Pelicula:

Esta película está disponible en el catálogo de Netflix, Plataforma de Vídeo Bajo Demanda (VoD).


El castillo en el cielo es nominalmente la primera película de Studio Ghibli, aunque se suele citar como tal, “de facto”, a Nausicaä del Valle del Viento (1984), por aquello de que en esa peli ya estaba todo el equipo técnico y de producción que, un año más tarde, en 1985, daría el paso de constituir Ghibli y, con ello, formar la más estimulante de las factorías de anime japonés de la Historia. El castillo en el cielo quizá esté todavía muy influenciado por la temática y la estética de Nausicaä..., que gira en torno a varios polos: fantasía desbordada, gran imaginación visual, creatividad de artilugios y/o de animales maravillosos, y un público objetivo fundamental centrado en los niños. Con el tiempo, Ghibli abriría el abanico de sus temáticas y sus estéticas, haciendo también productos más adultos, también más realistas y con historias más actuales. Pero en esta época inicial, los temas ghiblianos eran fundamentalmente los citados.

La historia se ambienta en un tiempo indeterminado: por vestimenta, artilugios y atrezzos varios podríamos convenir en que estamos a principios del siglo XX, aunque es evidente que el universo descrito no pretende ser realista, no pretende acercarse a la realidad histórico ni sociológica de ese tiempo histórico. En ese contexto, conocemos a Sheeta, una chica que es prisionera en un artilugio volador que resulta asaltado por un grupo de piratas, comandado por una matrona ya entradita en años y con un carácter de mil demonios, que lidera un grupo de bandidos que no se sabe sin son más pencos que estúpidos, o viceversa. Sheeta cae al vacío durante el asalto, pero la piedra preciosa que porta al cuello, con un extraño signo, la hace flotar y le salva la vida. Pazu, un niño que trabaja en la maquinaria de una mina de mineral de plata casi exhausta, ayuda a Sheeta a huir de los piratas y de la gente del gobierno, que eran los que la mantenían prisionera: todos ellos buscan la piedra preciosa del raro signo, que al parecer tiene insospechados poderes...

Parece evidente que este primer film efectivo de Hayao Miyazaki para Studio Ghibli, que cuenta también con guion suyo, parte de dos ideas fundamentales, seguramente imbricadas: por un lado, la fascinación por el tema de Laputa, la isla volante que aparece en la tercera historia de Los viajes de Gullliver, la popular novela de Jonathan Swift; porque si habitualmente se asocia a este personaje con el mundo de Liliput, la historia que transcurre en Laputa también es sumamente sugestiva. Parece que Miyazaki es también de la misma opinión, y Laputa, o una versión de Laputa para la película, es el centro y eje del film. También, lógicamente, la confesada devoción que Hayao profesa por los artilugios voladores, que aquí cobra especial relevancia a lo largo de todo el relato, en el que veremos toda clase de cachivaches voladores, culminando con la propia isla volante de Laputa, de todo lo cual ya nos da un adelanto el director en los títulos de créditos, plagados de curiosísimos mamotretos voladores de toda laya, entre la fantasía y la realidad: no solo aviones o chismes que recuerdan a aviones, sino incluso otros cacharros que más parecen barcos e incluso trenes (sin vías, claro...).

Sobre esos dos goznes pivota la historia, además de estar surtida de los toques temáticos que tanto gustan en Ghibli: la armonía con la Naturaleza, aquí especialmente tocada en la forma en la que coexisten la flora de Laputa con los robots que cuidan de ella e incluso se imbrican entre sí, clorofila y silicio, acero y estambres aunándose en una extraña pero coherente mixtura. También es relevante la denuncia del abuso al que someten los adultos a los niños para conseguir sus propósitos, tanto los piratas como los enviados del gobierno; el hecho de que, finalmente, los chicos protagonistas hayan de aliarse con los bucaneros en contra de los supuestamente más legales sicarios gubernamentales, aporta también la rebeldía hacia el sistema establecido como uno de los temas troncales del film. En ese sentido son curiosas algunas de las aportaciones que hace la película al recurrente asunto del enfrentamiento atávico entre poder civil y militar, con los primeros intentando conseguir sus objetivos por la mera imposición de la fuerza, y los segundos tirando de inteligencia malévola que, ciertamente, usada para fines beneficiosos para la comunidad sería mucho más valiosa.

Con un tono más infantil que otras historias ghiblianas, como queda dicho, no está exenta la peli de toques de humor, como corresponde a ese público objetivo, sin que por ello renuncie a una cierta vocación lírica.

Mención aparte para la isla flotante de Laputa, aquí retratada como una Arcadia feliz, bien que hibernada por los avatares de su propia historia, con robots que evocan poderosamente a su famoso homólogo Klaatu del clásico Ultimátum a la Tierra (1951), de Robert Wise, y que probablemente inspiró el muy parecido que creó Brad Bird, años después, para su excelente El gigante de hierro (1999). Laputa aquí será no solo ese mundo feliz no huxleyano, sino lo más parecido a una entelequia, a un mito, a una utopía que permanecerá eternamente porque la gente quiere, necesita que exista ese ideal hacia el que tender. Pero no es eso lo que ven los enviados del gobierno y el que en su nombre pretende convertirse en un nuevo Dueño del Mundo: lo que ven es un arma poderosísima, capaz de “coventrizar” al enemigo (“como el fuego que asoló Sodoma y Gomorra”, dicen en un momento dado, hablando de la mortífera capacidad de Laputa), un medio para, como siempre, conseguir más poder: el Poder, con mayúsculas.

(08-05-2020)


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125'

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El castillo en el cielo - by , May 08, 2020
3 / 5 stars
Como el fuego de Sodoma y Gomorra