Está visto que el mejor momento del cineasta sueco Lasse Hallström ha pasado, y lo peor es que no se espera recuperación, al menos a la vista de sus últimos trabajos, naderías como Siempre a tu lado, Querido John y La pesca del salmón en Yemen, que confirman que al director escandinavo se le ha pasado el arroz. Hallström consiguió sus mejores títulos bajo la férula de Hollywood, a donde llegó tras su éxito en su país natal con Mi vida como un perro. Entonces empezó una carrera bastante dilatada en el país de las barras y estrellas, y entre toda su filmografía consiguió una tríada de películas interesantes, que serían, en orden decreciente de interés, Las normas de la casa de la sidra, ¿A quién ama Gilbert Grape? y Chocolat.
Pero hace ya demasiados años que Lasse no consigue una película medianamente decente, y el regreso a su país de origen tampoco parece haberle sentado especialmente bien a su carrera. Además, Hallström tiene ya acreditada su falta de talento para el cine policíaco o de intriga, como vimos con su muy mediocre Atando cabos, así que no nos extraña que con este El hipnotista tampoco haya conseguido un producto sólido.
Es cierto que se parte de una historia bastante endeble, como de telefilme de sobremesa, con tópica historia con crimen que parece realizado por un asesino en serie, con la peculiaridad de que aquí el policía al cargo de la investigación (por cierto, uno de los más –involuntariamente— pencos que hemos visto en mucho tiempo: un a modo de putativo sobrino-nieto del inspector Clousseau, que ni siquiera sabe que lo es…) decide confiar la toma de declaración de la víctima nada menos que a un hipnotista, aunque en español la palabra correcta es hipnotizador. Ciertamente es bastante improbable que ningún policía, por muy carajote que sea (y éste lo es), ceda de buenas a primeras ese menester a un señor con (supuestas) cualidades mesméricas.
Es verdad que la trama se sigue con cierta atención, aunque no sea más que por descubrir quién es realmente el asesino, en un “whodonit” no precisamente distinguido. Tampoco ayuda mucho la incoherente relación entre el hipnotizador y su esposa, que tan pronto parecen estar a punto de separarse como a partir un piñón. En ese aspecto Lena Olin carga con el papel más ingrato, una mujer con una acusada tendencia a los accesos de furia, aunque con motivaciones escasas, con lo que la bragada actriz escandinava hace lo que puede por no resultar sobreactuada.
Filme que no molesta pero tampoco entusiasma lo más mínimo, quizá su mejor valor sea el tono sobrio y solemne que le imprime Lasse, aunque en el final pierda los papeles en la mejor (o peor…) tradición de los the ends de supuesta espectacularidad que no es sino vacuidad pura y dura.
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