Pelicula:

Manuel Martín Cuenca (El Ejido, Almería, 1963) es un director, guionista y productor andaluz, licenciado en Ciencias de la Información por la Complutense, que comenzó a hacer cine a principios de los años noventa con algunos cortos, a la par que colaboraba como ayudante de directores consagrados como Borau, Tanner y Cuerda,  para pasar a dirigir sus propios largometraje a comienzos del siglo XXI, aunque de los títulos de esa época solo podríamos reseñar, y no con especial entusiasmo, La flaqueza del bolchevique (2003), adaptación de la novela homónima de Lorenzo Silva. Tendremos que llegar a otro comienzo de década, en este caso la de los años diez de este siglo, para que Martín Cuenca llamara de verdad la atención, y lo hizo curiosamente con un título de muy escaso presupuesto, La mitad de Óscar (2011), que se convertirá, de verdad, en el inicio de su carrera como cineasta respetado y admirado. Aquel film, sobre el deseo, el amor y el incesto, era una filigrana sutilísima, un ejemplo de cine exquisito en el que la sombra de Bresson, el cineasta por antonomasia de la austeridad, planeaba constantemente.

A partir de ahí Martín Cuenca ha podido desarrollar una carrera en general apreciable, y tiene la bien ganada consideración de cineasta español de primera línea. Por supuesto, y siempre en nuestra opinión, tiene títulos mejores y algo menos buenos, nunca malos; entre los primeros citaríamos Caníbal y La hija, y entre los segundos, a pesar de su sugestiva premisa, El autor. Sus films son siempre bien recibidos por la crítica y son con frecuencia nominados a premios de toda laya, Goyas incluidos.

Entre las características del cine de Martín Cuenca nos parece que una de las más relevantes es precisamente su eclecticismo temático y formal: sus pelis generalmente afrontan temas diversos, bien que todos de corte hondamente humano, y también suele afrontarlas con un tratamiento formal distinto, buscando caminos, indagando maneras de expresar sus ideas. Esa quizá sea la razón formalmente primigenia de esta su nueva película, El amor de Andrea, rodada en localidades de la provincia de Cádiz con actores y actrices no profesionales.

La acción, como queda dicho, se desarrolla en dos ciudades gaditanas, la capital, la trimilenaria Cádiz, y El Puerto de Santa María, una de las más populosas (casi 90.000 habitantes, mucho más que varias capitales de la llamada España vacía) poblaciones de la provincia. Conocemos allí a Andrea, una adolescente como de 15 años, y a sus hermanitos, como de 9 y 10 años, Fidel y Tomás, que están a cargo de su hermana mayor, quien los lleva al colegio, los recoge y les hace la comida; la madre de los tres vuelve del trabajo ya de noche, así que Andrea, durante el día, actúa prácticamente de madre bis o tutora de hecho. Pero a Andrea, desde hace tiempo, la reconcome el hecho de que su padre, divorciado de su madre hace varios años, haya perdido totalmente el contacto con sus hijos, habiéndose instalado en El Puerto, donde trabaja, con otra mujer, que tiene otro niño de una relación anterior. Esa desafección la come por dentro, quiere saber su motivo, y para ello llega a realizar excursiones a la localidad portuense, en el servicio naviero que une ambas localidades, para ver a su padre e intentar un acercamiento. Ello no es bien visto por su madre, que la reprende duramente...

