Al fin, comercialmente, un film de Antonioni en Sevilla: El eclipse. La última película de este realizador ha roto las fronteras de la minoría para darse a conocer abiertamente en una sala pública. También hoy el Cineclub Universitario rompe con sus sesiones habituales para dirigirse al gran público con una proyección en el Teatro/Cine San Fernando.
El cine italiano de la post-guerra consagró una serie de figuras como De Sica, Rosellini y Germi que motivaron el Neorrealismo; este cine se caracterizaba por una cierta preocupación social y humana; por ello se le ha denominado “el cine del prójimo” o “cine del tú”.
Pasado este movimiento, esta cinematografía adoleció de una orientación precisa; así ha llegado hasta nuestros días una nueva generación de jóvenes valores, Zurlini, Bolognini, Pasolini, que, nuevamente, canalizan su producción hacia enfoques caracterizados por ataques, más o menos velados o indirectos, a las estructuras sociales; a ello se le ha denominado “realismo crítico”.
La situación intermedia entre los citados movimientos se salva gracias a la presencia de nombres como Federico Fellini, Luchino Visconti y Michelangelo Antonioni, que no parecen integrarse en ninguna determinada tendencia.
El director de El eclipse, Michelangelo Antonioni, nació en Ferrara. Aunque licenciado en Economía Política se profesionalizó ejerciendo el periodismo. Sus primeros encuentros con el mundo del cine tuvieron lugar tanto como crítico de la revista especializada “Cinema” como por sus fructíferos contactos con el Centro Experimental de Cinematografía. En 1950 debuta en el largometraje: seguirá una trilogía formada por La aventura, La noche y el estreno que hoy presentamos, El eclipse.
En esta filmografía, encontramos en primer lugar una temática centrada en la alta burguesía italiana; con su peculiar estilo, el autor se limita a apuntar determinados problemas de esta clase social sin pretender establecer soluciones. Él mismo explica: “…no soy un moralista ni un pedagogo. Hago cine porque me interesa hacerlo”. Como derivación de dicha temática funcionan sus personajes, seres que viven al margen de la sociedad, mientras queda ésta reducida al ámbito de sus propios conocimientos. Lo que en un cine de época anterior sería presentado como un problema de tipo general, social, Antonioni lo ofrece circunscrito a la evolución interna del personaje, al estudio de su carácter, a profundizar en su moral y, como consecuencia de ello, a la mostración de unos sentimientos dignos de ser calificados como “enfermos” o “débiles”. Es ejemplo de ello tanto el deambular de Vittoria por las grises avenidas de la gran ciudad como el delirio frenético de los participantes en la Bolsa.
El vacío interno de estos personajes lo expresa el director mediante los llamados “tiempos muertos”; son aquellos momentos en que, terminada la fuerza dramática en la escena, ésta queda reducida a unos instantes argumentalmente secundarios que, sin embargo, sirven para explicar o matizar el carácter íntimo de los personajes. Es la gran belleza que encierra esa primera secuencia en donde los protagonistas, como aprisionados en esa habitación por la arquitectura moderna, se muestran inciertos en sus decisiones. Y es aquí donde la banda sonora se manifiesta en toda su entidad sea mediante el monótono resonar de los tacones de Vittoria o en el obsesivo zumbido del ventilador, uno y otro transformados en verdaderos elementos expresivos.
Los rasgos de estilo culminan en esas tomas largas, en esos específicos movimientos de cámara o en esas panorámicas que sigue ininterrumpidamente a los protagonistas en su soledad. Todo esto cristaliza en El eclipse, el drama de unos seres contemporáneos, aparentemente unidos, corporalmente cercanos, aunque distanciadas sus almas. Surge así la incomprensión y la incomunicabilidad; el desenlace muestra la ausencia de ambos en una cita a la que ninguno acude; simbólicamente se podría definir como el eclipse de las conciencias.
El final de la citada trilogía estará conformado por una serie de planos (reducidos en la versión española) donde, ante la voluntaria ausencia de los dos seres, los objetos hablarán por sí mismos: “Las hojas de las ramas de Vittoria siguen girando en el vacío de la fuente. El rumor del agua es muy dulce. Pero de pronto es ahogado por otro de tacones femeninos, que se acercan, se acercan, se detienen. Una mujer del pueblo se inclina en la fuente y bebe, bañándose la cara. Luego se aleja. La placita se queda vacía. La obscuridad es ahora densa. Incluso el cielo es negro. A nuestro alrededor sólo vemos los faroles y las ventanas; puntos luminosos en un fondo negro, con su misteriosa armonía, como en un cuadro abstracto”.
(Este comentario crítico se publicó con motivo del estreno en el Cine San Fernando, de Sevilla, el 20 de Junio de 1963.)
NOTA IMPORTANTE: Aunque esta crítica aparece firmada solo por Rafael Utrera Macías, realmente está escrita tanto por éste como por Juan-Fabián Delgado, que deben considerarse autores en pie de igualdad.
El eclipse -
by Rafael Utrera Macías,
Dec 29, 2012
5 /
5 stars
De sentimientos incomunicables
Uso de cookies
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.