Eleuterio Sánchez, un humilde merchero, trashumante con su clan y otras familias de su etnia, encuentra el amor en Chelo, una chica de su misma condición. La pareja sale adelante con los oficios típicos de su clase, fundamentalmente la venta de recipientes de hojalata, pero la llegada del plástico, por un lado, y el hostigamiento de la Policía, por otro, pronto empujan al hombre a pequeños hurtos. Su estabilización en un poblado de casitas prefabricadas y el mantenimiento de su prole llevan al merchero a asociarse con dos pequeños delincuentes con los que atraca una joyería, con tan mala fortuna que uno de ellos mata al propietario. Pronto da Eleuterio con sus huesos en la cárcel, previa tortura para que confiese su crimen. Es condenado al patíbulo, pero se salva in extremis por un indulto que conmuta la pena máxima por treinta años de reclusión...
La autobiografía de Eleuterio Sánchez, alias El Lute, es la materia prima para las dos películas que Vicente Aranda rodó entre 1987 y 88, El Lute: Camina o revienta, y El Lute II: Mañana seré libre. Ambas tienen una homogeneidad en su tratamiento, pero se exhibieron por separado, y así las analizaremos nosotros.
El Lute: Camina o revienta, la primera parte, plantea la biografía de Eleuterio Sánchez, el delincuente que se convirtió en enemigo público número uno o héroe nacional, según las versiones, durante la década de los sesenta. Su verídica historia está jalonada de sexo y violencia, que el director catalán, fiel a sus obsesiones, no dudará en potenciar. Hay también una evidente exposición de la represión política del momento y, sobre todo, una visión sobre la manipulación de los sucesos a favor de unos determinados intereses políticos. Así, el gobierno de la Dictadura aprovechó el asesinato del joyero de la calle Bravo Murillo para desviar la atención de una sociedad, la de los años sesenta, que dejaba ya atrás el miserabilismo de las negras décadas de la postguerra y empezaba a conocer otros modos de vida: el turismo que entraba a espuertas por las fronteras traía divisas que tan bien convenían a los intereses desarrollistas de los ministros tecnócratas, como López Rodó, pero también importaba ideas nuevas, más liberales, que incluía la envidiable posibilidad de ser electores de sus dirigentes y no tutelados por estos, erigidos en autoridades por la mera imposición de las armas y la represión. Cuando El Lute escapa del ferrocarril, en una escena admirablemente narrada por Aranda, Franco y su cohorte de ministros ha encontrado definitivamente el chivo expiatorio en el que volcar los temores del españolito de a pie, y su captura se convierte en una necesidad de Estado, de ahí el impresionante dispositivo montado para capturar a este pobre robagallinas.
Hay en la relación entre Eleuterio y Chelo, su mujer, un hermoso juego amoroso, lleno de fisicidad, de urgencias y apremios, una relación muy animal, pero en un sentido no despectivo, como se suele hacer en estos casos. En el otro extremo, cuando condenan a muerte a El Lute, Aranda, que confiesa su asco por esa pena extrema, se permite, sin embargo, un regodeo que lleva casi hasta el límite, presentando la secuencia prácticamente completa, sin elipsis alguna, hasta la conmutación in extremis. La crueldad palmaria se dará en varias secuencias en las que los agentes uniformados torturan al merchero para conseguir su confesión. Sin embargo, siendo las torturas brutales, Aranda sintió la necesidad de filmarlas bellamente, de darle una iconografía casi de cuadro renacentista, como esos crucificados que parecen entrar en éxtasis. Así presenta a Eleuterio como un mártir cristiano, casi como el asaeteado San Sebastián, el tormento y el placer sadomasoquista en un mismo plano.
El Lute: Camina o revienta se constituye en una interesante aproximación a una figura que tuvo relevancia histórica en la España de los sesenta, una figura que se constituyó en un referente, a pesar de su escaso bagaje intelectual, del antifranquismo militante, que vio en él, aunque sin connotaciones políticas, un héroe de la resistencia ante el régimen. La puesta en escena de Aranda se ajustará al tono sórdido y lúgubre de la historia, en un film en el que la ambientación, muy conseguida, huyó con fortuna de uno de los pecados del cine español de la época, la llamada “miseria de diseño”.
Imanol Arias y Victoria Abril volvieron a demostrar su excelente química en pantalla. Entre los técnicos destaca la hermosa fotografía, de tono “sucio”, del gran José Luis Alcaine, y la música de un inspirado José Nieto, aparte del siempre excelente montaje de Teresa Font, editora exclusiva de Aranda desde Asesinato en el Comité Central.
122'