Baz Luhrmann, para aquellos que no lo conozcan, es una especie de “enfant terrible” del espectáculo en Australia. Puso en escena alguna ópera, montó musicales, co-dirigió alguna película y en solitario un documental para la televisión. En resumidas cuentas, un inquieto que mariposea de un medio a otro. Tras montar en escena El amor está en el aire, se decidió por fin a dirigirlo también para el cine, ya en solitario, utilizando prácticamente el mismo equipo que en el teatro.
La cinta nos cuenta la historia de un joven bailarín que rompe las normas de los pasos de baile académicos a la hora de presentarse al gran premio del Pacífico, motivo por el que no lo consigue. Pero sigue empeñado en llevarlo a cabo con su propia personalidad y estilo peculiar, buscándose una nueva pareja, una principiante, cuyos orígenes gitanos le pondrá en contacto con el baile flamenco de su familia, lo que le inspira nuevos pasos para su baile.
La película tiene un aire “kitsch” muy parecido al de las cintas de John Waters; por citar alguna, Cry Baby. La anécdota es mera excusa para poner en imágenes una serie de números de bailes, con un tono rosado y meloso de historietita de amor un tanto cutre, con actores, sobre todo en el caso de los secundarios, exagerados en sus actuaciones, meros esperpentos, con una dirección muy a su aire. Lo mejor, posiblemente, la banda sonora.
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