Como decíamos, aquí Martín Cuenca opta por un planteamiento que se diferencia de anteriores empeños cinematográficos; así, aquí busca a todo trance el realismo, en buena medida también el costumbrismo, que conviene bien al hecho de haber trabajado con un plantel actoral no profesional: todos los intérpretes que aparecen en pantalla lo hacen por primera vez, en contra de lo que hasta ahora había hecho el director, que era trabajar con profesionales con gran técnica actoral. Ese tono realista puesto en manos de amateurs conspira a favor del film en el sentido de que le confiere una gran naturalidad, aunque también en contra, toda vez que el guion se alarga en demasía en situaciones que sobre el papel podrían resultar interesantes, pero cuya plasmación cinematográfica resulta pesada e incluso aburrida; así, la primera media hora transcurre sin que pase prácticamente nada, más allá de ver a la adolescente protagonista llevando a niños al colegio, recogiéndolos, haciéndoles la comida por la noche... quizá uno de los problemas de El amor de Andrea sea la cortedad de su premisa argumental, la obsesión de una chica por su padre, un amor filial unidireccional, su pequeño o gran trauma al sentirse, junto a sus hermanos, olvidada por él, en lo que podría considerarse, no sin razón, como una de esas obsesiones adolescentes más bien idiotas, que se convierten en un problema para ella y su entorno familiar. Queremos creer, sin embargo, que la película trasciende la mera exposición de esa tontería para presentarnos en realidad una historia que habla de la paternidad, pero también de la “filiedad”, palabra que no existe pero debería existir, la condición del hijo o hija con respecto al padre o la madre. Así, con Martín Cuenca, nos podríamos preguntar, ¿qué es ser padre? ¿qué es ser hija? ¿bastan los lazos sanguíneos, o es otra cosa, que nada tiene que ver con eso?

Todo ello está hecho por Martín Cuenca con un premeditado tono austero, voluntariamente despojado, huyendo de cualquier subrayado formal, más allá de que, como siempre en su cine, hay una evidente recurrencia a símbolos, también a signos, que dicen más de lo que son en sí mismos: así, la clase en el instituto al que asiste Andrea, cuando hablan de la figura del paterfamilias en la sociedad romana clásica y su importancia, que no hará sino enaltecer la impresión que la niña tiene sobre su padre y su deseo irrefrenable de recuperar su amor; o la continua lectura por parte de la chica de Juan Salvador Gaviota, la famosa novela de Richard Bach, que sabremos a la postre es uno de los escasos vínculos que le queda a Andrea con su padre; o la brújula que le regala su amigo Abel, quizá el más obvio, intentando con ello, sin palabras, que la niña recupere el norte, el buen sentido, y se olvide de su obsesión.

Por supuesto, Martín Cuenca no busca culpables: ni siquiera el padre, que podría ser “el malo” de la función por su desafección hacia la familia, correría realmente con ese rol: aquí no hay malos ni buenos, sino más bien distintas perspectivas de lo que sucede mientras todos hacen lo que tienen que hacer: vivir.

Pero el conjunto, como decimos, no termina de convencer, por la escasa materia argumental y el alargamiento inevitable para hacer del film un producto de duración estándar. Un final relativamente feliz hace que la historia pueda continuar donde la dejamos, porque Martín Cuenca parece que nos ha contado solo una parte de la vida de esta chica que se sentía calladamente preterida por uno de sus referentes vitales: quizá la recuperación de esa seña de identidad le permita tener una vida más o menos normal.

Buena utilización de los paisajes urbanos de Cádiz, con la hermosa playa de La Caleta, los frondosos jardines del parque del Genovés y las estrechas calles del centro histórico de la vieja Gades, en un film en el que Martín Cuenca opta curiosamente por un inhabitual “aspect ratio” (tamaño de la imagen) cinematográfico, el conocido como 4:3, similar a la de los antiguos televisores, una imagen casi cuadrada, buscando quizá que el espectador se concentre en su protagonista, auténtico centro y eje de todo el film, que se concentre también como ella lo hace con su padre.

Los actores, como queda dicho, muy naturales, diciendo con sus propias palabras los diálogos del guion; especial atención a la protagonista, Lupe Mateo Barredo, muy fresca, en un papel complejo, aunque no sabemos si, en otros registros, podrá dar la talla. La música de Vetusta Morla nos parece un error, casi nunca tiene relación con lo que estamos viendo y podría servir para cualquier otro film.

Film que nos parece inferior a otros empeños de Martín Cuenca, esta película, que podría definirse como la historia de una chica pedaleando en el vacío, no termina de ser la notable obra que podría haber sido a poco que el por lo demás talentoso cineasta almeriense hubiera afinado mejor el tiro: y es que hay demasiado metraje, poca materia argumental y una resistencia un tanto suicida a la elipsis, en la que Manuel se había mostrado en anteriores film como un consumado maestro. A veces la búsqueda de caminos, de variantes, de nuevos senderos por explorar, tiene estas cosas: ¡ay, no siempre se acierta!

(25-11-2023)


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108'

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El amor de Andrea - by , Nov 25, 2023
2 / 5 stars
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