Antonio Fraguas, el popular humorista Forges, se sintió tentado durante la década de los setenta por el cine, y dirigió dos filmes. El primero, País, S.A., evidenciaba su habitual y descacharrante sentido del humor, pero también graves carencias como realizador. Dos años después reincidió con este extraño título, El bengador gusticiero y su pastelera madre, en el que tampoco brilló, precisamente, a gran altura, sino más bien al contrario.
De nuevo en clave cómica, pero ahora con la historia de un niño abandonado a la puerta de un convento, quien, ya en su edad adulta, decide lanzarse al mundo para encontrar a su progenitora. Filme deficiente, mal contado y peor hilvanado (y mira que el guión estaba armado por el siempre solvente Jaime de Armiñán), se salva mínimamente por la indudable gracia forgesiana y por un entonado reparto habitando una historia demencial, desde la siempre notable María Luisa San José hasta un actor teatral y televisivo, Fernando Delgado, habitualmente desaprovechado por el cine, y José Ruiz Lifante, la expresión en carne y hueso más rotunda de los dibujitos de Forges.
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