Pelicula: La verdad es que hasta ahora teníamos a Michael Bay por el típico buen profesional del cine que sabe poner en imágenes una historia, sobre todo cuando hay acción (a ser posible a espuertas) de por medio. Se graduó con Dos policías rebeldes (1995), y después continuó su carrera especializada en filmes con grandes dosis de adrenalina (por no decir testosterona…) con películas como La Roca (1996), que puede considerarse su mejor obra en este género; Armaggedon (1998), sobre uno de esos apocalipsis que de vez en cuando gusta de hacer el ser humano, perjudicado por un guión infecto; Pearl Harbor (2001), más vapuleada por la crítica de lo que realmente merecía; La isla (2005), donde jugaba con una historia curiosa (una ínsula –y no Barataria precisamente--  donde se “almacenan” clones de gente, a la espera de que sus originales necesiten algún “repuesto” para su cuerpo) pero no terminaba de cuadrar la faena; y la serie iniciada por Transformers (2007), que cuando se escribe esta crítica va ya por la tercera entrega estrenada y anunciándose la cuarta.

Bay es un cineasta evidentemente dotado para el cine, pues parece claro que tiene un notable sentido del ritmo, encuadra con solvencia y sus montajes son perfectos. Es cierto también que hasta ahora no había podido demostrar otra cosa que su extraordinaria capacidad para generar hormonas en los espectadores, si bien es posible que sus repetidos éxitos, su amplio crédito antes las productoras por tanta victoria en taquilla y una bien nutrida cuenta corriente le hayan permitido hacer una variante sobre sus temas habituales en esta (digámoslo ya) divertida, corrosiva, estimulante Dolor y dinero, un filme que cambia sustancialmente lo que hasta ahora habíamos visto de Bay (acción a raudales, historias mínimas y sin vocación de coherencia, falta de alma) para darnos un thriller entreverado de comedia (si es que no es al revés) y, claro está, sus dosis de acción, si bien en este caso están más que justificadas y en ningún caso se tiene la sensación de que esas escenas sobren del metraje.

Y lo curioso del caso es que, según se cuenta en la propia película, la  historia aquí narrada está basada en hechos reales: un musculitos que ejerce de monitor en gimnasio de Florida concibe convertirse en el ser que realmente quiere ser, un tío forrado para darse la gran vida y, sobre todo, para conducir una cortadora de césped que parece un Ferrari Testarossa (hay gente p’a tó…); el tipo, cuyos músculos hipertrofiados están en proporción inversa a la masa gris de su cerebro, se asocia a otros dos memos a cuyo lado nuestro protagonista es Albert Einstein; uno debe tener un coeficiente intelectual de menos 25, y el otro es una montaña descerebrada de carne y anabolizantes, expresidiario, excocainómano y actual converso al cristianismo, facción fanáticos. Con este Equipo ¿A?, nuestro hombre diseña un plan, por llamarlo de alguna forma, en el que secuestra a uno de los clientes del gimnasio, un colombiano de origen, medio judío, actual empresario sangüichero, podrido de dinero y con más malas pulgas que el enanito Cascarrabias de Blancanieves. Como era de esperar, el secuestro no sale ni mucho menos como esperaban nuestros botarates, aunque a veces el destino tiene piruetas impredecibles…

Dolor y dinero resulta ser, entonces, una comedia más que divertida, en clave de humor negro, sin ahorrar toda la parafernalia de dolor y tormento físico de las películas hodiernas de acción, pero aplicada a una historia impregnada de un humor cáustico, donde se pone en solfa, y de qué forma, el sueño americano de que todo hombre o mujer puede llegar a lo más alto si realmente se lo propone. No deja de ser curioso que la moraleja de esta historia esté justamente en las antípodas del resto de la carrera de Michael Bay, rebozada en general de un americanismo de manual, una apuesta por esa ideología, que habría que llamar más bien religión, que afirma la viabilidad de que todo norteamericano, por el solo hecho de serlo, tiene posibilidades reales de llegar a la cima del mundo.

Ya conocemos la doble visión del archiconocido postulado de que la vida imita al arte, o el arte imita a la vida; aquí es la segunda la que se pone en práctica, y ciertamente cuesta trabajo creer que hubiera gente tan chalada como este trío de frikis, estos tres carajotes vigoréxicos que se labraron su infortunio por su mala cabeza y por mor de tener serrín donde la gente normal tiene una sesada sin rebozar; pero es que tampoco sale muy bien parada la Policía, tachada aquí de majadera, sin capacidad de análisis, prejuiciosa y dada a la molicie, cuando no directamente a la vagancia; ni la víctima, un tipo infecto sin el que, desde luego, la Humanidad sería mucho más feliz; sólo se salva, y tampoco demasiado, el detective privado contratado por el machacado y desvalijado empresario. Un panorama como para decir aquello que gritaban los ácratas en el Mayo Francés: que paren el mundo, que me bajo…

En el apartado de interpretación, además de un notable Mark Wahlberg (sobre el que el director se permite un guiño: en un momento dado lo saca en calzoncillos, que resultan ser, claro está, de la marca Calvin Klein, de la que fue modelo el actor cuando comenzaba su carrera), nos quedamos con un Dwayne Johnson que hace toda una creación de su personaje, un tipo pirado, con constantes problemas de conciencia por su sobrevenida conversión al cristianismo, pero tan cretino que incluso un patán como el protagonista es capaz de convencerle para hacer monstruosidades en contra de su (nueva) moral.  

Un aparte para Ed Harris, aquí en un pequeño papel que él resuelve como siempre: espléndidamente.

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129'

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Dolor y dinero - by , Sep 14, 2013
3 / 5 stars
Vigoréxicos y descerebrados (al rico pleonasmo...)