Esta película se pudo ver en la Sección Las Nuevas Olas del Sevilla Festival de Cine Europeo 2016 (SEFF’16).
El cine rumano sigue interesando. Ahora es un cineasta relativamente novato, Bogdan Mirica, que debuta en el largometraje cinematográfico con esta Dogs, aunque anteriormente había realizado un corto y varios episodios de una serie para la sección europea de la HBO, Umbre. Mirica se ve que pertenece a la misma especie de los notables directores que ha dado la Rumanía postcomunista, los Cristian Mungiu, Radu Muntean, Cristi Puiu o Calin Peter Netzer. Como ellos, Mirica confirma que el cine rumano se caracteriza, entre otras cuestiones, por una pasmosa facilidad para la utilización del plano secuencia: es moneda común entre todos ellos el mantenimiento de un solo plano de cinco, seis, siete minutos de duración, como si nada, con los actores moviéndose delante de la cámara, o fuera de ella, con sus diálogos y situaciones que se plantean, con frecuencia sobre temas superficiales, pero también (y aquí Mirica enseña pronto sus cartas) forjando una tensión creciente, un poco a la manera de Tarantino, pero con sus propios códigos, tan válidos como en el cineasta norteamericano.
Un treintañero vuelve al campo a tomar posesión de las tierras que le ha dejado en herencia su abuelo. Pronto se entera de que el viejo andaba en turbios asuntos con una cuadrilla de matones (quizá droga, o tráfico de armas, o trata de blancas). En la semidesierta comarca todos los saben, incluido el viejo jefe de policía, pero nadie ha hecho nunca nada, temerosos de la brutalidad sin límite del abuelo; ahora le ha sustituido otro felón que promete hacer bueno al anterior patrón. El heredero quiere vender la propiedad, lo que pondría en serio peligro los tejemanejes de la cuadrilla…
Tiene Dogs varias virtudes: la primera, la creación de una atmósfera asfixiante, en un paisaje cuasi desértico, en el más olvidado de los agros de Rumanía, al sur del país, donde el Danubio forma una frontera natural con Serbia y Bulgaria, un secarral que nadie quiere y que, por ello mismo, es zona ideal para canalladas sin nombre. La segunda, y no menos importante, la conformación de una sensación permanente de amenaza, de peligro, de soterrado pavor, dada a veces con recursos tan simples como los faros de un coche o los ladridos de un perro. Tercera, la progresiva forma de adensar el relato, de hacerlo cada vez más intrigante y riesgoso, que consigue el guionista y director.
Lástima que, por el contrario, tenga algunos errores, atribuibles quizá a su todavía relativa bisoñez: algunas incoherencias de guión, que hacen que los personajes actúen al dictado de lo que le interesa al director, y no conforme a lo lógico según el devenir de la trama; algunas escenas rodadas con poco acierto, como la larga y mal planificada caminata del viejo policía cuasi agónico por las tierras desérticas, en busca del asesino, o el enfrentamiento final entre ambos, demasiado estridente y efectista.
Pero el conjunto es más que estimulante, muy cinematográfico, con propuestas con frecuencia al límite (ese brutal asesinato en plena conducción…) y fino estilo fílmico (ese plano inicial, un largo travelling que rastrea cual can el suelo del campo hasta llegar a la ciénaga, de la que emergerá el que será MacGuffin del filme…). De esta forma, Dogs confirma el nacimiento de un nuevo talento en el país que fundó Trajano, y también la pujanza del cine rumano, el más importante, sin duda, de las naciones de su entorno.
Protagoniza Dragos Bucur, habitual en el nuevo cine rumano; pero el que está inmenso en su terrible personaje de canalla sin entrañas es Vlad Ivanov, que ya nos gustó mucho en otros filmes anteriores de la misma nacionalidad, desde 4 meses, 3 semanas, 2 días a Madre e hijo, entre otros.
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