, producía un distanciamiento casi brechtiano, y así no era fácil tomarse en serio casi nada...
Henry Cavill, el nuevo Supermán, tiene carácter y carisma; aún lo recordamos en su atormentado personaje (aquí también lo es, así que ya estaba entrenado) de Charles Brandon en la serie televisiva Los Tudor. Puede ser un buen sucesor del llorado Christopher Reeve. Entre los demás nos quedamos con un Russell Crowe que compone un espléndido Jor-El: mayestático, generoso, inteligente, un aristócrata sin título, haciendo olvidar al Marlon Brando que interpretó el mismo rol en la saga anterior (en el episodio de Donner, concretamente). Tampoco está mal Kevin Costner, olvidada ya su fase de guapo reguapo y en un papel algo ingrato pero que él resuelve con profesionalidad y buen tino.
El Hombre de Acero -
by Enrique Colmena,
Jun 30, 2013
3 /
5 stars
Reescribir Supermán: más adulto, más oscuro
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